El teatro del absurdo que a veces se convierte la política española es, a menudo, más entretenido que muchas series de Netflix. ¿Quién necesita guiones elaborados cuando tenemos a personajes como Miquel Urtasun, el actual ministro de Cultura? Al asumir el cargo, su nombre resonó con el apodo de “ministro antitaurino”, lo que ya nos deja entrever que su ministerio no sería un paseo por el parque… a menos que ese parque esté lleno de protestas y debates sobre la cultura española.

En este artículo, vamos a desmenuzar lo que ha sido su gestión en este último año, desde la supresión del Premio Nacional de Tauromaquia hasta el ambicioso (y algo polémico) proyecto de descolonización de los museos. Y, por supuesto, no faltarán anécdotas que nos harán reír (o llorar) junto a un par de reflexiones sobre lo que eso significa para la identidad cultural de España. ¡Abróchense los cinturones!

Urtasun y el toros: la cultura como zona de guerra

Recuerdo claramente una vez cuando estaba de vacaciones en España y me encontré en medio de una fiesta taurina. Un amigo local me animó a que fuera. «No es tan malo, ¡es parte de nuestra cultura!», decía, mientras yo me preguntaba si la cultura debería incluir el sufrimiento de un animal. Esa es la esencia del dilema que enfrenta Urtasun y su gestión: los toros son, sin lugar a dudas, una parte de la tradición cultural de España, pero no todo lo que es tradición es necesariamente bueno.

Uno de los primeros movimientos que realizó Urtasun fue anunciar la supresión del Premio Nacional de Tauromaquia. Este hecho reveló la marea cambiante de las opiniones políticas sobre la Fiesta Nacional, llegando al punto en que, según los números, hasta 3,000 personas apoyaron la medida. En un mundo gobernado por encuestas y “likes” en redes sociales, el apoyo que obtiene un ministro de este tipo puede parecer un triunfo, pero en realidad, también puede significar una desavenencia entre la tradición y la modernidad.

Sin embargo, la oposición no tardó en pronunciarse. Desde el PP, Sol Cruz-Guzmán afirmó que Urtasun había venido a “destruir todo lo que sea o signifique la unidad de España”. Nos encontramos ante una polarización cultural que convierte temas profundos en arrebatos políticos. ¡Y yo pensé que sólo teníamos conflictos sobre cómo hacer una tortilla de patatas sin que me llamen “traidor”!

Descolonizar museos: ¿es realmente un camino hacia la justicia?

En el mismo hilo de la confrontación cultural, la descolonización se convierte en otro aspecto clave de su gestión. Al hablar de cultura, y más en el ámbito de los museos, esto nos lleva a un terreno monumentalmente espinoso. Pero, ¿no es apropiado que todos tengamos derecho a nuestras historias? Urtasun ha propuesto crear grupos de trabajo para abordar este tema en los museos de América y de Antropología. El objetivo es cuestionar el origen de colecciones en museos y, en algunas ocasiones, devolver objetos a sus países de origen, como el famoso tesoro Quimbaya.

Al mencionar la palabra «descolonización», una ola de reacciones se desata. Algunos ven esto como un acto de justicia histórica, mientras que otros lo perciben como un intento de desmantelar una parte importante de la identidad cultural española. ¡Seamos sinceros! A veces siento que la memoria colectiva de los países es un rompecabezas que nadie quiere finalizar por miedo a perder piezas.

Un año legislativo perdido para la cultura

Ahora, permítanme traer un poco de realismo a nuestro análisis. A pesar de los esfuerzos y las intenciones, los resultados tangibles han sido escasos durante el mandato de Urtasun. Según el propio Marc Lamuà, portavoz de Cultura del PSOE, este año ha sido “un año perdido para la cultura”. Las leyes que se están tramitando son vestigios de la era de Iceta, lo que demuestra que Urtasun ha tenido más problemas para codearse con sus socios de gobierno que para enfrentarse a la oposición.

En sus promesas, había un gran interés en presentar una ley de Derechos Culturales, pero terminó convirtiéndose en un mero plan normativo. La burocracia y la falta de consensos han hecho que la Comisión de Cultura haya tenido que recurrir a la denuncia del PP para activarse. La verdad es que, al final del día, lo que los artistas y creadores desean son acciones concretas, no promesas vacías.

La cultura como arma política: un juego de poder peligroso

Dicho esto, no podemos ignorar que la cultura se ha convertido en un campo de batalla en la política. Como bien dijo Gru Gúzman, “la batalla cultural intenta arrastrar y exacerbar debates que son complejos y muy divisivos”. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿deberíamos dejar que la cultura se convierta en un campo de guerra entre partidos políticos?

Quizás lo más curioso es que, mientras Urtasun se enfrenta a estas divisiones y controversias, su nombre sigue apareciendo en titulares junto a figuras de la cultura como Pedro Almodóvar y Bardem. Parece que, al final, los artistas deben estar cerca del poder para que sus voces se escuchen. Tal vez, en este sentido, la política y la cultura son dos caras de la misma moneda: el espectáculo.

El juego del poder en las redes sociales

Pero, ¿y qué hay de las redes sociales? Aunque a veces parecen ser el reino del caos, también son —para bien o para mal— la ventana a la opinión pública. A menudo, estas opiniones paralizan las decisiones de los líderes culturales. En este sentido, Urtasun se ha visto forzado a construir una sólida imagen pública, tratándose de un cargo que, en lugar de liderar, puede parecer más bien que reacciona a las tendencias sociales.

Las redes sociales están repletas de voces que claman por una cultura inclusiva, representativa y consciente de su pasado. Sin embargo, a veces esas voces se convierten en gritos que, lejos de promover el diálogo, generan divisiones aún más marcadas. Pensemos, por un instante, cómo nos sentimos cuando vemos un tuit incendiario: ¿realmente estamos interesados en el debate o solo en ver quién grita más?

Conclusiones: hacia un futuro cultural incierto

El papel de Urtasun y su gestión en el ámbito cultural ha estado marcado por intensas discusiones y polémicas. Las decisiones que ha tomado, sobre todo en relación con los toros y la descolonización de los museos, han generado reacciones morales y emocionales que van mucho más allá de la política.

Como alguien que ha crecido viendo las corridas de toros en España y reconociendo la riqueza cultural de este país, me encuentro en una encrucijada. ¿Deberíamos abrazar nuestras tradiciones incluso si son dolorosas para algunos, o debemos aprender a dejar ir lo que ya no nos representa? A fin de cuentas, la cultura es nuestra manera de contar quiénes somos y quiénes queremos ser.

En un contexto donde la cultura parece estar siendo constantemente utilizada como un arma política y un espacio de confrontación, la pregunta permanece: ¿podremos encontrar un punto de equilibrio donde la tradición y la modernidad coexistan, siendo accesibles para todos? Solo el tiempo lo dirá. Y como siempre, aquí estaré, café en mano, esperando a que la próxima temporada de “la política en la cultura” comience.