Cuando uno se sienta a ver una película, pasa por la mente un pequeño ritual: ¿Qué me va a ofrecer esta historia? ¿Me hará reír, llorar, o tal vez reflexionar sobre mi vida? En el caso de «Queer», la última propuesta de Luca Guadagnino, que ha venido a añadir una capa más a su ya extenso repertorio de narrativas complejas —y no sin cierta controversia— se trata de un viaje al mundo vibrante pero, a su vez, sombrío del escritor William S. Burroughs. Pero no se espanten, no voy a hacer una crítica peliculera al uso. Este es un espacio para reflexionar sobre el amor, la adicción y eso que llamamos identidad, la narrativa que a veces nos confunde y otras nos abraza.

la recreación del universo beat: un vistazo a «queer»

Imaginémonos la escena. Un hombre canoso y desgastado, interpretado por el siempre impecable Daniel Craig, se encuentra vagando por las calles de un México D.F. de los años 50. La atmósfera es densa, casi se puede sentir el humo de los cigarrillos bañando el escenario y el eco de jazz sonando de fondo. Este no es el James Bond que recordamos, no. Aquí, el viejo Lee, un alter ego de Burroughs, se enfrenta a sus demonios y el drug-dealer lifestyle que parece atraerlo como un imán. ¿No les recuerda a esa fiesta en la casa de un amigo que se vuelve descontrolada? Uno puede empezar con un pequeño trago y terminar bailando en chanclas.

La obra original de Burroughs siempre ha sido difícil de traducir a la pantalla. ¿No lo creen? Su escritura, llena de surrealismo y personajes desinhibidos que viven bajo la influencia de las drogas, presenta un desafío monumental para cualquier director. De hecho, imaginen la escena: un grupo de cineastas debatiendo acaloradamente sobre cómo representar las visiones locas de un tipo que cree que puede comunicarse telepáticamente con un hipopótamo. «Chicos, tengo una idea… ¡y no involucra hipopótamos!» Eso, seguramente, se traduce en muchas risas en el set.

el amor en tiempos de confusión

El corazón de «Queer» gira en torno a la relación entre Lee y el joven Eugene Allerton, un papel interpretado por Drew Starkey. Aquí es donde las cosas se ponen un poco… complicadas. Mientras Lee representa un viaje hacia la decadencia y confesiones apabullantes, Eugene es un espíritu más joven que navega por sus propios sentimientos e identidades. Lo que se nos ofrece no es solo una historia de amor, sino una exploración de lo que significa la confusión sexual en una época tan restrictiva. ¿Cuántas veces no hemos sentido que, a pesar de encontrarnos rodeados de gente, nos encontramos realmente solos? Eugene, que va descubriendo su orientación sexual como quien investiga un oráculo, es capaz de hacernos recordar esos momentos de vulnerabilidad.

Y aquí es donde me permite un pequeño paréntesis: esa sensación de confusión sobre quiénes somos o a quién amamos es algo que todos, en algún punto de nuestra vida, hemos experimentado. La vida es a menudo como una caja de chocolates. Uno puede pensar que el chocolate de avellana es el que más le gusta y al final descubre que es el de frambuesa el que le roba el corazón. (Aunque, seamos sinceros, a veces se elige el chocolate más feo, pero eso es parte de la aventura, ¿no?)

adicciones y soledad: un viaje oscuro pero real

A través del personaje de Lee, Guadagnino nos presenta un retrato penetrante y doloroso de la adicción. A medida que la trama se desarrolla, somos testigos de cómo las frustraciones de Lee no solo provienen de su adicción a las drogas, sino también de su incapacidad para conectar emocionalmente con las personas que le rodean. La soledad es, quizás, el personaje más importante de la película. Esa soledad que hace que sólo quieras abrazar a tu perro mientras te preguntas si alguna vez encontraras el amor verdadero. Cada escena se siente pesada, como si cargáramos un ladrillo en nuestras mochilas.

Podría decirse que la verdadera historia de amor aquí es la que se genera entre Lee y sus propias adicciones. Algo que queda claro es que las adicciones —sean drogas, relaciones tóxicas, o incluso el chocolate— no siempre nos ofrecen lo que pensamos. ¿Acaso no es extraño que podamos aferrarnos a algo que nos daña?

un guion complicado y giros inesperados

Es cierto, en el trayecto de «Queer», hay momentos en que la narrativa se adentra en el abismo de la complejidad. Los últimos treinta minutos son un laberinto que a veces nos deja más confundidos que entretelones de un rompecabezas adivinanza. Aquí, Guadagnino parece querer canalizar el surrealismo de Burroughs, pero en lugar de hacernos sentir que estamos dentro de una pintura abstracta, puede que nos sintamos más como un cuadro en una exposición de arte moderno, sólo que sin entendimiento alguno.

Al final, la proyección puede dejarte una pregunta envolvente: ¿Vale la pena sumergirse en las profundidades de la mente de un autor tan único? Para mí, la respuesta está en la experiencia misma. A veces, el viaje es más interesante que el destino. “Queer” es eso, un viaje por la vida, amor, desamor y auto-descubrimiento. Puede que no lograra captar todo lo que prometía; sin embargo, eso no quita valor a los momentos auténticos que nos impactan. ¿Alguna vez has cargado la pesada realidad del amor no correspondido? Así se siente el final de esta película.

reflexiones finales: una narrativa con fallos y virtudes

A medida que salía de la sala de cine, no pude evitar sentir cierta ambivalencia sobre lo que acababa de presenciar. «Queer» se definió, para mí, como una obra que intenta capturar la esencia de un tiempo y lugar a menudo olvidados. Aunque su narrativa se tambalea en algunos puntos y las referencias culturales pueden resultar incomprensibles, sigue siendo un testimonio de lucha personal y búsqueda de identidad.

Tal vez, si de esta película aprendiéramos algo, sería la importancia de encontrar nuestro propio camino y de explorar cada rincón de nuestros corazones. Al final del día, cada uno de nosotros tiene su propia historia que contar, desbordante de matices que nos hacen humanos. Así que, ¿quién necesita etiquetas? Vivimos en un mundo donde lo que importa es cómo se siente nuestro corazón, más que lo que dictan los manuales.

La vida, como «Queer», es una mezcla de caos y belleza. Algunas veces es simplemente… un viaje. Así que, ante la duda, ¡abracen sus propias historias!