El voluntariado es una de esas experiencias que puede transformar vidas. Si alguna vez te has preguntado si una intervención realmente puede cambiar la situación de aquellos que enfrentan calamidades, el reciente testimonio de Juan del Val, hijo de los conocidos presentadores Nuria Roca y Juan del Val, nos da una respuesta muy cercana a la realidad. Luego de sumergirse en la angustiante situación que dejó la DANA en Valencia, este joven de 22 años se ha llevado a casa más que un aprendizaje; ha recolectado emociones, vivencias y la reafirmación de que, a veces, el horror puede parecer interminable, pero la solidaridad tiene el poder de hacer sonreír a quienes lo han perdido todo.
La repercusión de la DANA en la comunidad
¿Recuerdas cuando un evento climático parecía alejado de nuestras vidas? Aquella tormenta divisada desde el sofá se volvió, para muchos, el desastre en el que se convirtieron sus hogares, sus recuerdos y su estabilidad. La DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) ha sido una de esas tormentas que, de repente, transformó la vida de miles de personas en Valencia. Con su paso implacable, ha dejado un rastro de tristeza y destrucción, y ante ese escenario, lo que queda es la lucha por la recuperación.
Juan, en su reflexión, menciona haber visto «el horror absoluto«. Las palabras no son casuales. En cada rincón que visitó, encontró no solo escombros, sino también el dolor de quienes se ven casi sin nada. El hecho de que, tras 12 días, algunos lugares parecieran «como el primer día» es una llamada de atención sobre cuán frágil es la recuperación humana ante situaciones tan adversas. ¿Cuántas veces hemos sentido que nuestra propia vida se detiene ante una crisis ajena y, sin embargo, nos quedamos de brazos cruzados?
Un llamado a la acción
Lo que es admirable en este relato es cómo Juan se convierte en voz de un ferviente llamado a la acción. «Cada persona cuenta», escribió en sus stories. Hay cierta magia en esta declaración. A veces, la sencillez es lo que mueve montañas. En un mundo donde parece que necesitamos ser grandes héroes para hacer la diferencia, la verdad es que las pequeñas acciones pueden tener un impacto mucho más grande del que imaginamos.
Recuerdo una vez, cuando yo era voluntario en un comedor social, pensé que mi contribución era ínfima. Pero al ver cómo cada plato servido era un rayo de esperanza para alguien, entendí que el valor del esfuerzo se multiplica cuando se une a otros. ¿No es una experiencia revitalizante?
La importancia del compromiso genuino
Una de las frases que más me resonó de Juan es: «Si estás pensando en ir para la foto… ahórratelo.» ¡Cuánta verdad hay en esas palabras! La realidad del voluntariado no siempre es glamorosa: no hay filtros ni posados bien iluminados. Es sudor, cansancio y una dosis de tristeza que se siente en el aire. Pero a pesar de ello, hay una satisfacción indescriptible en saber que estás ayudando a reconstruir la vida de alguien.
Ahora, aquí está la parte cómica: cuando mencioné a algunos amigos que iba a participar en un evento de voluntariado, me respondieron con un «¡Ay, qué bonito! Seguro que te tomas unas selfies para Instagram». Mi respuesta fue una risa nerviosa seguida de «¿Tú crees que hay tiempo para eso?» Y es que, claro, el verdadero héroe no busca aplausos, sino la sonrisa agradecida de quienes, a veces, piensan que el mundo se ha olvidado de ellos.
La voz de la juventud
Tanto Juan como su madre, Nuria Roca, han hecho eco de un sentimiento de orgullo hacia aquellos que se han movilizado para ayudar. Este reconocimiento es crucial. En un momento donde a menudo se critica a la juventud por su desconexión, aquí está una clara demostración de que, cuando se requiere, ellos están dispuestos a dejar su huella en la historia y hacer del mundo un lugar mejor.
La empatía que comparte Juan, al mencionar la tristeza de la gente que ha perdido todo, es un recordatorio de que detrás del número de afectados hay vidas, amores, historias y sueños desmoronados. Y aunque pueda parecer inalcanzable la tarea de restaurar lo perdido, la unión de manos jóvenes dispuestas a ayudar puede hacer que esa carga sea un poco más liviana.
Reflexiones necesarias
Quizá después de leer esto, te estés preguntando: «¿Qué puedo hacer yo?» ¡Esa es la pregunta clave! Implicarse puede ser desde hacer una donación, participar en una campaña de ayuda y, si la situación lo permite, ofrecer tu tiempo como voluntario. El voluntariado es más que un acto de bondad; es un compromiso y una oportunidad de aprender de la adversidad.
A través del testimonio de Juan, queda claro que muchas veces hay más recompensa en el dar que en el recibir. ¿Qué más podemos preguntar de la vida si lo único que tenemos que hacer es sentir y accionar?
La conexión con la tierra
Al finalizar su experiencia, Juan destaca su conexión con sus raíces: «Me voy más orgulloso que nunca de mis raíces. Mucha fuerza, terreta.» Este sentimiento es poderoso. En un mundo donde las conexiones físicas parecen desdibujarse ante la interacción digital, recordar de dónde venimos se torna fundamental. Aquellas tradiciones, la cercanía con la comunidad, el apoyo mutuo… todo eso forja identidades resistentes.
¿No es curioso cómo la cultura de cada uno de nosotros también se presenta en la forma en que respondemos a una crisis? Hay algo casi instintivo en cómo las comunidades se unen en tiempos de necesidad. ¡Es como ese viejo chiste sobre cómo una crisis es el mejor pegamento social! Aunque la crisis no es un evento para celebrar, la capacidad de respuesta comunitaria brinda una alegría melancólica.
El futuro del voluntariado
En un momento donde muchos se preguntan si el voluntariado sigue siendo relevante, la experiencia de Juan nos muestra que sí. La necesidad nunca ha sido mayor, y si hay algo que todos tenemos en común, es que todos necesitamos de otros.
Los eventos como la DANA nos recuerdan que, aunque la vida pueda ser frágil y el desastre siempre aceche, las manos solidarias pueden reconstruir lo que parecía perdido. Y aquí viene la pregunta de humor sutil: “¿Quién necesita un superhéroe cuando puedes serlo tú mismo?”.
Y así, tras el relato de Juan, puede que también encuentres tu propio llamado a la acción y te decidas a llegar hasta donde hay necesidad. En cada pequeño gesto resuena la esperanza de un abrazo ante la adversidad.
Al final del día, cada uno de nosotros puede ser una luz en medio de la tormenta, no solo por lo que hacemos, sino por cómo sentimos, por esas pequeñas conexiones que tejemos con aquellos que nos rodean. Porque, después de todo, ¿no es eso lo que realmente importa?