Si hay un nombre que resuena con orgullo y pasión en las calles de Sevilla, es sin duda el de Juan Antonio Borrero Campos. Su vida y obra han dejado una huella imborrable en el mundo de las hermandades y las cuadrillas de costaleros, convirtiéndose en un pilar fundamental de la Semana Santa sevillana. En este artículo, exploraré no solo su impresionante trayectoria, sino también lo que significa ser un costalero en esta vibrante tradición, llena de rituales, esfuerzo y devoción.

Un legado familiar ya desde el principio

Juan Antonio, hijo de quien fue conocido como «El Cachas» y sobrino de «Quicote», no llegó al mundo de las cofradías por azar. Desde su más tierna infancia, estuvo inmerso en un ambiente que valoraba la robustez del espíritu y el sacrificio físico. Con un padre que era casi una leyenda, uno podría pensar que crecer a la sombra de grandes figuras sería todo un desafío. Pero Juan Antonio no solo lo vio como un reto; lo transformó en una oportunidad.

Cuando recuerdo mi primer acercamiento al mundo de las hermandades, no puedo evitar sonreír. En mi ciudad, ver a los costaleros caminando bajo la peso de un paso es casi como observar a un grupo de héroes en acción. Y en Sevilla, esto se convierte en un arte. El esfuerzo, la camaradería y, otal vez, un par de bromas en el camino, son parte del día a día de estas cuadrillas.

La fundación de la cuadrilla en la Esperanza de Triana

En 1978, Juan Antonio dio un paso decisivo: fundó la cuadrilla de hermanos costaleros en la hermandad de la Esperanza de Triana. Este no fue un proyecto cualquiera, sino el resultado de años de trabajo y experiencia. En aquel entonces, se llevaron a cabo 28 ensayos durante el año, culminando en una prueba real que consistía en cargar el paso hasta la Catedral. Imagina la mezcla de nervios y emoción: cada ensayo no solo era una oportunidad para practicar el peso literal que llevaban sobre sus hombros, sino también un momento para reforzar la hermandad y unir lazos entre los costaleros.

Vale la pena mencionar que en ese primer grupo había nombres que resonarían a lo largo de los años: Troya, Roque, Machuca, entre otros. ¿Te imaginas a estos pesos pesados de la tradición sevillana cargando juntos, no solo un paso, sino también la historia de su ciudad? Esos momentos han ido tejiendo el tapiz de lo que hoy conocemos como la Semana Santa sevillana.

La Escuela de costaleros: un legado de enseñanza

Juan Antonio Borrero no se limitó a ser un capataz; se convirtió en un verdadero educador. Durante los años, trabajó incansablemente para formar a nuevas generaciones de costaleros y capataces, transmitiendo su vasta experiencia y conocimiento. Comercialmente, esto se tradujo en un incremento del nivel de exigencia y un profundo respeto por el arte de ser costalero. Pero cómo no ser emocionado al ver a un joven aprendiz enfrentarse al reto de ser costalero, sintiendo el peso de la tradición sobre sus espaldas.

Una de las cosas más impactantes que aprendí al conversar con los miembros de diferentes cuadrillas es la manera en que cada uno aporta su toque personal, su emoción y su historia. Desde ese joven lleno de sueños hasta el veterano que ha cargado varios pasos a lo largo de los años, todos tienen un papel en ese mágico proceso de aprendizaje.

El regreso y la continuidad del legado

Después de una etapa significativa, Juan Antonio volvió a la hermandad de la Esperanza de Triana en los años noventa. Durante esta segunda etapa, optó por delegar responsabilidades a figuras como Paco Ceballos y Juanma Cantero. Este acto reflejó su madurez y entendimiento de que el legado no se sostiene solo de una persona; más bien se construye sobre los hombros de quienes vienen detrás. Es un poco como intentar sostener un edificio con solo un pilar; eventualmente, necesitas más apoyo.

Para cualquier persona involucrada en una hermandad, esto es fundamental. Cuando una cuadrilla de costaleros se mueve como una unidad, el esfuerzo se siente menos pesado, y los fracasos se convierten en lecciones aprendidas. A veces, bromeo con mis amigos sobre cómo es más fácil llevar cargas pesadas si tienes con quién compartirlas, y eso exactamente es lo que se vive en la Semana Santa.

La relación con la hermandad de Madre de Dios del Rosario

Juan Antonio también dejó su huella en la hermandad de Madre de Dios del Rosario, donde portaba el número 2. Este número no solo le brindó un reconocimiento, sino que simbolizó su profunda conexión con el mundo cofrade. Aquí se va formando una familia, donde cada miembro tiene un lugar claro y definido. Su participación en esta hermandad resalta la importancia de la tradición y la comunidad en el ámbito costalero.

Como anécdota, recuerdo una vez que un amigo me llevó a uno de los ensayos. Era increíble observar la dedicación de todos, el sudor en sus frentes y las sonrisas de satisfacción después de cada ensayo. Ser parte de esta comunidad, donde todos luchan por un mismo objetivo, es verdaderamente una experiencia transformadora.

Participación en las Jornadas Mundiales de la Juventud

La infinidad de historias de Juan Antonio no se detiene ahí. Tuvo la increíble oportunidad de formar parte de las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) en Madrid, llevando el paso de palio de la Virgen de Regla de los Panaderos. Esta experiencia no solo fue única para él, sino para todos los asistentes. La magia de estos eventos radica en cómo logran congregar a personas de diversas partes del mundo, unidas por la fe y la alegría. ¿No es hermoso ver cómo la devoción puede unir a tanta gente?

Participar en eventos como este hace que cada costalero sienta un nuevo significado detrás de los pasos que llevan. La Virgen se convierte en el centro de atención de un cariño colectivo, donde cada uno aporta su fe, esfuerzo y dedicación. ¡Eso es lo que hace que ser parte de una hermandad valga la pena!

Conclusiones sobre un legado imborrable

La vida de Juan Antonio Borrero Campos es un testimonio vivo de lo que significa ser parte de las cuadrillas de costaleros en Sevilla. Su legado no solo se ve en los pasos que lleva, sino en la pasión, el amor y la tradición que ha sabido transmitir. En cada ensayo, cada procesión y cada interacción, su espíritu sigue vivo, recordándonos que estar a los pies de un paso no es solo un acto de devoción; es un estilo de vida.

La Semana Santa no es solo una serie de eventos; es un viaje donde cada quien juega un rol fundamental. Desde Juan Antonio Borrero hasta el último costalero, todos ellos tejen una historia que forma una parte integral de nuestra identidad cultural. Y en un mundo tan cambiante, donde las tradiciones pueden parecer que se pierden, personas como Juan Antonio nos recuerdan que la devoción, la comunidad y la formación de nuevas generaciones son tan vitales como siempre.

Así, ¿qué te queda por aprender de esta rica tradición? La próxima vez que veas a un costalero pasar, recuerda que hay mucho más en juego que solo un peso sobre sus hombros. Hay una historia, un legado y una tradición que perdura, siempre resistiendo a lo largo de los años, tal como lo hizo Juan Antonio Borrero Campos.