La violencia sexual es, sin duda, uno de los temas más difíciles de abordar en nuestra sociedad. Sin embargo, el caso de Gisèle Pelicot, que actualmente se juzga en Francia, destaca no solo por su brutalidad, sino también por lo que revela sobre la dinámica de poder y control en las relaciones íntimas. A medida que exploramos este caso y otros similares, me pregunto: ¿hasta qué punto somos conscientes de que la violencia sexual en la pareja puede estar más cerca de casa de lo que imaginamos?
La historia de Gisèle Pelicot: un sobredimensionamiento del horror
Para aquellos que no están familiarizados con este caso, Gisèle Pelicot fue víctima de un ataque extremadamente violento y orquestado por su entonces pareja, Dominique Pelicot. Lo que hace que este caso sea particularmente inquietante no es solo el número de agresores implicados, sino también el modus operandi que adoptaron, que se asemeja más a una trama de película horrorífica que a la realidad de la vida cotidiana. Pero, ¿no es un poco la realidad para muchas mujeres en sus relaciones?
A menudo tenemos la imagen de que las agresiones son perpetradas por extraños en la oscuridad de la noche, pero, como señala Carla Vall, abogada experta en violencias machistas, la confianza y la intimidad son, irónicamente, las mismas herramientas que muchos agresores utilizan para infligir daño. Basta con mirar a nuestro alrededor: las estadísticas indican que más del 68% de las agresiones sexuales son cometidas por hombres conocidos.
La percepción errónea de las agresiones sexuales
Es inquietante cómo la sociedad, en su mayoría, sigue creyendo que la violencia sexual es algo aislado y que se produce solo en circunstancias extremas. De hecho, una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) reveló que dos de cada diez personas piensan que obligar a tu pareja a tener sexo no debería ser castigado. Eso, amigos míos, nos dice mucho sobre dónde estamos como sociedad.
Me recuerda a una anécdota de una conversación en una cena familiar donde, con algunas copas de vino (que, por cierto, siempre son una mala idea durante un debate social), un pariente comentó que «si ella no para, es que le gusta». En ese momento, me sentí como si el frío de la realidad me atravesara. ¿Estamos realmente tan arraigados en nuestros mitos que la lógica desaparece?
El estigma y la invisibilidad de la violencia sexual
El estigma que rodea a las víctimas de violencia sexual, especialmente cuando el agresor es una pareja o expareja, es desolador. Como menciona la doctora en estudios de género Bárbara Tardón, muchas veces es difícil para las víctimas aceptar su situación porque implica reconocer que han estado en una relación abusiva. Este es un paso comprometedor que trae consigo una carga emocional y social enorme.
Cada vez que escucho sobre un caso de agresión sexual, no puedo evitar sentir empatía por la víctima. La lucha interna que deben afrontar en el proceso de salir de una dinámica tóxica es monumental. La dificultad no solo radica en la sociedad, sino también en la percepción personal de su propia realidad.
La difícil batalla por la justicia
Aún si las víctimas deciden llevar su caso a los tribunales, los obstáculos son numerosos. Según un informe del European Journal on Criminal Policy and Research, los casos donde el agresor es una pareja o expareja tienen tasas de condena significativamente menores que en los casos donde el agresor no es conocido, con un 62,5% frente a un 79,1% respectivamente. Y por si fuera poco, la media de condena es también más corta en este tipo de casos.
Es un duro golpe de realidad: ¿por qué nuestra justicia parece no tomar en serio estos delitos? La credibilidad de las víctimas suele estar en entredicho. Y, dado el contexto de violencia psicológica que frecuentemente acompaña a estas situaciones, ¿cómo puede una víctima defender su caso sin ser manipulada por la narrativa del agresor?
La cultura de la violación y sus implicaciones
Lo que es particularmente preocupante es cómo la cultura de la violación juega un papel crucial en todos estos aspectos. Muchos de los mitos que rodean las agresiones sexuales son tan profundamente arraigados que, a menudo, se perpetúan inconscientemente. Las preguntas de «¿por qué no se fue antes?», o «¿por qué no lo denunció inmediatamente?» son ejemplos de cómo la culpa se desplaza tímidamente hacia las víctimas.
En el caso de Gisèle, varios de los hombres acusados han afirmado que creían que eran «parejas liberales». Paradójicamente, esto refleja cuán confusas pueden ser las líneas del consentimiento en un contexto donde el control y la manipulación están presentes.
La importancia de visibilizar la violencia sexual
La violencia sexual en la pareja es, según muchos estudios, una de las formas más frecuentes de violencia de género. Sin embargo, el foco mediático y judicial tiende a centrarse en los delitos físicos más evidentes, lo que lleva a que muchas de estas agresiones pasen desapercibidas.
Las estadísticas también son alarmantes. En 2023, solo un 1,3% de los casos de violencia sobre la mujer que llegaron a los juzgados fueron clasificados como violencia sexual. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿realmente estamos abordando el problema de manera efectiva?
Reflexiones sobre el deber conyugal y su legado cultural
Hasta 1989, el Código Penal español no reconocía la violencia sexual en el matrimonio como un delito. Esto puede parecer un dato de trivia, pero es un reflejo del mandato de género que ha permeado la sociedad durante siglos. ¿No es asombroso pensar que hablamos de algo que ha sido legal y aceptado solo hace unas pocas décadas?
Los ecos de esta falta de reconocimiento permanecen en la conciencia colectiva. Y a pesar de los avances, todavía hay quienes piensan que la violencia sexual dentro de un matrimonio es una forma aceptable de «deber conyugal». ¿Cuántas veces hemos escuchado frases como «es parte de su deber»?
La necesidad de cambiar la narrativa
Hemos llegado a un punto crítico donde es esencial que cambiemos la narrativa sobre la violencia sexual. Esto no es solo responsabilidad de las instituciones; también es responsabilidad de todos nosotros como sociedad. Desde la educación hasta la representación mediática, necesitamos crear un entorno donde las voces de las víctimas sean escuchadas, y donde la violencia en todas sus formas sea categóricamente rechazada.
En ese sentido, la serie de la directora Alauda Ruiz de Azúa, titulada «Querer», se erige como un ejemplo significativo que aborda estas complejidades. Representar el abuso en relaciones de largo plazo es crucial para visibilizar el problema y entender que no se trata de un acto aislado.
Preguntándonos hacia el futuro
Al final, me pregunto: ¿qué tipo de legado estamos dejando para las próximas generaciones? ¿Estamos tan atrapados en nuestros propios miedos y prejuicios que nos resulta más fácil ignorar el problema? Ahora más que nunca necesitamos un diálogo honesto y abierto sobre estas cuestiones. No se trata solo de querer entender, se trata de actuar. La comprensión sin acción es solo una conversación sin final.
En conclusión, casos como el de Gisèle Pelicot no son solo tragedias individuales; son reflejos de una cultura que necesita urgentemente un cambio de perspectiva. La violencia sexual en la pareja es un problema real, y es hora de que lo reconozcamos, lo visibilicemos y, más importante aún, lo combatamos. Así que, te pregunto, ¿qué papel jugarás tú en esta lucha?