En el vasto relato de la historia, hay eventos que parecen quedar relegados a las sombras del pasado, pero que, sin embargo, merecen ser recordados. Entre estos se encuentra el desastre de la presa de Ribadelago, un trágico suceso que tuvo lugar hace más de seis décadas y que costó la vida de cientos de personas. A través de esta narración, no solo reviviremos los eventos que llevaron a esta catástrofe, sino que también reflexionaremos sobre las lecciones aprendidas y la importancia de la memoria colectiva. Así que, acomódense, que estoy a punto de llevarlos por un viaje a la memoria de un pueblo que fue arrasado en un abrir y cerrar de ojos.
Antecedentes del desastre: la construcción de la presa
La Hidroeléctrica Moncabril fue la responsable de la construcción de una presa que prometía avances en el suministro eléctrico. Situada cerca de Ribadelago, la presa se convirtió en una obra emblemática. Sin embargo, hay algo que siempre me ha intrigado: ¿por qué, en la búsqueda del progreso, a menudo pasamos por alto las advertencias que nos da la naturaleza? En este caso, los vecinos comenzaron a notar grietas y fugas de agua en el muro de contención, señales que, de haber sido atendidas, podrían haber evitado la tragedia.
Imaginemos la escena: es una tranquila noche de marzo de 1959, y mientras la mayoría de los habitantes de Ribadelago merodean en sueños, las aguas de la presa están a punto de convertirse en un agente de destrucción. Para aquellos que despiertan, el estruendo del derrumbe resonará en sus memorias por el resto de sus vidas. Como dice el refrán, «el gato siempre vuelve, pero de esta pesadilla, muchos no regresarían».
La noche del desastre: un vendaval de despilfarro
A las 11 de la noche, el muro de contención se derrumbó en cuestión de segundos, creando un boquete de 150 metros que liberó aproximadamente ocho millones de metros cúbicos de agua hacia la localidad. En los siguientes minutos, la vida de los ribadelaguenses cambió irremediablemente. Un torrente de agua arrastraba todo a su paso: casas, arbustos e incluso vidas. Muchos, al igual que la mujer que relató que «parecía que venían todos los demonios», quedaron atrapados en la vorágine, incapaces de reaccionar.
Lo que pasó esa noche es un recordatorio escalofriante de cuán frágil puede ser la vida. Me viene a la mente un amigo al que le gusta contar historias espeluznantes de su infancia, y que siempre remata diciendo que, a veces, la realidad supera a la ficción. En este caso, la tragedia fue tan abrumadora que no hubo espacio para cuentos de terror.
Historias de supervivencia
Mientras algunos lograban subir a los tejados y refugiarse en el campanario, otros, como una familia que intentó escapar, simplemente desaparecieron en el caos. Historias de supervivientes que, en medio del horror, encontraron la fuerza para escapar, contrastan con la desgarradora realidad de las familias que nunca volvieron a ver a sus seres queridos. Imaginen el pesar de una madre que, en un desesperado intento por salvar a sus hijos, se enfrentó a las inclemencias de la naturaleza y no pudo hacer nada.
Un hecho curioso (aunque algo incómodo de mencionar) es que cuando hablamos de tragedias, siempre hay quienes aparecen con el «es lo que merecían» o «eso pasa por…», pero, sinceramente, ¿quién somos nosotros para emitir juicios sobre la fatalidad?
Las consecuencias del desastre: un pueblo cambiado para siempre
Posteriormente al desastre, el entonces gobierno de Francisco Franco decidió trasladar a los sobrevivientes a un nuevo pueblo. Así, nacía el nuevo Ribadelago con un diseño que recordaba a un pueblo andaluz, pero, ¿acaso el diseño de las casas podía reparar el dolor que llevaban consigo? A veces me pregunto hasta qué punto somos capaces de reconstruir lo que hemos perdido, ya sea en una catástrofe o en la vida misma.
En el nuevo Ribadelago, los turistas ahora pueden disfrutar de un recorrido en barco alrededor del lago Sanabria, un recordatorio del pasado que invita a la reflexión. Sin embargo, las ruinas del Ribadelago Viejo parecen susurrar secretos de un tiempo que no volverá.
La respuesta del gobierno y la rendición de cuentas
Frente a la magnitud de la tragedia, y como era de esperar, la prensa nacional no tardó en cubrir los acontecimientos. Tras la presión mediática, el gobierno encargó un informe al ingeniero Ricardo Fernández Cuevas, quien halló fallos estructurales y subrayó que la calidad de los materiales utilizados en la construcción de la presa era deficiente.
La contabilización de víctimas fue abrumadora: el Estado compensó a las familias con 90.000 pesetas por cada hombre y 80.000 por cada mujer, aunque los 30.000 por niño parecían una burla en comparación con el inmenso dolor que enfrentaban.
A pesar de las condenas a algunos de los responsables, se aplicaron indultos que hicieron que el escándalo se convirtiera en un mero bache en sus vidas. ¿Es ese el precio del poder?
Cuando el pasado se convierte en museo
Hoy, aquellos que visitan Ribadelago Viejo pueden ver un monumento que conmemora a las víctimas y reflexionar sobre lo que ha quedado de aquel pueblo. Las ruinas de la iglesia y las casas derruidas se erigen como un recordatorio de que la historia, aunque dolorosa, debe ser recordada. De hecho, la nostalgia y la tristeza pueden conjugarse en una sola palabra: memoria.
A menudo me encuentro reflexionando sobre cómo las historias trágicas y las lecciones aprendidas pueden ayudarnos a construir un futuro mejor. ¿No es fascinante cómo la historia se repite, y aún así, seguimos tropezando con la misma piedra?
Reflexiones finales: el valor de no olvidar
El desastre de la presa de Ribadelago es uno de esos eventos que debe quedar grabado en nuestra memoria colectiva, no solo porque nos recuerda la fragilidad de la vida, sino también porque nos insta a cuestionar si las decisiones que tomamos realmente priorizan el bienestar común. Preguntas como: «¿Realmente aprendemos de nuestra historia?» o «¿Estamos dispuestos a escuchar las voces que nos advierten de un posible peligro?» son fundamentales.
Como diría el gran filósofo argentino Jorge Luis Borges, «el pasado no es lo que fue, sino lo que recordamos». La memoria debe ser nuestra brújula, una herramienta que nos guía hacia un futuro donde las vidas de Ribadelago no se olviden y donde sus enseñanzas sigan resonando en nuestras decisiones presentes.
Por lo tanto, la próxima vez que escuchemos sobre alguna tragedia o conflicto, recordemos que detrás de cada número y cada estadística hay seres humanos, historias y recuerdos que no deben desvanecerse. La memoria, mi querido lector, puede ser nuestra mejor aliada si estamos dispuestos a escuchar y aprender.
Ahora que has llegado al final de esta reflexión, ¿te has preguntado alguna vez cómo puedes contribuir a mantener viva la memoria de los que ya no están? ¡Espero que sí! Así que el próximo desafío es convertir esa reflexión en acción.