Las terapias de conversión han sido el epicentro de un debate acalorado en la sociedad moderna, especialmente en un contexto donde la diversidad sexual y la aceptación están ganando terreno. La noticia reciente sobre los dos cardenales más cercanos al Papa Francisco negando cualquier conexión con estas prácticas en España es un claro reflejo de un conflicto entre la fe y los derechos humanos. ¿De verdad se pueden «cambiar» estas orientaciones mediante la fe? Es una pregunta que muchos se hacen, y este artículo busca profundizar en este tema, plantear preguntas difíciles y reflexionar sobre el papel de la iglesia y la sociedad.

El trasfondo de las terapias de conversión

Las terapias de conversión, también conocidas como terapias reparativas, son prácticas que intentan cambiar la orientación sexual de una persona a través de métodos que van desde la terapia psicológica hasta métodos más controvertidos y, a menudo, dañinos. La Asociación Española contra las Terapias de Conversión ha tomado cartas en el asunto, denunciando a varias diócesis en España, entre ellas Madrid y Barcelona, por presuntamente permitir la organización de eventos que promueven estas prácticas. Al menos, eso es lo que afirma la reciente denuncia.

Como un espectador objetivo de este espectáculo tan desgastante, uno no puede evitar preguntarse: ¿en qué momento la religión, que se supone que debe ser una fuente de amor y compasión, se convierte en un campo de batalla donde se intentan «reeducar» a personas? Suena a una trama de película de terror, ¿verdad? Solo que esto es una realidad para muchas personas en el mundo.

La respuesta oficial: Negación y desmarque

Desde la diócesis de Madrid y la diócesis de Barcelona, se ha dejado claro que no se ha dado permiso para estas prácticas. Según autoridades eclesiásticas, la Santa Sede ya había condenado el uso de terapias de conversión en 2021, lo que añade un nivel de complejidad a la situación: mientras algunas parroquias parecen llevar a cabo estas iniciativas, otras se desmarcan rotundamente, prometiendo que «no están en ese tipo de prácticas». Este tira y afloja entre las diferentes diócesis se convierte en un juego de palabras que no hace más que confundir a la población.

Es un poco como cuando intentas hablar de política con un amigo y cada uno tiene una opinión que contradice la del otro. En este caso, las palabras de los cardenales parecen ser un intento de apaciguar a sus fieles mientras otros siguen impulsando esta ideología cuestionable. ¿Es esto un problema de comunicación? ¿Una falta de liderazgo claro dentro de la iglesia? La respuesta sigue siendo incierta.

Una fe en conflicto

¿Cuántas veces hemos visto cómo la fe y los valores fundamentales chocan con la realidad de la vida moderna? La diócesis de Getafe ha reconocido haber celebrado eventos donde se discutía sobre la fe de personas que anteriormente no eran católicas. Sin embargo, se niegan a calificar estas sesiones como terapias de conversión. Es como decir que un almuerzo con sushi no es realmente una comida japonesa si no le pones salsa de soja. ¿Puede la iglesia realmente desmarcarse de las acciones de sus instituciones en un tema tan espinoso?

La lucha no es solo por la aceptación de las comunidades LGTBIQ+, sino también por un espacio de diálogo más abierto sobre la sexualidad en las instituciones religiosas. La declaración del cardenal Juan José Omella de que la iglesia debe “acompañar” a las personas con orientación sexual diversa es un paso positivo, aunque su impacto real en la práctica es todavía incierto.

La voz de los afectados: testimonios desgarradores

Saúl Castro, presidente de la Asociación Española contra las Terapias de Conversión, ha compartido lo que muchas personas han vivido en estas experiencias. Y aquí entra la parte más cruda del problema: a menudo, estas «terapias» no solo son inútiles, sino también profundamente dañinas. Muchas personas podrían narrar sus experiencias, marcadas por sentimientos de fracaso, rechazo y angustia. Es una realidad desgarradora que se extrae en cada testimonio y que no puede ser ignorada.

Les invito a imaginar por un momento: ¿qué pasaría si, en lugar de encontrar apoyo y amor, alguien se enfrenta a un marco que busca «reparar» algo que nunca está roto? Sería un viaje de desilusión y tristeza, ¿no crees? Quien se presenta como un guía espiritual podría terminar siendo su mayor opresor.

Foco en la verdadera espiritualidad

La espiritualidad no debería ser un salón de torturas emocionales. Si realmente seguimos los principios de amor y aceptación que promulga la mayoría de las religiones, ¿no sería más eficaz apoyar a las personas en su búsqueda de identidad y bienestar? La respuesta parece obvia.

Por suerte, hay voces dentro de la iglesia que están utilizando su plataforma para abogar por un cambio. La relevancia de la declaración del Papa Francisco sobre la necesidad de no participar ni promover estas terapias es un rayo de esperanza. Pero, ¿es suficiente? Dado que las prácticas continúan en algunas diócesis, solo el tiempo dirá si estos principios encontrarán un camino real hacia la acción.

Un futuro incierto: ¿cambiarán las cosas?

Después de analizar todos estos puntos, regresamos a esa pregunta original: ¿realmente se pueden cambiar las orientaciones sexuales? La respuesta es, de nuevo, un rotundo no. Además, al entrar en el siglo XXI, la idea de que la sexualidad puede ser “reparada” debería provocar una reacción de incredulidad y desdén, ¿no crees?

La iglesia tiene una oportunidad de oro para adaptarse a las necesidades modernas, y sería un error dejar pasar esta oportunidad. Ahora más que nunca, la humanidad necesita valores de compasión y amor. La pregunta es: ¿est