La llegada del huracán Milton a las costas de Florida ha sido, sin lugar a dudas, un evento que quedará grabado en la memoria de millones. ¿Recuerdas cuando pensabas que solo había tormentas y lluvia en las películas? Bueno, parece que la realidad superó a la ficción esta vez. Con vientos que alcanzaron los 193 kilómetros por hora y un sistema que se intensificó de manera alarmante, podemos decir que Milton no vino a hacer una visita amistosa; más bien, fue como ese pariente incómodo que aparece sin avisar y hace un desastre en la casa.

Durante días, los problemas se sucedían. Desde cientos de miles de habitantes evacuando hasta cortes de electricidad que afectaron a más de tres millones de ciudadanos. Quiero imaginar a todos aquellos que dejaron sus hogares, cargando sus pertenencias en autos atestados, tratando de recordar si apagaron la estufa o no, mientras sus mentes divagaban entre el miedo y la incertidumbre: “¿y si al volver ya no tengo casa?”.

El paso devastador de Milton

El 9 de octubre, el huracán Milton tocó tierra en Siesta Key, justo al sur de Tampa, y el primer balance fue desgarrador. Con al menos dos vidas perdidas, la impotencia y el miedo se apoderaban de la población. Ahora bien, aunque los meteorólogos y los expertos en desastres están acostumbrados a estos fenómenos, la ira de la naturaleza siempre deja atónitos a quienes los vivimos.

Imagínate estar en las calles de Tampa mientras los vientos arrastran todo lo que encuentran a su paso. Me acuerdo de una vez que intenté barrer el patio de mi casa durante una tormenta y el viento voló mi escoba como si fuera un palito de madera. En estos acontecimientos, uno no puede evitar sentir empatía por los que se quedaron en sus hogares porque pensaban que todo iba a ir bien. O quizás por los que permanecieron: “Bah, no creo que sea para tanto”, como si las advertencias de los meteorólogos fueran solo recomendaciones de un restaurante que te dice que el plato del día puede tener un poco de sal.

La magnitud del desastre

Como si la naturaleza tuviera una mente propia, Milton se convirtió en el tercer huracán que más rápido se intensificó en la historia, pasando de tormenta tropical a categoría 5 en apenas 25 horas. No sé tú, pero eso suena más a una saga de Marvel que a la vida real. A lo largo de su trayecto, provocó marejadas de hasta cuatro metros en Sarasota y precipitaciones que amenazaban con ser catastróficas. Sin embargo, a pesar del caos, la comunidad se unió para enfrentarse a las adversidades.

Imagina un lugar donde los tornados son tan habituales como las hamburguesas en una barbacoa. En este escenario, el gobernador Ron DeSantis se encontraba con una gran responsabilidad sobre sus hombros, frente a la mayor movilización estatal en la historia de Florida, con miles de miembros de la Guardia Nacional listos para la acción. Me imagino que mientras daba su declaración, en su mente resonaba una pregunta: “¿Y ahora quién va a responder por todo esto?”.

Desafíos para la infraestructura

La destrucción no tardó en hacerse notar. Las imágenes que llegaban desde St. Petersburg eran desgarradoras. El majestuoso Tropicana Field, estadio de béisbol que tuvo que servir de refugio, perdió su techo. Casi como un niño que intenta proteger su juguete favorito, pero se da cuenta de que no hay manera de evitar el daño.

“Los daños podrían ser millonarios”, afirmó Cathie Perkins, directora de emergencias del condado de Pinellas, en un tono que resonaba con la experiencia de alguien que ha lidiado con estos desastres. Pero también hay fuerza en sus palabras: “Tenemos un largo camino por delante, pero nos recuperaremos y reconstruiremos”. Y aquí es donde la verdadera fuerza de la comunidad brilla.

La memoria de Helene sigue viva

Sin embargo, el eco de Helene, el huracán que hace dos semanas azotó la misma región, seguía fresco en la memoria colectiva. Con más de 230 muertes a su paso, los recuerdos de casas destruidas y vidas perdidas lanzaban sombras sobre Milton. La comunidad ya había sido golpeada y, como bien dice el dicho, la historia tiende a repetirse. ¿El miedo ya no queda en el aire? Porque el riesgo de daños severos en Florida y la necesidad de evacuar era más un hecho que una posibilidad.

Una pregunta resuena: ¿Qué se necesita para que la gente de aquí confíe en las advertencias? Tal vez es la esperanza infundida en la narrativa de que “quizás esta sea solo otra tormenta” la que nos lleva a quedarnos un poco más de lo que debemos. A veces, es una mezcla de orgullo y un toque de locura lo que nos lleva a desafiar lo que parece inevitable.

El dilema de evacuar

Las órdenes de evacuación que afectaron a más de siete millones de personas no fueron fáciles de acatar. La imagen de autopistas saturadas, donde los automovilistas parecían desplazarse a cinco kilómetros por hora, me recordó a una carrera de caracoles, pero esa no es gracia ni un buen momento para reír. En medio del pánico, es fácil desear regresar y verificar si nuestro hogar nos espera intacto o si, como aquel viejo amor que nunca se materializó del todo, es solo un recuerdo de lo que una vez fue.

En mis años viviendo en una zona propensa a huracanes, viví una experiencia similar: decidí quedarme pensando que todo iría a lo largo del plan, pero al final, solo podía ver la lluvia a través de las persianas. Milton nos recuerda que la naturaleza no siempre tiene un plan específico; de hecho, es más bien caótica y muchas veces devastadora.

Preparativos ante el desastre

Los trabajos de emergencia y rescate estaban listos para actuar, aunque con un matiz de preocupación: ¿sería suficiente? Con miles de trabajadores de servicios públicos y personal de rescate organizándose para trabajar en equipos, la colaboración se sintió en cada rincón. A veces, en tiempos de crisis, la humanidad se une de una manera que podría ser digna de una película inspiradora.

La preparación se traduce en planificación, en retener un par de botellas de agua y algún paquete de galletas en la despensa, pero más allá de lo físico, hay una preparación emocional que se vuelve igualmente vital. El esfuerzo del gobierno y de los vecinos por ayudarse entre sí es un testamento a la capacidad humana de unirse en momentos de necesidad.

En este contexto, uno se pregunta: “Si la vida nos da un huracán, ¿seremos capaces de volver a construir?” Y la respuesta, aunque siempre subestimada, es un rotundo . La esperanza es donde nace la recuperación.

El futuro que nos espera

Ahora, después de que Milton ha hecho su estruendoso paso, es hora de evaluar el daño y comenzar a reconstruir. Imagina la cantidad de escombros que tendrá que ser limpiada y reciclada. Cada ladrillo que se levante será un recordatorio de negociaciones y reconstrucciones, de llamar al contratista y preguntar si pueden llegar en 24 horas o si se tomarán su tiempo.

Es una mezcla de caos, miedo a lo desconocido y resiliencia. Con cada noticia que surge sobre la recuperación, mis pensamientos vuelan hacia lo que vendrá. Las alertas sobre posibles inundaciones y marejadas son recordatorios de que los huracanes son impredecibles. La naturaleza, aunque feroz, puede ser un lienzo en blanco para la creatividad humana y la reconstrucción.

La historia de Milton está lejos de terminar. Es un recordatorio de lo que somos capaces de hacer, juntos y con compasión, incluso después de los momentos más oscuros. Si hay algo que hemos aprendido, es que, al final del día, siempre podemos encontrar una manera de levantarnos, aunque sea utilizando escombros de lo que alguna vez fue nuestro hogar. Pero, ¿acaso la historia repetida no nos recuerda que siempre debemos estar preparados para la próxima tormenta?

Así que brindemos por el espíritu humano. Y sí, también por la próxima galleta que nos brinda algo de fuerza mientras miramos hacia el futuro de un Florida en reconstrucción.