A medida que avanzamos en este siglo XXI, irrumpe de forma cada vez más insistente el debate sobre la cultura de la cancelación. Este fenómeno se ha convertido en el espantajo de los tiempos modernos, pero, ¿qué pasa realmente cuando una obra o un autor es cancelado? ¿Cuál es la medida que utilizamos para juzgar qué se debe salvar y qué debe ser arrojado al fuego de la historia? Hoy, vamos a echar un vistazo a algunos de los nombres más controversiales en el mundo de la literatura, el cine y el cómic, y nos preguntaremos: ¿es justo etiquetar a quienes disfrutan de sus obras como «fachas»?

La línea fina entre el arte y el artista

Vivimos en un mundo donde los matices son cada vez más difíciles de mantener. Las redes sociales han creado un espacio donde los juicios rápidos e intransigentes son la norma. Miles de voces se levantan para condenar lo que consideran ideas intolerables, a menudo sin entender el contexto de su aparición. Esto me recuerda a una conversación que tuve con un amigo sobre un libro que ambos adoramos: El Aleph de Jorge Luis Borges. Para nosotros, era un fascinante viaje a través de la literatura, pero, ¿qué sucede cuando consideramos el apoyo de Borges a dictadores como Pinochet? ¿Debemos desaprobar su obra por las atrocidades que defendió?

Esa es la pregunta que rodea a la mayoría de los autores que han sido blanco del juicio popular. Se nos dice que no debemos separar la obra del autor, que las odiosas posturas políticas de un escritor destruyen su legado. Pero, ¿dónde trazamos la línea? ¿Es posible disfrutar de una obra escrita por alguien que tenía ideas muy diferentes a las nuestras, o incluso antitéticas?

Ayn Rand: la polémica reina del Objectivismo

Empecemos con Ayn Rand. La madre del Objetivismo y autora de novelas como La rebelión de Atlas y El manantial, se ha convertido en blanco fácil para aquellos que desconfían de su filosofía liberal y capitalista. Me sorprende cómo incluso mencionar su nombre puede provocar reacciones de espanto en círculos culturales, donde la elite literaria suele idolatrar a autores más «progresistas». Sin embargo, Rand trajo un enfoque totalmente nuevo a la narrativa, y su historia personal, como inmigrante que huyó de la Rusia comunista, añade un trasfondo que pocas veces se discute. ¿Deberíamos cancelarla, entonces, porque sus ideas no calzan con la ortodoxia de nuestro tiempo?

Alaska: el ícono del pop que desata controversias

Hablemos de Alaska, quien en la cultura pop española ha sido etiquetada como «facha» por más de uno. Personalmente, recuerdo mi adolescencia en la que sus canciones eran la banda sonora de mis noches de fiesta. ¿Acaso olvidaré su himno «A quién le importa», que celebra ser diferente? Este es el tipo de complejidad que debemos considerar: la frivolidad del pop español no debe ser menospreciada únicamente porque su creadora ha sido vinculada a ideas políticas que no son del agrado de ciertos críticos contemporáneos.

La vida está repleta de contradicciones. Me viene a la mente un momento en que, tras un concierto de Alaska, alguien me comentó que su música era superficial. Para responder, simplemente le pregunté: «¿Acaso la música no puede ser divertida y tener un mensaje potente al mismo tiempo?». El pop es más que un capricho, es un reflejo de la época, un eco de la sociedad.

H. P. Lovecraft: el maestro de lo macabro y sus sombras racistas

Pasemos a uno de los monstruos del horror gótico: H. P. Lovecraft. Sus relatos han inspirado a generaciones, pero su legado racial han puesto en tela de juicio la apreciación de su trabajo. ¿Es posible disfrutar de la atmósfera opresiva de Sus relatos sin ser cómplice de sus odiosas opiniones? Si nos limitáramos a cancelar cada voz discordante de la narrativa, nos quedaríamos sin gran parte de la riqueza literaria que da forma a nuestros miedos y esperanzas.

Clint Eastwood: un patriótico rebelde

Y qué decir de Clint Eastwood, un icono del cine estadounidense. Su faceta de director y actor se ha visto empañada por sus opiniones políticas y su aparente glorificación del patrioterismo. Sin embargo, sus películas como Los puentes de Madison o Sin perdón presentan dilemas morales profundos, invitando al espectador a reflexionar sobre la naturaleza del heroísmo y la moral. ¿Es posible que el propio acto de narrar luche contra la idea del héroe tradicional, aunque la fachada sea discutible?

El doble rasero en el juicio artístico

El elemento más revelador en esta discusión es el doble rasero que aplicamos al juzgar las obras y sus creadores. Ray Bradbury, con sus ideas libertarias, ha sido venerado a pesar de sus opiniones retrógradas. Mientras que otros, como James Ellroy, son aclamados en contextos que, de ser de autores españoles, serían tachados inmediatamente de inaceptables. Este juego de favoritismos en la crítica literaria me lleva a preguntarme: ¿por qué hay tanta resistencia a crear una conversación abierta sobre la moralidad en el arte?

La distancia crítica: amigo o enemigo

Una posible solución a este dilema radica en la distancia crítica. A menudo, nos encontramos atrapados en el ambiente social en el que navegamos, donde el miedo a ser alineados con ideas opuestas a la cultura predominante puede hacernos ceder demasiado. Si nos humanizamos a través de nuestras lecturas y visionados, podremos apreciar a los artistas y su contexto sin sacrificar nuestro sentido crítico. Porque, seamos honestos, en el fondo, todos tenemos un «fondo oscuro» en nuestro pasaporte cultural.

Camille Paglia: la controversia hecha ensayista

No podemos olvidar mencionar a Camille Paglia, cuya figura ha generado tanto amor como odio. La ensayista, en ocasiones acusada de reaccionaria, desafía la corrientes feministas actuales desde perspectivas que serán consideradas desacertadas por algunos, pero forman parte de un diálogo crítico en curso. Su obra, Sexual Personae, es una exploración fascinante sobre sexo y arte, que muchos consideran fundamental. Sin embargo, sus opiniones a menudo incendiarios ponen a prueba el concepto de libertad de expresión en el ámbito académico.

¿Quién decide qué es «facha»?

Quizás la pregunta más crucial es: ¿quién decide qué es «facha»? El término se ha convertido en un arma arrojadiza, pero también es un bumerán que regresa para golpear la cabeza de aquellos que lo utilizan sin pensar. Personalmente, vi a un amigo ser señalado como «facha» simplemente por expresar su amor por la música de un artista con un pasado problemático. Esta cultura de la cancelación es cada vez más crítica, pero no podemos permitir que nuestra apreciación cultural se convierta en un campo de batalla.

Conclusión: ¿Cómo manejamos la cultura contemporánea?

Al final, deberíamos preguntarnos si estamos dispuestos a sumergirnos en el material cultural que nos rodea, o si preferimos quedarnos en una burbuja de ideologías que limitan nuestra perspectiva. En lugar de cancelar, quizás deberíamos dialogar. Quiénes son esos «fachas» que amamos, y podemos amar, a pesar de sus personalidades complicadas. Porque si hay algo que he aprendido es que el arte no pretende ser perfecto, sino representativo de nuestro tiempo y lugar, incluyendo todos los matices que eso conlleva.

Así que, la próxima vez que te enfrentes a una obra que encienda el debate, recuerda: disfrutar de arte no significa que estés de acuerdo con todo lo que representa. En un mundo multicultural e interconectado, es hora de que celebremos nuestras diferencias y aprendamos a dialogar en lugar de apuntar con el dedo. Y cómo dice Alaska: «A quién le importa lo que yo haga, a quién le importa lo que yo diga…», ¿no es eso parte de la belleza de ser humano en primer lugar?