El 31 de enero de 2023 marcó un hito en la historia del sistema penitenciario salvadoreño. Se cumplieron dos años desde la inauguración del Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), esa mega cárcel donde, a partir de los anuncios del presidente Nayib Bukele, se ha dado un paso radical para combatir una problemática que ha azotado a El Salvador durante décadas: las pandillas. Pero, ¿qué implica realmente esta lucha? ¿Es una solución efectiva o se oculta algo más bajo la superficie de cemento y rejas?

El cecot: más que una mega cárcel

Cuando escuché por primera vez sobre el CECOT, pensé en algo que podría salir de las novelas distópicas. Un laberinto de hormigón, seguridad militarizada y más de 40,000 reclusos. En tiempos en que la ciencia ficción parecía más creíble que la realidad, ¿quién podría imaginar que un país tan pequeño como El Salvador decidiría construir un megaproyecto de este tipo para lidiar con la violencia de las pandillas?

La experiencia personal me ha llevado a conocer la realidad de otras cárceles en diferentes partes de América Latina, donde las condiciones son, a menudo, inhumanas. Siempre recordando con una sonrisa nerviosa cómo, en uno de mis viajes a Honduras, un amigo y yo pensamos que tomar un tour por una prisión sería una gran idea. Spoiler: no lo fue. Así que, cuando Bukele comenzó a compartir videos de los reclusos del CECOT en camisetas amarillas trabajando en proyectos para «pagar su deuda con la sociedad», me pregunté si alguna vez podríamos observar un impacto real de esa transformación.

La estrategia de bukele: un cambio radical

La estrategia de Bukele ha sido clara: enfrentar el problema de las pandillas de frente. La seguridad es, sin duda, un aspecto prioritario en su gobierno. Desde que asumió el cargo en 2019, los niveles de homicidios han bajado de forma significativa, lo que le ha otorgado un apoyo popular sin precedentes. Para muchos, Bukele se ha convertido en un salvador. Para otros, sus métodos son vistos como tiránicos.

Su enfoque tiene como pilar la reclusión masiva de aquellos señalados como pandilleros. “El 40% de nuestra población carcelaria ya está pagando su deuda con la sociedad”, proclamó Bukele mientras mostraba a muchos de estos hombres realizando labores diversas, desde fabricación de ropa hasta limpieza de playas.

Es innegable que el impacto mediático de estas iniciativas es enorme. Sin embargo, cada vez que veía un video de los prisioneros construyendo carreteras y limpiando ríos, no podía evitar sentir una mezcla de admiración y escepticismo. ¿Realmente se están rehabilitando o simplemente están trabajando para que un gobierno logre más “likes” en redes sociales?

La realidad tras el nombre: condiciones cuestionables

La dificultad de la situación se vuelve aún más palpable al mirar más allá de las sonrisas en las redes sociales. El CECOT ha sido acusado de contener celdas atestadas en condiciones inhumanas. Según informes recientes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), la situación dentro de la cárcel ha sido cuestionada fuertemente. De hecho, un testimonio que me impactó fue el de una reclusa que describió cómo su celda, que debía albergar a 90 personas, estaba habitada por 140. La falta de comida, agua e higiene es alarmante.

Esto me recuerda a una historia que escuché sobre un viaje a una cárcel en otra parte del mundo. Los reclusos estaban divididos por clases: los que podían permitirse comprar mejores comidas y los que simplemente subsistían a base de arroz y frijoles. Sin embargo, la diferencia está en que en El Salvador hay un trasfondo de represión política que revela una falta de empatía que no se ve con claridad en otros contextos.

Testimonios de vida en el cecot

A medida que se publican más detalles sobre el CECOT, las historias personales se vuelven más impactantes. Un hombre encarcelado por robo que, en sus propias palabras, jamás había tenido otra opción en su vida. “Estuve buscando trabajo hasta que me di por vencido”, dijo. “Pero hay quienes están aquí por crímenes que realmente no cometieron”. Su historia no es la única, hay miles de condenas erróneas que siguen goteando de las heridas abiertas de un país que ha sido devastado por la violencia y la pobreza.

¿Cómo se puede reconciliar el deseo de justicia con el inmenso dolor de aquellos que son llevados al sistema penitenciario sin importar su culpabilidad? ¿Es tan solo un número en la lista de Bukele o son padres, hijos, tíos y amigos de alguien?

Las cifras no mienten (aunque a veces lo hagan)

Desde la llegada de Bukele, la tasa de homicidios ha experimentado un descenso notable. En 2019, la cifra estaba en un aterrador 38,5 por cada 100,000 habitantes, mientras que en 2024 se reporta una nueva cifra que ronda el 1,9. Esto es, en sí mismo, una afirmación poderosa sobre el cambio de política de seguridad del presidente.

Pero aquí es donde entran los matices. La reducción de homicidios no garantiza que todos los problemas se resuelvan. Una reducción en las muertes no significa restaurar la paz. Aquí es donde el humor negro y la ironía se hacen presentes: es como cuando tu médico te dice que has bajado de peso, ¡pero resulta que te encontró con una bacteria en el estómago!

La importancia de la narrativa

El presidente Bukele ha manejado la narrativa de tal manera que muchas personas ven el descenso en la criminalidad como un triunfo. Sin embargo, lo que muchos no consideran es el impacto psicológico y emocional que estas políticas han tenido sobre el país. Cada recluso tiene una historia detrás, y mientras algunos son culpables de delincuencia, otros han sido llevados al CECOT por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.

La narrativa está atrapada en una lucha entre el deseo de seguridad y la protección de los derechos humanos. ¿Es posible encontrar un equilibrio entre los dos?

Efectos internacionales y el futuro de El Salvador

El modelo de Bukele ha comenzado a llamar la atención no solo en Centroamérica, sino que su enfoque se está observando en Estados Unidos y otras partes del mundo. Un enfoque de mano dura contra el crimen podría parecer atractivo para algunos, pero el dilema es que esto también puede estimular críticas sobre los derechos de los reclusos.

Algunos piensan que el futuro del CECOT podría inspirar la creación de más centros similares en otros países. Sin embargo, esto genera una pregunta fundamental: ¿es ese realmente el camino que queremos seguir como sociedad? La cárcel como solución a problemas estructurales será un debate que aún está en pañales.

Reflexiones finales

No se puede negar que el gobierno de Bukele ha logrado una reducción en los índices de criminalidad y ha abierto un debate sobre la justicia en El Salvador, pero las implicaciones de sus políticas están lejos de ser simples.

En este contexto, el CECOT se ha convertido no solo en un símbolo de la lucha contra las pandillas, sino también en una metáfora de la ambigüedad moral que enfrenta El Salvador. Cada historia, cada vida detrás de las rejas, es un recordatorio de que la justicia y la humanidad deben ir de la mano al reformar un sistema que ha fallado a muchos, una y otra vez.

Al final del día, es fundamental cuestionarse: ¿qué tipo de sociedad queremos construir? ¿Es el miedo y la represión el camino hacia un futuro mejor? Tal vez la respuesta, aunque no definitiva, resuene en la voz de cada salvadoreño que busca paz y redención en medio de un mar de incertidumbres.