Recientemente, el Parlamento israelí (o Knéset) ha tomado una decisión que, sin duda, está generando un gran debate no solo en Israel, sino en todo el mundo. El 12 de octubre de 2023, se aprobó una disposición temporal que permitirá a los tribunales israelíes condenar a menores a partir de 12 años de edad si son hallados culpables de asesinato por motivos «terroristas». Esta medida ha levantado muchas cejas y ha suscitado un torrente de opiniones en redes sociales, medios de comunicación y, por supuesto, en conversaciones informales con amigos y familiares.

Una mirada más cercana a la nueva disposición

Para entender mejor el impacto de esta normativa, vale la pena analizar a fondo cómo funciona el sistema de justicia juvenil en Israel. Antes de esta disposición, los menores de 14 años podían ser considerados responsables penalmente desde los 12 años, pero las penas de prisión solo eran aplicables a partir de esa edad. Ahora, con la nueva ley, esos 12 a 14 años de edad podrán enfrentar penas de privación de libertad, aunque se les mantendrá en centros especializados hasta cumplir la edad mínima.

Esto plantea muchas preguntas, y no solo desde un punto de vista legal, sino también moral. ¿Deberían los jóvenes ser considerados como criminales en este sentido o son más bien víctimas de un contexto sociopolítico extremadamente complicado?

Contexto y antecedentes

Ahora, adentrémonos un poco en la historia detrás de la legislación. Este tipo de norma no es completamente nuevo. Entre 2016 y 2020, se aplicó una disposición similar, pero no fue renovada. Cuando uno mira hacia atrás, se pregunta: ¿por qué esta vez, con todo lo que está pasando? ¿Es un intento de enviar un mensaje?

Las palabras “terrorista” y “terrorismo” se han utilizado en contextos muy amplios en Israel. Desde la perspectiva de algunos, esto parece una manera de ampliar el espectro de lo que se considera delito, atrapando a menores en una red legal que podría tener repercusiones cruentas en sus vidas.

El actual ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, del partido ultranacionalista Poder Judío, ha sido uno de los principales promotores de esta ley. En una ocasión, bromeó, «Si un niño juega con fuego, debe prepararse para quemarse». Puede que su estilo directo resulte efectivo en algunas esferas, pero también plantea serias dudas sobre la empatía que se debería tener hacia los menores.

Una perspectiva crítica y empática

Ahora bien, no podemos olvidar que detrás de esas estadísticas y cambios legales, hay historias humanas. Cualquiera que haya sido niño o adolescente sabe que esa etapa puede ser tumultuosa. La adolescencia es un mar revuelto de emociones, confusión y, a veces, decisiones erróneas.

Imaginemos a un joven de 13 años, influenciado por un entorno complejo y tal vez hostil. ¿Es justo condenarlo de la misma manera que a un adulto? ¿O es necesario enfocarse en la rehabilitación y el diálogo constructivo en lugar de en la cárcel? La justicia debería ser una balanza, no solo un martillo.

Una marea de decisiones recientes

Desde que el Parlamento reanudó sus sesiones luego del receso de verano, el escenario político en Israel ha estado repleto de decisiones controvertidas. Además de esta nueva disposición sobre los menores, han surgido otras leyes que incluyen la prohibición de la UNRWA, la agencia de la ONU para refugiados palestinos, y la deportación de familiares de “terroristas” a Gaza. Esto va creando un clima de inseguridad y confrontación que, en vez de aliviar las tensiones, parece profundizarlas.

En este contexto, puede ser fácil para algunos ver la prisión de menores como una «solución» a lo que ven como una amenaza inminente. Pero, ¿es realmente una solución? ¿O estamos simplemente dando un paso atrás en términos de derechos humanos y empatía?

Reflexiones y anécdotas personales

En mis años trabajando con comunidades vulnerables, he aprendido que la verdadera transformación social ocurre a través de la educación, no a través del castigo. Recuerdo una conversación con un adolescente que había estado involucrado en actividades delictivas. Al preguntarle por qué lo hacía, me dio una respuesta que me dejó pensando: “No siento que tenga otra opción. El mundo fuera de aquí es un lugar aterrador”.

Proyectos de rehabilitación y educación deben ser la prioridad, no la condena. Sentenciar a un menor de 12 años al carcere no solo les arruina la vida, sino que también envía un mensaje a los jóvenes de que no hay vida más allá de la violencia. Tristemente, esto se traduce en un ciclo perpetuo: un sistema que se alimenta a sí mismo sin nunca considerar las raíces profundas del problema.

Impacto a largo plazo en la sociedad israelí

La pregunta queda, ¿qué significa esto para el futuro de Israel y su sociedad? Con medidas que apuntan a fortalecer las campañas de represión en lugar de la reconciliación, la sensación de inseguridad y desconfianza puede aumentar.

Imaginemos también el efecto que tendrá en las familias de estos menores. Con un sistema que parece más interesado en castigar que en educar, los lazos familiares también se verán erosionados. Y, al final del día, ¿no se trata de cuidar a las próximas generaciones? A muchos les puede parecer que se trata de un acto de justicia, pero en el fondo, podría acabar siendo un peligroso juego de ruleta rusa social.

La respuesta de la comunidad internacional

No podemos pasar por alto cómo estas decisiones afectan la imagen de Israel en el escenario global. A medida que el mundo observa, se preguntan: ¿Es este el camino que quiere seguir una nación que aspira a ser un ejemplo de democracia y derechos humanos en medio de un conflicto tan complicado?

Organizaciones internacionales y activistas ya han comenzado a levantar la voz en contra de estas nuevas normas. Preguntan: ¿Qué hay de las convenciones de derechos de los niños que se han adoptado a nivel mundial? ¿Tal vez necesitaríamos revisar un poco esos principios? O, ¿será que hoy en día, los derechos humanos son un lujo del que no todos pueden disfrutar?

La lucha por el equilibrio

Sí, la seguridad es importante, sin lugar a dudas. Pero mientras se busca un sentido de seguridad, también deberíamos recordar lo que es la justicia. Hacer un llamado al equilibrio y a la justicia no debería ser considerado un deseo utópico.

La disposición que permite condenar a menores por terrorismo plantea una dura línea divisoria entre la seguridad y la justicia. Necesitamos preguntarnos: ¿es este el legado que queremos dejar? ¿Una sociedad que prioriza la condena sobre la comprensión?

Un camino hacia el futuro

Al ser testigos de todo esto, como ciudadanos interesados en la promoción de la paz y la justicia, debemos estar preparados para abogar por un diálogo continuo y constructivo. No debemos dejar que esta norma se convierta en un estándar aceptado.

Como en toda buena historia, hay un espacio para la esperanza. En las manos de la juventud, se encuentra el poder de crear un cambio. Desde las aulas, los clubes juveniles hasta las iniciativas comunitarias, la participación activa de los jóvenes es crucial para formar una generación de líder comprensivos que puedan abordar estos temas desde una perspectiva más humana. Retiñendo las lecciones del pasado, podemos trabajar juntos hacia un futuro más brillante.

En conclusión

La reciente aprobación de la nueva norma en Israel es un claro recordatorio de que la justicia no es un concepto sencillo. Pero, a través del diálogo, la comprensión y la empatía, existe una oportunidad para transformar nuestras comunidades en pos de generar un cambio positivo. Solo así podremos reconocer que detrás de cada número y cada decisión legal hay vidas y sueños que merecen ser valorados.

La historia de cada menor no debería ser un capítulo cerrado con un condena, sino un nuevo comienzo para aprender, crecer y sanar. En esta batalla entre justicia y seguridad, quizás la verdadera victoria sea encontrar el equilibrio entre ambas. ¿No es ese el verdadero objetivo de un sistema judicial moderno y justo?

Así que, ¿qué podemos hacer? Abogar por cambios, sumar voces y ser la fuerza que impulse a un futuro más compasivo. La lucha por la justicia comienza con cada uno de nosotros, y el cambio, a menudo, comienza en nuestra propia conversación.