En el rincón más remoto de Líbano, específicamente en un apacible distrito llamado Keserwan, un dilema perturbador se desarrolla entre las tranquilas montañas y las tensiones intrínsecas del país. Aquí, los bombardeos israelíes, que antes parecían lejanos como si fueran escenas de una película bélica, han comenzado a afectar de manera alarmante el día a día de las personas. Mi primera reacción al leer esto fue una mezcla de incredulidad y tristeza. ¿Cómo es posible que una comunidad que busca la paz se vea atrapada en el torbellino del conflicto?

La guerra a las puertas de casa

Todo comenzó de nuevo cuando un misil israelí impactó en una vivienda en el pueblo chií de Maaysra, lo que hizo resonar la realidad del conflicto más cerca de lo que muchos jamás imaginaron. Jean Souaid y Lena Zouein, dos habitantes de Yahshush, un pueblo cristiano cercano, se encontraban visiblemente preocupados por la llegada de desplazados chiíes a su comunidad. La frase “¿Por qué tenemos que entrar en esta guerra?” resonaba en el aire, una reflexión que muchos podrían compartir, desde su hogar en Keserwan hasta el otro lado del océano.

Imaginen la atmósfera: en un día cualquiera, un vecino podría golpear tu puerta y pedir ayuda, pero en este contexto, el miedo y la desconfianza prevalecen. “Claro que tengo miedo. ¿Quién garantiza que Israel no la va a acabar bombardeando?”, se preguntaba Jean, mientras sus palabras colisionaban con el silencio incómodo del ambiente.

Identidades en conflicto

En Líbano, la religión no solo define la identidad personal; es el núcleo de la política y las relaciones sociales. Los cristianos, los chiíes, y los suníes forman un rompecabezas cuya imagen nunca parece encajar del todo. La tensión que se respira en el aire es palpable, similar a caminar por una cuerda floja: un movimiento incorrecto podría desatar un caos aún mayor.

Una conversación entre Jean y otro vecino, Dany Zouein, rinde tributo a esta complejidad: “Los cristianos, hagamos lo que hagamos, acabamos pagando un precio”. Las palabras de Dany resuenan como un eco de la historia, una historia marcada por décadas de conflicto. La realidad es que mientras unos intentan ayudar, otros ven la amenaza acechar.

¿Con qué derecho se sienten presionados para abrir sus hogares a aquellos que consideran “el otro”? Este dilema moral es uno que muchos más enfrentan en todo el mundo, no solo en Líbano. A veces me pregunto, ¿sería diferente si nos viéramos solo como humanos en vez de diferentes credos o bandos? La respuesta es complicada.

Una fragilidad estructural

Líbano se encuentra atrapado en un sistema político que no ha demostrado ser efectivo desde hace años. El “no hay Estado” se escucha entre las distintas comunidades, reflejando una política paralizada y luchas de poder. En este contexto, el peso de Hezbolá se convierte en un tema de debate. El ministro libanés de Exteriores, Abdalá bu Habib, dijo recientemente que se ha “exagerado” su influencia, pero aún así, la preocupación persiste.

Con los bombardeos como telón de fondo, la impotencia se convierte en el pan de cada día. Mientras países como Israel y Estados Unidos asumen posturas beligerantes, más de la mitad de la población libanesa se siente atrapada en un juego que no eligieron. La pregunta que me persigue es: ¿hasta cuándo puede durar esta tensión sin que se tomen decisiones que realmente apunten hacia la paz?

La revolución fallida de 2019

La frustración con las élites que rigen el país resultó en la Revolución de 2019, un grito desesperado que aún resuena entre los jóvenes de Líbano. Aunque no se logró un cambio radical, algunos comenzaron a pronunciarse y a cuestionar lo que antes se daba por sentado. Nayat Saliba, diputado del partido Taqadum, expone su malestar por la situación actual: “Estamos cansados de esta guerra”

“Sí, Israel es el enemigo. Pero también nuestros gobernantes han fracasado muchas veces en evitar esta guerra”. Es un sentimiento que muchas personas en situaciones similares pueden entender. ¡Cuántas veces nos encontramos en ciclos repetitivos de conflicto, sin saber cómo romper la cadena! La honestidad en sus palabras me sorprendió y resonó con el grito de aquellos que buscan un cara a cara con el futuro.

Entre la tragedia y la solidaridad

A pesar de las tensiones y las diferencias, hay destellos de humanidad que iluminan el panorama. Historias de solidaridad entre las distintas comunidades han comenzado a emerger. Zach Bouery es uno de esos personajes peculiares que parece sacado de una novela dramática. Este mecánico cristiano ha decidido ayudar a los chiíes desplazados debido a los bombardeos, arreglando sus vehículos de forma gratuita. ¡Qué maravillosa ironía! ¿No es fascinante cómo en medio del caos surge un héroe inesperado que desafía las normas?

Su llamada a la acción ha sido ampliamente difundida en redes sociales, provocando tanto elogios como críticas. “Mucha gente, al ver esta camiseta, piensa que soy racista”, cuenta, al tiempo que muestra su compromiso por unir a los libaneses. Aquí hay un mensaje para todos nosotros: en tiempos de división, encontrar formas de tender la mano puede cambiar vidas y, potencialmente, salvar naciones.

Asimismo, Isabelle Aoun, una panadera maronita cuya tienda se encuentra al borde del conflicto, también decidió actuar y ayudar sin preguntarse de qué lado del espectro religioso se encontraban los afectados. “No es el momento para ese tipo de problemas”, comenta con empatía, reconociendo que al final del día, todos compartimos un mismo hogar.

Mirando hacia adelante: posibles caminos hacia la paz

Con todo este contexto, surge una pregunta crucial: ¿es posible construir un futuro diferente en Líbano? ¿Puede la solidaridad entre las diversas confesiones transformarse en un movimiento poderoso que reclame un cambio verdadero? La historia nos enseña que la paz no es el resultado de la ausencia de guerra, sino de la inclusión, el respeto y la unidad en la diversidad.

Sin embargo, este camino no será fácil; requerirá de acciones decididas y voluntad. Como es habitual en muchos conflictos, los cambios a menudo son lentos y requieren de una valentía constante por parte de aquellos dispuestos a desafiar el statu quo. El primer paso podría radicar en una conversación honesta entre las comunidades, un diálogo que aborde no solo los miedos, sino que también trate sobre el futuro compartido que todos anhelan.

Conclusiones

En un mundo donde los conflictos suelen dominar los titulares, las historias de humanidad pueden a menudo quedar relegadas al silencio. Pero, como hemos visto en el caso de Líbano, la esperanza puede prosperar entre las diferencias. Cada gesto de apoyo y cada acto de bondad pueden marcar la diferencia.

Es importante recordar que, al final del día, todos buscamos lo mismo: la paz, la seguridad y la oportunidad de vivir en armonía. Sin duda, el camino por delante es desafiante, pero, como se dice, incluso en la oscuridad más profunda, una pequeña chispa puede encender un gran cambio. Así que, ¿qué hacemos para encender nuestra chispa?