La política estadounidense ha estado en el centro de la atención mundial durante los últimos años, y no hay figura que represente esa controversia mejor que Donald Trump. Si bien muchos se habrán visto inmersos en las ponencias de su último mitin o en las investigaciones sobre sus acciones, pocos recordarán la fecha del 6 de enero. Este artículo se adentra en una jornada que marcó un antes y un después en la política de EE.UU., y cómo, lentamente, el asalto al Capitolio ha sido transformado en un relato de orgullo y lealtad.

El asalto al Capitolio: una tragedia y un espectáculo

Recuerdo haber estado en casa aquel día, como cualquier otro, cuando de repente las noticias comenzaron a fluir. Lo que comenzó como una manifestación pacífica, se convirtió en un caos absoluto, una insurrección que marcó un hito en la historia moderna de EE.UU. Fue el día en que un grupo de seguidores de Trump, convencidos de un robo electoral que nunca existió, decidió tomar el Capitolio.

Las imágenes son impactantes: hombres y mujeres arremetiendo contra la policía, rompieron ventanas y puertas, y, en medio de todo, se oían gritos de “¡Mike Pence, a la horca!». Un cliché de una película de acción que giró violentamente hacia la realidad. ¿Quién podría haber imaginado que ver un evento así en un país como EE.UU. iba a ser posible?

Al recordar aquellos momentos, inevitablemente una pregunta surge: ¿qué pasó con la democracia? El hecho de que un líder político pudiera incitar a sus seguidores a tal violencia es algo que parece sacado de una novela distópica, o quizás de una serie de Netflix que superó todas las expectativas.

La espera angustiante de la certificación

El 6 de enero no solo fue el día del asalto; también fue el día en que el Congreso se reunió para certificar los votos del Colegio Electoral. Aquel momento fue una mezcla extraña de tensión y expectativa. Vi en mi pantalla a los representantes hablando de forma grave sobre la necesidad de la seguridad descendiendo sobre la democracia. Mientras tanto, fuera, la violencia desenfrenada se desataba.

La resistencia de algunos miembros del Congreso al proceso de certificación fue abrumadora, aunque eventualmente la mayoría se alineó en torno a la legalidad del paso. La ansiedad de ese día contrastaba con la apática normalidad de las semanas anteriores. Muchos en EE.UU. pensaron que la democracia había recibido un golpe fuerte, ¿pero podríamos recuperarnos?

Un relato que se transforma: de insurrección a orgullo

A medida que pasaban los días y las semanas, algo extraño comenzó a suceder. Trump, en lugar de ser sancionado por su papel en el asalto, empezó a moldear el relato a su favor. Tras la tormenta, se observó cómo la narrativa se reconfiguraba. De ser un insurrecto, pasó a ser presentado como el salvador del pueblo.

Es casi increíble pensar que, tras afirmar que el asalto al Capitolio era un «ataque atroz», las palabras de Trump comenzaron a cambiar. Fue en un abrir y cerrar de ojos que comenzó a describir a los asaltantes como «héroes» atrapados en una «parodia de justicia». ¡Vaya giro! ¿Cómo es que tantos parecen haber olvidado la realidad de aquel día?

Antes, el asalto era una tragedia; ahora, parecía una especie de festival en el que los votantes republicanos estaban invitados a participar. ¿Qué pasó con la responsabilidad? ¿Está realmente tan lejos este sentimiento de rendirse ante la historia?

La lealtad ciega: el poder del trumpismo

Ahora es evidente que Trump ejerce un tipo de poder inusual sobre su base de seguidores. La manera en que ha jugado sus cartas tras el evento del Capitolio es casi digna de estudio. En lugar de ser un paria político, se posicionó como el indiscutible líder del partido Republicano, y, por ende, continuó recibiendo alabanzas de sus seguidores.

El hecho de que muchos votantes republicanos siguieran argumentando en contra del fraude electoral a pesar de la falta de evidencia, demuestra un nivel de lealtad impresionantemente ciego. Quizás, como muchos de nosotros, se sintieron perdidos ante un mundo que parecía demasiado complejo, y quedaron entregados a la narrativa que Trump y su séquito esbozaron.

¿Reteniendo el poder tras la tormenta?

La esencia de esta política de «tribus» se puede observar incluso ahora, con Trump de vuelta en el centro del escenario. Hoy, mientras se lleva a cabo la certificación de su victoria, la misma persona que tuvo un papel en el asalto estará siendo aclamada por algunos y repudiada por otros.

Es casi surrealista: Kamala Harris, la mujer que fue objeto de desprecio durante el período electoral, se encuentra en un rol catártico, aceptando y confirmando a su rival como presidente. La ironía es palpable, y en un momento como este, uno no puede evitar reírse para no llorar.

El futuro incierto: ¿dónde nos deja esto?

La situación actual nos deja con interrogantes más profundas. ¿Hacia dónde va realmente la política estadounidense? Están los que apuestan a un nuevo renacer de la democracia y aquellos que, causando una balanza bastante desequilibrada, son fieles exponentes de un trumpismo que parece estar más vivo que nunca.

En medio de este vaivén, igualmente es relevante cuestionar el rumbo de nuestro sistema democrático. Si el asalto al Capitolio es convertido en un símbolo de orgullo por algunos, ¿qué significa esto para el futuro político del país? La narrativa parece no solo estar en juego, sino también la propia supervivencia de la democracia.

Reflexiones finales: de la insurrección a las urnas

Así, tras un ciclo contínuo de tensiones políticas, no podemos perder de vista el hecho de que el ciclo renueva, y la historia tarde o temprano se vuelve a escribir. Este invierno, el frío que se siente en Washington es ligero en comparación con el calor de las tensiones que provocan estas relaciones intrincadas. El futuro es un enigma, pero de una cosa estoy seguro: la historia seguirá su curso, y quizás, los relatos de este periodo se convertirán en temas de referencia en las clases de historia en algunas décadas.

Así que, mientras aturdidos observamos el panorama, yo me pregunto: ¿en qué tipo de mundo queremos vivir? Uno donde lo más relevante no sea un asalto al Capitolio, o uno donde la verdad y la responsabilidad no se hayan esfumado en la bruma de la retórica política.

El 6 de enero fue un día complicado, pero espero que el discurso que radicalmente saudó la violencia se convierta, algún día, en un momento de reflexión sobre la importancia de la verdad y la cohesión social. Entre risas, lamentos y una buena dosis de surrealismo, sigamos explorando la locura de la política moderna, mientras los susurros de la historia continúan.