El mundo de la televisión es un escenario donde, al igual que en la política, el espectáculo no siempre se traduce en éxito. Si bien hace no tanto tiempo Carles Puigdemont brillaba como figura protagónica en el prime time de TV3 —la televisión pública de Cataluña—, hoy nos encontramos ante un panorama bastante diferente. ¿Qué es lo que ha cambiado para que un personaje que solía arrastrar audiencias masivas ahora aparezca en la lista de los menos vistos?

En las últimas semanas, una entrevista en TV3 se convirtió en el foco de atención mediática no solo por el personaje que estuvo en pantalla, sino por la escasa audiencia que logró atraer. Con tan solo 219,000 espectadores y una cuota de pantalla del 12%, la aparición de Puigdemont no solo se sintió como un anticlimax, sino también como una indicación clara de la desmovilización del independentismo en Cataluña. ¡Y eso que el hombre estaba en prime time! Pero la realidad es que incluso un rey con corona puede caer en desgracia, sobre todo cuando se enfrenta a la competencia de David Broncano con su programa «La Revuelta» en TVE, que superó a Puigdemont con 221,000 espectadores en la misma franja.

La audiencia: ¿un fiel reflejo de la política?

Es curioso cómo la audiencia de televisión puede ser un termómetro para medir no solo la popularidad de un político, sino también la salud de un movimiento. En septiembre de 2017, Puigdemont alcanzó 615,000 espectadores durante un programa en el que proclamaba que Cataluña sería reconocida internacionalmente si se realizaba un referéndum. Bastante ambicioso, ¿no? Y no solo eso, en 2018 superó los 990,000 espectadores al hablar sobre el Consell de la República. Pero, a medida que los meses han pasado y los compromisos incumplidos se han ido acumulando, esas cifras han caído en picado.

Pero, seamos sinceros, ¿es realmente sorprendente que Puigdemont haya perdido su brillo en la pantalla? Si fuera un actor, probablemente ya le habrían dado una palmadita en la espalda y le habrían sugerido una carrera en el teatro independiente. ¡O en un sitio donde no tenga tanto que perder!

Un giro inesperado

Lo que realmente me hace reflexionar sobre esta situación es el contraste del papel de TV3 en la política actual. En tiempo pasados, esta cadena se percibía como el epicentro del independentismo, el lugar donde los discursos ardientes de los líderes catalanes podían llegar a todos los rincones de Cataluña. Sin embargo, hoy día, el panorama mediático es radicalmente diferente. La cadena pública ha sido vista como un medio de comunicación donde una parte sustancial de la audiencia se siente incluso insultada. El famoso fenómeno de los humoristas del «puta Espanya!» es solo un indicativo de cómo ha cambiado la percepción de algunos catalanes respecto a su propia cadena.

Podemos decir que este frenesí ha sido un gran golpe para Puigdemont y, por extensión, para el independentismo. Aunque el movimiento sigue presente en la sociedad catalana, claramente no tiene la misma fuerza que en 2017. Tal vez la gente ha comenzado a darse cuenta de que prometer un país nuevo no es lo mismo que llevarlo a cabo.

Promesas incumplidas

¿No es irónico que uno de los discursos más poderosos en una tele tenga el poder de convertirse en una deflagración de realidad a medida que avanza el tiempo? Recuerdo una vez que prometí dejar de comer chocolate. Tiempo después, estaba devorando una tableta sin ningún remordimiento. Las promesas pueden ser volátiles, especialmente cuando se repiten sin un plan de acción real detrás.

Puigdemont había hecho múltiples promesas, algunas de las cuales nunca se han cumplido. Se comprometió a regresar a Cataluña si no ganaba las elecciones autonómicas. Spoiler: nunca volvió. Prometió un Consell de la República que podría actuar como una Generalitat alternativa. Ahora eso suena más como un proyecto en fase de liquidación.

Es fácil caer en la trampa de la palabra y la imagen en el mundo de la política, pero también es un recordatorio poderoso de que la honestidad es una moneda que siempre tiene valor, incluso si algunos líderes deciden ignorarla.

El papel cambiante de la televisión

Volviendo a TV3, proporcionó en el pasado un importante apoyo al independentismo, pero es fundamental reconocer que el contexto ha cambiado. A medida que los partidos constitucionalistas han incrementado su visibilidad, la audiencia que una vez sintonizó la cadena pública ha disminuido drásticamente. Durante todo este tiempo, el referéndum, la proclamación de independencia y la absolución que muchos esperaban no se materializaron, y la cadena pasó a ser vista por muchos como un canal unidimensional.

Por otro lado, el actual presidente de la Generalitat, Salvador Illa, obtenía resultados de audiencia similares a los de Puigdemont cuando apareció en pantalla, y su campaña se realizó en otras cadenas con una mayor audiencia. Esto plantea estrategias interesantes en un mundo donde el marketing político es casi tan relevante como la política misma.

¿Qué sigue para el independentismo?

No quiero ser pesimista, pero las cifras evidencian un cambio sostancial en la política catalana y la forma en que esta se comunica. Es posible que el independentismo no haya desaparecido por completo, pero ciertamente ha perdido su impulso. El hecho de que ERC y Junts sigan apoyando a los mismos líderes de hace años plantea interrogantes sobre su visión del futuro. ¿Es este un reflejo de confianza o de conformismo?

Una vez, durante una charla casual con un amigo sobre cómo la nostalgia puede jugar trucos con nuestra percepción, él comentó: «El pasado es un lugar seguro, pero no es un lugar donde podamos vivir.» Puede que también se aplique a la narrativa del independentismo. Aferrarse al pasado puede ser reconfortante, pero avanzar puede resultar esencial.

Reflexiones sobre el futuro

Así que, ¿qué le espera a Puigdemont y al movimiento independentista en general? La política es compleja, pero si podemos aprender de la historia reciente, es que el futuro no está necesariamente ligado a las esperanzas del pasado. A medida que las audiencias de TV3 continúan disminuyendo y nuevos líderes emergen, la posibilidad de que un nuevo liderazgo comience a resonar con la gente se vuelve cada vez más palpable.

Podemos mirar a este escenario con esperanza, pero también con una pizca de humor —no hay nada como una buena comedia para aligerar las tensiones políticas. Al final, la política siempre ha sido una actuación y, hablando de actuaciones, tal vez Puigdemont debería considerar cambiar de escenario.

En un mundo donde la comunicación es clave, siempre hay espacio para las nuevas voces y perspectivas. Las historias de éxito no solo se basan en los viejos clichés, sino en nuevas narrativas que resuenan con la gente. A veces el cambio puede ser aterrador, pero siempre es emocionante.

La televisión nunca dejará de ser un escenario donde las audiencias son el premio, y si esos espectadores dejan de escuchar, es hora de examinar las razones. La historia de Puigdemont es solo un capítulo en un libro que aún está por escribirse. Aquí estaremos, siguiendo el hilo de esta trama política con humor y curiosidad, esperando la próxima gran revelación.

De momento, me queda solo una pregunta por responder: ¿será el cambio de plataforma el siguiente gran paso, o siguiendo la línea actual, necesitaremos una nueva reescritura del guion? El teatro político nunca deja de marchar, y esto es solo el principio.