En un rincón olvidado de Colombia, donde las montañas del Catatumbo se alzan como guardianes solitarios, se libra una guerra de dimensiones alarmantes. No es una trama de novela de suspenso, aunque bien podría serlo. Desde el 16 de enero de este año, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) ha desatado una violencia que hace que hasta el más aguerrido de los gorilas de la jungla se sienta un poco incómodo. ¿Por qué? Porque este conflicto no sólo es una lucha de territorio; es una lucha por el control de la coca, el oro verde que alimenta tanto la economía de la droga como el interminable conflicto armado colombiano.
La guerra que no cesa
En los últimos días, los ecos de fusiles y explosiones han interrumpido la tranquilidad de las comunidades rurales del Catatumbo, un lugar donde los paisajes son tan bellos como sus historias son tristes. Imagínate despertar en una mañana soleada, con el canto de los pájaros, y de repente sentir esa sensación de calma que se interpone entre las ráfagas de disparos. Durante este entreacto de la vida normal, más de 80 personas han muerto, no sólo guerrilleros en combate, sino también líderes comunitarios y exguerrilleros de las FARC que una vez firmaron la paz en 2016. Un panorama desolador, sin duda.
Y mientras las balas vuelan, más de 36,000 personas han sido desplazadas, en su mayoría dirigiéndose a núcleos urbanos como Cúcuta, donde más de 20,000 refugiados buscan seguridad. Esto suena a un mal guion, pero es la cruda realidad.
Ahora bien, ¿qué hay detrás de toda esta violencia? A medida que nos adentramos en este oscuro laberinto, parece que el Gobierno de Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, tiene un papel que jugar en esta obra de teatro trágica. Algunos analistas no titubean en apuntar directamente hacia él, mientras que el mismo presidente colombiano, Gustavo Petro, deja entrever sus sospechas sobre la influencia de su vecino del este.
Una pregunta retórica que da miedo
Petro se ha mostrado visiblemente molesto en redes sociales, cuestionando cómo es posible que los guerrilleros del ELN hayan cruzado miles de kilómetros sin que el sistema de inteligencia militar colombiano lo advirtiera. Tiene sentido, ¿no? Es como si alguien te preguntara cómo fue que el perro del vecino se comió tu tarea. ¿Es que acaso nadie se da cuenta de lo que está sucediendo? La verdad es que las respuestas son complicadas y muchas veces, la política también juega un rol en el silencio de los problemas.
La densidad de la frontera colombo-venezolana
En la compleja relación entre Colombia y Venezuela, la frontera se ha convertido en un torrente de confusión. Por un lado, tenemos a un Petro que intenta desmarcarse del autoritarismo de Maduro, pero al mismo tiempo necesita la cooperación del régimen venezolano para frenar el avance del ELN. Este «tira y afloja» es un juego peligroso. La frontera no es solo una línea en el mapa; es un cóctel de intereses económicos, gestión de territorios, y, claro, esa juerga llamada narcotráfico.
Los expertos sugieren que hay una correlación directa entre la actividad del ELN y cualquier cambio en las relaciones entre ambos países. Es como si el ELN fuera un termómetro que refleja las tensiones diplomáticas: cuando aumenta la presión entre Bogotá y Caracas, el ELN no se queda atrás con sus actividades. Como si manifestara su presencia con una pancarta: «Estamos aquí, ¡no nos olviden!»
Las maniobras de Maduro
Consciente de lo que está en juego, Maduro no ha permanecido de brazos cruzados. ¿Te imaginas? Organizó recientes maniobras militares en la frontera, poniendo a su ‘número dos’, el ministro del Interior Diosdado Cabello, a la cabeza. La imagen de jets de combate surcando el cielo cerca de Cúcuta parece sacada de una película de acción, pero esto no es cine; es la realidad. En este contexto, cada maniobra es una advertencia, un claro mensaje de que el gobierno venezolano no se va a dejar intimidar.
La relación entre ambos gobiernos nunca ha sido sencilla. Durante la administración de Iván Duque, la tensión aumentó ante el apoyo de Colombia a la oposición venezolana. Con la llegada de Petro al poder, todo parecía estar en el camino de la reconciliación, pero siempre hay un «pero». ¿Puede un gobierno que no reconoce al otro realmente trabajar en conjunto? Ahí resides tú, querido lector, en el epicentro de esta tensión.
El papel del ELN: una organización en expansión
El ELN no sólo busca expandir su ámbito de control, sino también mejorar sus capacidades militares. En su intento por conectar sus frentes de guerra, intentan acceder a nuevas rutas del narcotráfico y controlar las economías ilícitas del territorio. La influencia del régimen venezolano no es un secreto; se ven las coordenadas de este mapa de alianzas entre el ELN y el conglomerado de narcotráfico. Según el politólogo Jorge Mantilla, se trata de una relación de coordinación y cooperación que permite al ELN actuar con impunidad.
Así es como, en medio de esta maraña de tácticas, el ELN se ha convertido en una autoridad migratoria y aduanera en los pasos fronterizos, ocupando el vacío que dejó el desfalco de relaciones diplomáticas entre ambos países. ¿Es eso una ironía o solo un cruel recordatorio de la corrupción y el abandono en la región? Tal vez un poco de ambas cosas.
Un futuro incierto
La situación en el Catatumbo plantea preguntas difíciles sobre el futuro del país. Como en toda película de acción, la tensión siempre está en su punto álgido, pero al final, la pregunta del millón es: ¿habrá un cierre para esta historia? La reciente propuesta de Petro para coordinar acciones militares conjuntas con Venezuela parece, en el mejor de los casos, un inicio titubeante hacia la reconciliación. Pero, como dice el viejo refrán, «más vale tarde que nunca».
La gente del Catatumbo y los miles que han sido desplazados por la violencia merecen un pedazo de paz. Sin embargo, el tema es mucho más complejo que simplemente reducirlo a un conflicto territorial. Mientras que las acciones del ELN continúan, la sombra de Nicolás Maduro y la presión política sobre ambos líderes persisten. La pregunta que nos queda, entre tantas, es: ¿cómo se lograría un equilibrio que sostenga la paz en esta región atrapada entre balas y política?
Conclusión: el laberinto continúa
El Catatumbo, un lugar que debería ser sinónimo de belleza y riqueza natural, se ha convertido en un laberinto oscuro donde la violencia y la política son protagonistas en una khóos brutal. A medida que la historia se despliega, la incertidumbre persiste, dejando a los ciudadanos de ambos países en un estado de inseguridad y desasosiego.
Nos queda esperar que detrás de tanta adversidad, se puedan hallar caminos hacia la solución pacífica y que las voces de aquellos que sólo desean vivir en paz no se ahoguen en el estruendo de la violencia. ¿Qué opinas, querido lector? ¿Tendrá la historia un giro inesperado, como en las mejores novelas? O simplemente será otro capítulo de un conflicto que parece no tener fin. El tiempo lo dirá.