Recientemente, en un mitin que causó revuelo en las redes sociales, Giorgia Meloni, la actual Primera Ministra de Italia, se atrevió a afirmar algo que resonó en el corazón de muchos europeos: “Roma debería ser la capital de la Unión Europea”. Esta declaración, que algunos interpretaron como un golpe a los “burócratas globalistas de Bruselas”, nos invita a reflexionar sobre una serie de preguntas fundamentales: ¿realmente tiene Europa una capital? Si es así, ¿es Bruselas la adecuada? ¿Cuál es la historia que define la identidad europea? Y, por último, ¿es Roma merecedora de este título?

La capital; ¿un concepto anacrónico en Europa?

Para comenzar a desentrañar esta compleja cuestión, es esencial entender el concepto de “capital”. En la modernidad, la figura de una capital, un lugar donde se concentra el poder político, militar y económico, se consolida principalmente en Europa. Sin embargo, en siglos pasados, la capitalidad dependía del lugar donde residía el rey. Se puede imaginar a un monarca recorriendo su reino, llevando a cabo un tour glorioso, mientras sus súbditos se preguntaban “¿hoy quién es el rey y dónde se aloja?”.

Y es que, trabajando como diplomático durante años, me he encontrado con la realidad de que Europa es un mosaico de identidades, culturas e idiomas, un lugar donde la idea de una capital única parece inadecuada. La pregunta persiste: ¿es correcto afirmar que Brussels es la capital de la Unión Europea? Bruselas alberga varias instituciones esenciales, pero eso no significa que sea el único centro de actividad.

Bruselas; ¿ciudad de encuentros o caos burocrático?

Para abordar este tema, echemos un vistazo a la Teoría de la Capitalidad: suponemos que la capital es el lugar donde se toman las decisiones, y aquí es donde las cosas se complican. Según el Tratado de la Unión Europea, la UE cuenta con siete instituciones principales, dispersas por diferentes ciudades. ¿Bruselas? Sí, pero no es la única. Estrasburgo, Luxemburgo y Fráncfort también tienen su parte en esta danza compleja.

Por ejemplo, el Parlamento Europeo celebra sus plenos en Estrasburgo, pero las reuniones de comisiones se llevan a cabo en Bruselas. Es como si las instituciones de la UE fueran los protagonistas de un juego de escondidas a gran escala, con todos ellos intentando adivinar quién está donde en un momento dado. ¿Han sentido alguna vez la frustración de tratar de coordinar una reunión con amigos y nunca logran ponerse de acuerdo sobre dónde y cuándo? Así es Bruselas, pero con más papeles y menos cervezas artesanales.

La identidad europea: un rompecabezas cultural

Ahora bien, antes de concluir que Bruselas no es la capital, volvamos a plantear la pregunta: ¿debería ser Roma la capital de la UE? Roma, con su rica historia y simbolismo derrochante, ha desempeñado un papel crucial en la formación de la identidad europea. Desde la época del Imperio Romano, que abarcaba vastos territorios de lo que hoy conocemos como Europa, Roma ha sido un faro cultural y político.

Cuando hago un recorrido por la historia de Europa, no puedo evitar una sensación de nostalgia, preguntándome si la antigua Roma debería recuperar su estatus capitalino. Quizás, hasta se me saltan algunas lágrimas si pienso en las maravillas arquitectónicas, las pláticas con los abuelos sobre las historias de gladiadores y, por supuesto, la pasta. Sin embargo, al mirar la Europa moderna, me pregunto: ¿es Roma representativa de la diversidad que tenemos hoy?

La identidad europea es un rompecabezas con piezas que provienen de múltiples culturas, tradiciones y lenguas. La figura del continente ha cambiado a lo largo de los siglos, y esto nos lleva a enfrentar un dilema: ¿puede realmente una sola ciudad representar a toda Europa en su complejidad?

Entre la historia y el futuro: la dualidad de Roma

Regresando a la bilateralidad que Roma representa: no solo es la capital de Italia, sino también de la Santa Sede, lo que la convierte en un lugar de poder religioso y político formidable. Sin embargo, este rol universal puede hacer que Roma se sienta desconectada de los desafíos contemporáneos que enfrenta la UE, ya que su relevancia se ha desplazado más allá de las fronteras europeas.

La interconexión de culturas y religiones que ha elevado el rol de Roma en la historia también complica su ideal de ser la «capital» del proyecto europeo. Viéndolo desde la perspectiva de un viajero que ha recorrido muchos rincones de Europa, uno se da cuenta de que hay un potencial de reconciliación que puede surgir de una unión, y en esa unión debe haber lugar para la pluralidad.

La legatum de los imperios: de Carlomagno a Meloni

En mis años de diplomacia, me encontré reflexionando a menudo sobre la emblemática figura de Carlomagno, quien, al ser coronado en Roma, unió a gran parte de Europa y estableció un puñado de núcleos de civilización que, de una forma u otra, han influido en la idea moderna de Europa. Pero como todos sabemos, la historia nunca es color de rosa; está llena de complejidades y conflictos.

Además, cuando Meloni lleva la discusión del futuro de Europa a la escena política actual, nos recuerda que los legados históricos son incómodos. En un momento en que Europa enfrenta retos como el nacionalismo y la polarización, podría ser que Roma, en su gloriosa historia, deba sirva como un recordatorio de que debemos caminar juntos, sin dejar de celebrar nuestras diferencias.

Conclusiones: ¿hay espacio para todo?

La polémica entre si Roma debería ser la capital de la UE es un reflejo de un debate más profundo sobre la identidad europea. La diversidad del continente exige un enfoque que reconozca no solo el pasado, sino también la esencia de la UE en el siglo XXI.

Tal vez no haya una respuesta clara. Sí, Roma tiene un valor simbólico innegable, pero Bruselas representa hoy en día el corazón operativo de la UE, aunque con una carga burocrática que podría hacer que hasta el más paciente de nosotros se sienta frustrado. ¿Hay un espacio para ambas? ¿Pueden Roma y Bruselas coexistir en este rompecabezas europeísta en el que estamos inmersos?

Reflexionando sobre esto, se siente el peso de la historia, la multiplicidad de culturas y la necesidad de encontrar un camino que honre ambos legados. La unión no se trata solo de un lugar; se trata de la voluntad de unir nuestras diferencias en un espectro que incluya tanto las fortalezas de Bruselas como la grandeza de Roma.

Y así, continúo preguntándome a mí mismo: ¿podría la capitalidad ser más un concepto digital, en conexión constante, donde la historia de cada ciudad puede ser celebrada y donde la identidad europea brille con todo su esplendor?

¿Y ustedes, qué opinan? ¿Es más vital una capital simbólica como Roma, o debemos reconocer la importancia del enfoque práctico que aporta Bruselas? En esta era de cambios constantes, tal vez lo importante sea encontrar formas innovadoras de honorar nuestras historias mientras nos adentramos en el futuro juntos.

Así que, ¡brindemos por un diálogo abierto sobre el futuro de nuestra casa común, Europa! 🍷