La historia es un libro abierto donde cada página es un esbozo de lo que hemos sido y, de alguna manera, de lo que seguimos siendo. Una de las páginas más fascinantes (y a la vez más contenciosas) de la historia de España se centra en la relación entre el ejército y la democracia. Y, aunque no soy historiador, he pasado horas en el sofá, con un café en mano, preguntándome cómo llegamos a donde estamos hoy. Así que acompáñame en este viaje a través de la historia, y espero que logremos aprender algo en el camino… ¡y quizás hacer algunas sonrisas en el proceso!

Un inginero que se convierte en dictador

El 8 de septiembre de 1943, un grupo de generales —en su mayoría de la vieja guardia— se reunió para redactar una misiva a Francisco Franco, el entonces jefazo del Estado. ¿La razón? Pedirle que restaurara la monarquía tras la Guerra Civil. Es un poco irónico, ¿no? Esa misma cúpula militar que había reventado el orden constitucional en 1936 ahora pedía una especie de vuelta a la «normalidad» monárquica, como si los reyes nunca hubieran abandonado su trono de palacio.

Me viene a la mente una anécdota de la infancia: cuando un grupo de amigos decide hacer una película en casa y, tras horas de grabación, se dan cuenta de que sólo han conseguido grabar bloopers. Así se sentían esos generales, tratando de arreglar un monumental desastre después de haber causado uno aún más grande.

La carta de los generales fue un reflejo no solo de su desesperación, sino también de una falta de cohesión que había caracterizado a su propia conspiración. No tenían un plan ni un objetivo claro. ¿Te imaginas llegar a una reunión de trabajo y decir: «Bueno, no tengo ni idea, pero ¿qué tal si volvemos a lo de antes?»?

Esta carta marcó el primer punto de quiebre en la dictadura de Franco. Desde este momento, el claro liderazgo de Franco no volvería a ser cuestionado hasta la célebre Unión Militar Democrática (UMD). Pero, antes de llegar ahí, es crucial entender cómo un general se apoderó de las riendas del país.

El ciclo vicioso de Franco y el ejército

Mientras que la carta de 1943 parecía una especie de último intento por parte de los generales, el verdadero juego de poder ya estaba bien definido. Apenas unos años después de la Guerra Civil, Franco era ya el indiscutible «Caudillo» y su régimen conservador había encontrado (y atrapado) al ejército en un bucle de lealtad casi ciega.

Historias como esta son las que me hacen pensar: ¿cómo es posible que un hombre pueda absorber tanto poder y que, al mismo tiempo, el ejército, la fuerza que debe proteger, haya decidido cerrar los ojos ante la tiranía? La respuesta podría ser, entre otras cosas, una combinación de miedo y tácticas de manipulación política. Recuerdo una película que vi una vez donde un villano podía hacer que todos se inclinaran ante él con solo un gesto: así se sentían los generales bajo la sombra de Franco.

En este entorno cargado de tensión, figuras como José Sanjurjo y Queipo de Llano se sumaron al movimiento militar que, inicialmente, fue diseñado para derrocar al gobierno legítimo. Curiosamente, aquellos que habían anhelado un regreso a la monarquía no se vieron afectados por la moralidad de su causa. Ello solo demuestra que, en la política, la lealtad a las ideas a veces carece de fundamento ético.

¿Un ejército «apolítico»?

El término «apolítico» se usa a menudo para describir la posturas del ejército franquista en su etapa final. Es un término que lleva consigo un aroma de ironía. ¿Realmente el ejército estaba exento de política, o simplemente no le convenía mostrar su verdadera postura? Según Xosé Fortes, un capitán de Infantería que presenció de primera mano estos acontecimientos, en el ejército español había una mezcla de grupos ideológicos.

Podemos imaginar al ejército desenfrenado, como una familia en una cena de nochebuena donde cada uno defiende su postura política de manera acalorada. El «grupo azul», compuesto por fanáticos del régimen, contrastaba con un pequeño, pero influyente, grupo que se oponía al franquismo y abogaba por una transición democrática.

Esta situación me recuerda a un debate que escuché hace poco. Una amiga y yo estábamos hablando sobre la política actual y la diferencia entre ser «apolítico» y estar «en contra de» algo. Es como decir que no te gusta la pizza solo porque no te llamen «fanático» de la comida italiana. ¿Realmente se puede estar por fuera de la política?

La unión militar democrática: ¿un último suspiro?

La UMD, nacida en una España cada vez más frustrada y cansada del régimen de Franco, aparecía como una pequeña luz en un túnel oscuro. En su libro En la piel de los héroes, Fortes narra cómo este movimiento fue casi ahogado en su cuna. En un momento de gran miedo y incertidumbre, unos pocos oficiales decidieron que ya era hora de un cambio. Pero, ¿qué es un cambio si nunca se logra?

Recordando una historia de un valiente grupo de estudiantes que se atreven a organizar una protesta en la universidad, aunque saben que sus esfuerzos probablemente no cambiarán nada. Hay una belleza en el intento, pero también una brutal realidad en el fracaso. Este es, en cierto modo, el destino de la UMD.

Mientras que el movimiento buscaba un cambio hacia la democracia, los mecanismos del régimen se aferraban con fuerza a su poder. La represión estaba a la vuelta de la esquina. A fin de cuentas, Franco no se sentía incómodo con las conspiraciones. Más bien, las promovía en su beneficio.

¿Los militares en la actualidad?

La situación cambiante del ejército español ahora es un tema de conversación más contemporáneo. A medida que las aguas del tiempo han depositado sus residuos en la costa de nuestras conciencias, vemos cómo los soldados han pasado de ser percibidos como una fuerza represiva a un elemento esencial de la ayuda humanitaria y la respuesta a desastres.

Quiero que pienses en aquellos días pasados en Valencia, donde las lluvias torrenciales dejaron a muchos como náufragos en sus propias casas. Era el ejército, esta vez, el que llegó a salvar el día. Y francamente, es reconfortante ver a aquellos que una vez fueron vistos con un manto de desconfianza trabajar por un bien mayor.

Como dice el sabio dicho: «Nunca es tarde para cambiar». A veces, incluso el ejército puede volverse del lado «bueno» de la historia (bajo lo que muchos considerarían justificaciones morales, por supuesto).

¿Qué lecciones podemos extraer de todo esto?

El trasfondo del ejército y su papel en la narrativa democrática española nos deja con varias preguntas. Primero, ¿podemos confiar realmente en nuestras instituciones para proteger nuestros derechos y libertades? La historia ha mostrado que, en ocasiones, las lealtades podrían ser más complicadas de lo que parecen.

Por otro lado, ¿qué futuro tiene el ejército como símbolo de unidad nacional? Entre la aceptación del pasado y la lucha por un futuro inclusivo, precisamos recordar que no todos los que usan un uniforme actúan con la misma intención.

En conclusión

Como espectadores de este espectáculo que es la historia, desde aquellos días en los que los generales escribieron al Caudillo hasta hoy, queda claro que el camino hacia la democracia ha estado lleno de baches y giros inesperados. ¿Es el ejército un aliado en nuestra búsqueda de libertad? Quizás.

A veces me pregunto si podríamos ver una película sobre toda esta saga. ¿Quién actuaría? ¿Harrison Ford como Franco? O, mejor aún, ¿Harvey Keitel escondido en algún rincón oscuro, evitando la atención hasta que finalmente entrega su confesión en un giro dramático al final?

Por ahora, lo que sí es seguro es que las lecciones del pasado deben ser recordadas y reflexionadas, siempre con un café en mano y una mente abierta. Después de todo, aprender de historia es el primer paso para no repetirla. ¡Salud!