El 29 de octubre de 2023 se convirtió en un día trágico para muchos en la provincia de València. La DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos), un fenómeno meteorológico que puede sonar más a una nueva marca de cerveza artesanal que a una catástrofe natural, trajo consigo una riada devastadora que causó 223 muertes y dejó a centenares de familias replegadas en refugios de emergencia. Un momento que podría haber servido como un punto de inflexión para repensar el urbanismo en la región. Sin embargo, parece que los ecos de la tragedia no resonaron con la fuerza que muchos esperábamos. ¿Por qué? Vamos a desentrañarlo.

Un coloso de barro: el regreso al macrourbanismo

Con un gobierno en manos de Carlos Mazón desde mediados de 2023, la escena política valenciana se ha desencadenado como un juego de dominó. La hoja de ruta trazada por el Ejecutivo no parece hacer mucho caso a los gritos de alarma que resonaron tras la DANA. Por el contrario, se alista el regreso del macrourbanismo de antaño, ese que tanto contribuyó a la burbuja inmobiliaria que estalló en 2007. ¿Acaso no aprendimos nada de la historia?

Sí, es cierto, la tragedia obligó al Consell a hacer alguna que otra declaración publicitaria sobre temas ambientales. Pero, si miramos más de cerca, es como si hubieran puesto un «parche» en un neumático pinchado, sin resolver el problema de fondo. A pesar de las imágenes desgarradoras de la desolación en los medios, la construcción en 1.100 hectáreas de terrenos inundables sigue adelante. En vez de cerrar filas para un desarrollo más sostenible, se da la bienvenida a las máquinas excavadoras. ¿Por qué es tan difícil cambiar nuestro enfoque hacia un urbanismo más responsable?

Decreto ley: ¿una solución o un lío administrativo?

Uno de los anuncios que nos dejaron boquiabiertos fue la aprobación de un decreto ley que, todavía no publicado en el Diari Oficial de la Generalitat (DOGV), se propone facilitar la reconstrucción tras la riada. Claro, suena bonito, ¿verdad? Pero, seamos sinceros, mientras que la recuperación es necesaria, ¿realmente necesitamos seguir facilitando el camino a la construcción masiva en zonas vulnerables a inundaciones?

Con la excusa de «facilitar las tareas de reconstrucción», se prevé el traslado de polígonos industriales y la reorganización de suelos para construcción de viviendas. Suena más a un juego monopolio que a la creación de un entorno habitable. Además, esto va acompañado de modificaciones de leyes que en teoría deberían proteger nuestras tierras fértiles. ¿Es una protección real o un simple juego de palabras? La Protección de la Huerta no parece estar a la altura, y eso preocupa.

Informes contradictorios: la realidad detrás de las promesas

Parece que la Conselleria de Medio Ambiente ha emitido informes que contradicen las promesas de protección existentes. En un reciente intercambio de cartas, admitieron que las normas no impiden las obras de encauzamiento, lo que claramente nos deja con la sensación de que hay un juego de luces y sombras en la administración pública. Por un lado, se nos dice que cuidemos del medio ambiente; por otro, el león se escapa de la jaula, y nosotros lo aplaudimos.

La situación en torno a los Programas de Actuación Integrada (PAI) también es digna de mención. Proyectos como los de Torreblanca Golf o Playa del Puig se encuentran en una especie de limbo temporal: el poder de la construcción pende sobre un hilo, y si esos proyectos no son iniciados a tiempo, el suelo se convertirá en rural protegido. Pero hay un truco, ya que se están creando excepciones y plazos que permiten que esas obras continúen. ¿Es esto realmente sostenible?

¿Un capitalismo desenfrenado?

El hecho de que el Gobierno de Mazón esté considerando liberar las restricciones en torno a las construcciones en zona costera plantea un dilema moral. ¿Estamos hablando de desarrollo o del regreso al capitalismo desenfrenado? Según un catedrático de Geografía de la Universidad de Alicante, Jorge Olcina, «se quiere volver al boom inmobiliario», lo que sugiere que hay una perdida de foco en términos de sostenibilidad. Más de 18,000 viviendas en la costa están en juego, pero el precio puede ser mucho más alto que un cheque en blanco para los promotores.

Por si fuera poco, hay que añadir el reciente incremento del precio máximo para la construcción de vivienda protegida, que ha pasado de 2,200 euros por metro cuadrado a 2,400 euros. Esto no solo es un golpe para el bolsillo de los más desfavorecidos, sino también una clara indicación de que el gobierno está priorizando intereses económicos por encima del bienestar de la comunidad. ¿Es más valioso un ladrillo que una vida humana?

Proyectos que desentonan

Hablemos de algunos de esos proyectos que se han colado en nuestra vida urbanística como si tomaran un atajo en un madrileño metro abarrotado. El PAI Sant Gregori Golf en Borriana, la construcción de hoteles y el nuevo desarrollo de El Puig son solo ejemplos de la tendencia a sacrificar espacios naturales en nombre de un crecimiento despreocupado.

Se nos presenta la idea de que estos proyectos tendrán planes de mitigación de riesgo. Pero, sinceramente, ¿alguien se acuerda de los famosos planes de evacuación que se implementaron tras el primer caso de inundación? La historia demuestra que el papel aguanta todo, pero el agua, en un momento crítico, no hará distinción.

La voz de la ciudadanía

Cuando hablo sobre estos temas, me gusta recordar un viejo adagio: «no es lo que dices, es cómo lo dices». La voz de la ciudadanía parece estar quedando sepultada bajo el peso de un ladrillo tras otro. Hay una presión social creciente para replantear este enfoque de desarrollo, sin embargo, el silencio administrativo parece ser el ruido que más resuena.

En una época en la que la conciencia ambiental es más importante que nunca, los ciudadanos necesitan ser escuchados. Necesitamos menos discursos vacíos y más acciones efectivas que se alineen con un desarrollo sostenible y responsable.

Conclusión: el camino hacia un futuro mejor

Ante un panorama tan sombrío, ¿hay alguna esperanza de que nuestras decisiones urbanísticas se orienten hacia un futuro más sostenible? La respuesta no es sencilla. La tragedia de la DANA debe servir como un llamado a la acción. No podemos permitir que ese día sea solo un recuerdo triste en el calendario.

Tal vez necesitamos tomar un momento, reflexionar y preguntarnos: ¿qué legado queremos dejar a las futuras generaciones? ¿Una costa llena de edificios o un paisaje en armonía con la naturaleza? Ojalá que comprendamos que las decisiones que tomamos hoy afectarán a nuestras ciudades y, por ende, a nuestras vidas, en las décadas venideras.

Por supuesto, esto no es solo un problema local. Es un desafío que enfrentamos a nivel global, y cada acción cuenta. Ya es hora de cambiar la narrativa. El futuro urbano de Valencia está en nuestras manos. ¿Estamos listos para asumir la responsabilidad o seguiremos dejando que el hambre de construcción nos consuma incluso después de la tormenta?