La reciente DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) que azotó la Comunidad Valenciana ha puesto de relieve no solo los efectos devastadores de los fenómenos meteorológicos extremos, sino también la ineficacia en la gestión de emergencias por parte de las autoridades. En un contexto donde cada minuto cuenta, es alarmante ver cómo la burocracia y la falta de comunicación pueden acentuar una crisis de esta magnitud. A mí me gustaría compartir varias reflexiones sobre esta situación, así como poner en la mesa algunos puntos clave sobre lo que ha ocurrido.
¿Qué es la DANA y cómo afectó?
Para aquellos que no están tan familiarizados con el tema, una DANA puede describirse como un fenómeno meteorológico que provoca lluvias intensas y severas, con el potencial de causar inundaciones significativas. La última DANA que vivimos el 29 de octubre dejó una estela de destrucción con efectos catastróficos en muchas localidades, junto con un saldo trágico que no queremos ver repetido; ¿hasta cuándo vamos a estar desprotegidos ante estas eventualidades?
La Generalitat Valenciana, bajo el liderazgo de Carlos Mazón, ha intentado desviar la responsabilidad hacia otras entidades, incriminando tanto a la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) como a la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ). Sin embargo, al pie del cañón, la realidad indicaba que la advertencia ya había sido otorgada con anterioridad. Y ya sabemos que los intentos de culpar a otros son como buscar chivos expiatorios para desviar la atención de nuestros propios errores.
Cómo se desencadenó la crisis
Una vez que comenzó el ataque de la DANA, la Agencia de Seguridad y Emergencias de la Generalitat había activado el Plan Especial de Inundaciones el 24 de octubre, es decir, cinco días antes de lo que se consideraría la «emergencia». Pero aquí está el truco: a pesar de tener todos los mecanismos en marcha, la inacción y la falta de comunicación fueron palpables. En términos de emergencias, esto es como tener un paraguas sin saber cuándo abrirlo.
Varios alcaldes tuvieron que actuar por su cuenta. En un momento en que cualquiera podría haber recogido a los niños de la escuela y haber asistido a una reunión urgente para discutir un plan de acción, algunos tuvieron la valentía de cerrar las escuelas y tomar decisiones que, lamentablemente, deberían haber sido tomadas por la administración autonómica. La anécdota de Utiel nos hace preguntarnos: ¿qué hubiera pasado si no hubieran actuado a tiempo?
Una cadena de culpas
Los intentos de Carlos Mazón de culpar a otros han sido desacreditados. Desde los informes que revelan que Emergencias no tenía actualizada la lista de teléfonos de los alcaldes hasta el hecho de que la notificación de alerta solo se envió a las 20:12, después de que las aguas ya habían comenzado a inundar comunidades. Imagina que tu amigo te llama para avisarte que hay una fiesta sorpresa en tu casa, pero no se atreve a hacerlo hasta que la fiesta ya ha comenzado y todo el mundo está dentro. ¡Qué manera de arruinar una buena sorpresa!
La verdad es que esta situación no es nueva en nuestro país. Con cada evento meteorológico extremo, se reanuda la discusión sobre las responsabilidades y las fallas en la coordinación. La Ley de Protección Civil establece que la dirección de la emergencia recae sobre la conselleria competente, aunque parece que en este caso la responsabilidad se volvió un juego de “pasa la pelota” donde nadie quería ser el que se quedara con el balón.
Lecciones para el futuro
Este desafortunado evento nos ha dejado varias lecciones. Primero, la necesidad de una comunicación fluida no puede ser subestimada. Los alcaldes necesitan estar debidamente informados; ¿qué es ser un líder si no puedes enviar un mensaje claro y oportuno a quienes dependen de ti?
Segundo, la importancia de un plan de emergencia bien ejecutado. La teoría siempre puede estar bien, pero la práctica es lo que cuenta. Debe haber mecanismos establecidos para activar el plan de forma rápida y eficiente. ¿Por qué es tan complicado? ¿Es que se necesita un hechizo mágico para que todo funcione como se espera?
Tercero, la capacitación y educación son esenciales. Si los ciudadanos y funcionarios conocen sus roles y responsabilidades durante una emergencia, las respuestas pueden ser mucho más rápidas y eficaces. ¿A quién no le gustaría estar preparado para una fiesta sorpresa? Bueno, esto es aún más importante cuando se trata de salvar vidas.
¿Y qué hay del papel de las instituciones?
Es difícil no preguntarse cuánto peso de responsabilidad recae en el Gobierno de la Nación que, en situaciones de crisis, parece jugar al juego de «veo, veo». Mientras tanto, los ciudadanos sufren las consecuencias tanto del clima como de una gestión deficiente. Por eso es crucial que figuras como Teresa Ribera y Pedro Sánchez estén en la conversación para facilitar soluciones en lugar de evadir problemas.
La política a menudo huele a humo y espejos, donde todos se esfuerzan por parecer los “buenos” mientras el pueblo que representan queda en el centro del fuego cruzado. Es algo que, como ciudadanos, debemos denunciar y corregir. Cuando cada uno lanza la pelota de una a otra, es uno mismo, como durante una semana de calor en la playa, el que acaba de pie en el borde de la piscina sin saber si saltar o no.
Reflexiones finales
El deber de cuidar a nuestra ciudadanía y garantizar su seguridad en momentos de crisis no debería ser una consideración secundaria. Todos los niveles del gobierno deben unirse y definir claramente sus roles en la gestión de emergencias para que no tengamos que volver a lidiar con situaciones donde la falta de acción conduce a la tragedia.
Entonces, ¿qué podemos hacer ahora? Proporcionar apoyo a las comunidades afectadas es fundamental. También debemos exigir a nuestros líderes que asuman la responsabilidad de sus acciones (o la falta de ellas) y estén mejor preparados para futuros desastres. Es el momento de volcar la balanza y dejar de desviar la atención, porque tal vez, solo tal vez, el siguiente encuentro con la naturaleza no sea tan benévolo.
La urgencia inmediata es indiscutible. Ya que hemos aprendido a través de la experiencia – dolorosa, sin duda – que la única forma de avanzar es mirar hacia adelante. Por fortuna, el tiempo no se detiene, y con la voluntad necesaria, quizás la próxima vez, la respuesta a una DANA sea más eficaz y menos dolorosa. Después de todo, la vida sigue, y por más que nos adaptemos a los cambios climáticos, la solidaridad y la preparación son las palas que necesitamos para escabar en medio de la tempestad.