El pasado 29 de octubre se convirtió en una fecha trágica para la provincia de Valencia. La DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) provocó un caos que dejó 227 fallecidos, y al parecer, un par de decisiones cuestionables tomadas por la Generalitat. Ahora, nos encontramos en la encrucijada de entender cómo se manujo esta emergencia y, sobre todo, quiénes son los responsables.
¡Vaya día para ser valenciano! Recuerdo que en un día así, mi abuela siempre decía que solo queda esperar a que pase la tormenta y, por si acaso, estar preparado con un plato de agüelo (la típica sopa de fideos) para calentarse el cuerpo. Pero aquí, la pregunta es si la Generalitat estaba preparada o si se quedó en casa viendo cómo las cosas se desmoronaban.
Saliendo de la tormenta
Imagina la escena: un equipo de bomberos forestales fue enviado a controlar el barranco de Poyo tan temprano como las 13 horas, solo para ser desautorizados a las 15 horas. Al parecer, dos horas de vigilancia eran suficientes para considerar que el peligro había pasado. ¡Vaya confianza tienen los de la Generalitat en las lluvias de Valencia! Pero, como todos sabemos, el clima es un personaje que siempre tiene un giro inesperado en la trama.
Según un documento interno que vio la luz gracias al diario.es, la Generalitat tiene competencias en la vigilancia de caudales en ríos y barrancos (¡digo yo que deben haber tomado una clase de inundaciones en la universidad!). Sin embargo, mientras las lluvias arrasaban, Camarero, la portavoz del Gobierno valenciano, eludió dar explicaciones pertinentes, desviando la responsabilidad a la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ).
Es como si en medio de un viaje en coche, te pusieras a discutir con el copiloto y el GPS decidiera que ya se había terminado su turno. ¿Quiénes se quedan atrapados en el tráfico? ¡Exacto! Todos los que están en el auto.
¿Dónde está la responsabilidad?
La Ley de Protección Civil y el Plan Especial indican que es responsabilidad del Centro de Coordinación de Emergencias de la Generalitat coordinar información y mantener a los municipios informados sobre posibles riesgos. Ahora, con el fondo de la tragedia aún fresco en la memoria, es crucial preguntar: ¿la Generalitat simplemente ignoró su deber?
Un comentario fuera de lugar de Camarero dejó en claro que «la Confederación Hidrográfica se ausentó de su responsabilidad». Pero, ¿realmente es tan simple? La idea de que solo una entidad sea responsable es como atribuirle a una única mariposa la culpa de un #CrisisClimática. Nadie se pone en un rincón y mira cómo se desarrolla el desastre. Todos, desde los bomberos que fueron enviados a casa hasta los responsables a nivel estatal, tienen un papel que jugar.
Curiosamente, después de que Camarero se desdijo, quedó claro que tanto el Cecopi como la Delegación del Gobierno tenían información sobre la situación. Esto plantea otra pregunta retórica: ¿por qué no se utilizaron esos recursos para actuar de inmediato?
Reflexiones sobre la gestión de emergencias
Recordemos que cuando las tormentas vienen, la prioridad es evitar que toda la alharaca que se forma en el cielo se convierta en devastación. En el caso del barranco de Poyo, la unión hace la fuerza. Las competencias están bien definidas, pero la responsabilidad es un juego en el que nadie parece querer salir al frente. No pretendo ser el nuevo filósofo del sálvese quien pueda, pero quizás deberíamos reflexionar sobre las responsabilidades compartidas y el papel de cada actor en la gestión de emergencias.
Así que, en vista de la inacción, es fácil gritar desde las gradas. Es un placer sentarse en la sala de casa con un bol de palomitas a criticar, pero recordemos que la gestión de emergencias requiere codos sobre la mesa y servicio real. Ahora más que nunca, resulta urgente revisar la inteligencia y la comunicación que existe entre estos organismos. Podríamos decir que, si fallan en su misión de proteger a la ciudadanía, simplemente se convierten en parte del problema, y no de la solución.
Rescatando la comunicación
Es crucial para cualquier sistema de gestión de crisis garantizar que la comunicación fluya como un río sin obstáculos. El hecho de que las alertas no se canalizaran adecuadamente plantea interrogantes no solo sobre la logística, sino también sobre cómo se están manejando esos mensajes críticos. La idea de un “apagón informático” sería casi divertidísima si no fuera trágica. Entonces, ¿dónde estaban esos correos electrónicos? ¿Todavía atascados en la carpeta de spam?
Un poco de humor nunca viene mal, pero recordemos las consecuencias de la falta de acción. La desinformación y la falta de claridad pueden transformar una situación manejable en un verdadero desastre. Como cuando tu perro se escapa y empieza a correr feliz entre las flores, ajeno a que viene la tormenta: está disfrutando de su momento, pero su dueño ya está en pánico.
Acciones y repercusiones
La disyuntiva que se ha planteado exige respuestas. El Centro de Coordinación de Emergencias no solo debe ajustar su protocolo de comunicación, sino que también debe preguntarse: ¿quién revisa esta información? Si dejan caer una cadena de correos que deberían ser prioritarios, algo está fallando.
Así que para concluir, aunque la tragedia de Poyo es un recordatorio brutal de las crestas de la naturaleza, también lanza luces de advertencia sobre lo que podría pasar si no se toman en serio los sistemas de alerta y comunicación. La clave aquí es un compromiso real y activo para asegurar que estas atrocidades no se repitan.
La pregunta es, ¿aprenderá la Generalitat de Valencia la lección mirándola a los ojos, o volverá a tropezar en las mismas piedras de la historia?
Con suerte, aquellos en la cima actuarán con agilidad y cautela, porque las encuestas son claras: la población exige responsabilidad y acción. Mientras tanto, tomemos un momento para recordar a las víctimas de este desastre, porque detrás de cada número hay una historia humana que merece ser contada.