Desde su instauración en 2010, el Día de la Memoria en Euskadi ha sido un símbolo de reconocimiento hacia las víctimas del terrorismo y la violencia política. Sin embargo, cada 10 de noviembre, lo que debería ser una conmemoración unitaria ha revelado un complicado mapa de emociones y posturas, subrayado por la polarización política y social que vive la comunidad autónoma. Esta trayectoria, marcada por decisiones controvertidas y discursos que reflejan heridas aún abiertas, merece ser revisitada. ¿Cómo logramos recordar sin dividirnos aún más?

Un contexto muy particular

Vale la pena recordar cómo se llegó a instaurar este día. En una época en la que Euskadi luchaba por recordar a quienes sufrieron por el terrorismo, pienso en los recuerdos de mi infancia. Recuerdo el murmullo de mis mayores hablando del “terror” que invadió las calles, como si fuese una sombra alargada que nunca se fue. En ese sentido, el Día de la Memoria se propuso como un espacio para compartir el dolor, un acto de reconciliación y un intento de mirarnos a los ojos por todas esas vidas desgastadas por la violencia.

Pero… ¿qué ocurre cuando las heridas están tan frescas? En este contexto, la llegada de diferentes voces políticas complicó aún más la celebración. Mientras EH-Bildu apoya un homenaje tradicional a las víctimas que ellos consideran olvidadas, la controversia se instala de la mano con el rechazo del PP y Vox. Laura Garrido, portavoz del PP vasco, ha dejado claro que no pueden apoyar un homenaje que no contemple las víctimas del terrorismo de ultraderecha y de abusos policiales.

Divisiones que no se olvidan

La situación plantea una pregunta crítica: ¿podemos avanzar hacia la reconciliación sin primero reconocer todas las verdades? Las historias de víctimas son legítimas, aunque sus narrativas sean divergentes. Adaptar un discurso que contemple todas las voces parecería un primer paso hacia una memoria compartida, pero el camino está plagado de espinas. ¿Alguna vez has intentado organizar una cena familiar? Imagina tener a tus tíos, tus abuelos y tus primos en la misma mesa ¿Verdad que a veces parece una misión imposible?

La historia de Etxerat

Hablemos un poco más sobre Etxerat, la organización que busca visibilizar a los presos etarras. Aunque en ocasiones se la asocie con desacuerdos, su existencia también es un recordatorio de que el sufrimiento puede tomar muchas formas. Muchos de sus miembros insisten en que la perspectiva de las familias de los presos etarras necesita ser escuchada y, a menudo, la argumentación se torna incendiaria. Pero no podemos olvidar que decir “no quiero escuchar” a veces puede transformar el dolor en resentimiento.

En muchos hogares vascos, el eco de estas palabras resuena con una complejidad emocional que puede resultar desafiante. ¿Acaso no hemos vivido en carne propia los efectos de una narrativa que no deja espacio para las diferentes verdades? La búsqueda de cierre se vuelve una batalla que arrastra no solo a los involucrados directamente en el conflicto, sino a sus familias y comunidades.

Homenajes a grupos silenciados

A continuación, debemos considerar el otro lado de la moneda. La negativa del PP y Vox a honrar a estas víctimas tiene matices que merecen atención. No solo se trata de un rechazo a un homenaje, sino de una reivindicación de contar también la historia de quienes sufrieron bajo la violencia del terrorismo de Estado. En este marco, ¿quién tiene la autoridad para decidir qué vidas merecen ser conmemoradas? ¿Es la política la que debe dictar la validez del sufrimiento?

En mis conversaciones con amigos y vecinos, la constante es lo dura que resulta la memoria. Muchos aseguran que el silencio perpetuado solo carga más la historia. “Si no hablamos, parece que no existieron”, me decía uno de mis amigos, quien se ha dedicado a documentar la memoria histórica en nuestra comunidad. Este llamado a la acción es crucial para quienes buscan sanar desde el recuerdo.

La memoria como herramienta de sanación

Es evidente que la memoria debe ser una herramienta, no un arma. Recientemente, se han dado varios enfoques en diversas instituciones para abordar el tema de la memoria de manera más inclusiva. Por ejemplo, se han llevado a cabo charlas, talleres y exposiciones que permiten reflexionar sobre el dolor sufrido por diferentes sectores de la sociedad. En ciertas ocasiones, me he encontrado hablando con gente de diversas partes de la comunidad sobre sus experiencias y memorias, y es sobrecogedor ver cómo cada historia, aunque única, teje un patrón de dolor compartido.

¿Cómo se siente recordar a quienes perdimos y, a la vez, dar espacio a quienes hemos dejado atrás? Esa es la magnitud del desafío. Es un tema delicado y, a veces, puede parecer que es más fácil ignorar, pero realmente estamos dejando sin voz a aquellos que requieren ser escuchados.

Posibles caminos hacia adelante

El diseño de un reconocimiento inclusivo que concilie todas las voces parece ser un camino posible hacia este anhelado espacio de sanación. Se habla de construir memoriales donde se honre a todas las víctimas. ¿No suena ideal un lugar donde cada persona pueda rendir homenaje a su historia personal, sin que se le diga si es válida o no? La creación de un relato común, que considere todos los puntos de vista puede resultar en un avance hacia la reconciliación.

Las experiencias de otros países que han vivido eventos traumáticos, como Sudáfrica después del apartheid, nos muestran que la creación de comisiones para la verdad y la reconciliación puede ser una estrategia efectiva. Las comisiones permiten que las voces de las víctimas sean escuchadas y su dolor reconocido. ¿Podría Euskadi explorar un camino similar?

La importancia de escuchar

Lo que está claro es que mientras continuemos sin escuchar las voces de todos los sectores de la sociedad, el dolor persistirá. La “memoria” se convierte en un concepto que se enreda con la ideología política, lo que impide que el acto de recordar sea un ejercicio de empatía. Tal vez cada uno de nosotros podría hacer un pequeño esfuerzo. ¿Por qué no sentarnos con un amigo, un familiar o incluso un vecino, y compartir experiencias de vida? A veces, un simple diálogo puede abrir las puertas hacia un entendimiento mutuo más profundo.

En fin, al final del día, ¿quién puede adjudicarse el derecho de decidir cómo, cuándo y a quién recordar? La memoria en Euskadi debería contemplar a todas las víctimas, no solo como un acto de reconocimiento, sino como una demostración de humanidad compartida. A veces nos olvidamos que, tras cada historia de violencia, también hay amor, dolor y, sobre todo, vidas que merecen ser recordadas.

Unidos en la memoria tal vez en algún momento podamos llegar a sanar las fracturas y construir una sociedad más robusta, donde el dolor de unos no ahogue la historia de otros. Después de todo, somos más fuertes si recordamos juntos, si honramos no solo nuestras propias heridas, sino también las ajenas.