En un mundo donde la información fluye como el agua, a veces es difícil creer lo que leemos. Sin embargo, la realidad de los derechos humanos en Venezuela sigue siendo tan impactante que uno tiene que hacer un esfuerzo consciente para no caer en la incredulidad. El reciente asesinato de Edwin Santos, un miembro activo de la oposición venezolana, me ha hecho reflexionar sobre la trágica situación política y social que enfrenta el país. De hecho, la historia de Santos no es solo otra cifra en una lista de víctimas; es un recordatorio doloroso de cómo el deseo de justicia puede llevar a la muerte en un escenario donde el Estado parece estar en contra de los propios ciudadanos.
La desaparición de Edwin Santos
En la última semana de octubre del año en curso, Edwin Santos, un nombre que resonaría en el ecosistema político venezolano por sus esfuerzos en pro de los derechos humanos y el cambio social, fue secuestrado por agentes de la Dirección de Contrainteligencia Militar (DGCIM). Parece demasiado insólito, ¿verdad? Piense en ello: uno está caminando tranquilamente hacia casa y, de repente, unos hombres armados lo arrastran a un vehículo. Este fue el último capítulo conocido de Santos antes de que su cuerpo fuera encontrado, con múltiples heridas de bala, en un puente que él solía atravesar mientras luchaba por la infraestructura de su comunidad.
Lo que hace que esta narrativa sea aún más desgarradora es que el hecho de caminar por la calle se ha convertido en un acto de valentía, especialmente para aquellos que alzan la voz en contra del régimen. ¿Cómo llegamos a este punto? ¿Hasta dónde se ha deteriorado el concepto de derechos y libertad?
Un contexto desgastante
La situación actual en Venezuela es bastante desesperante. Desde 2018, el clima político se ha vuelto más peligroso para los activistas y opositores. Las voces que claman por cambio son cada vez más silenciadas, y la represión parece multiplicarse. Según estadísticas recientes, se ha duplicado la cifra de presos políticos españoles en las cárceles venezolanas, donde se han documentado prácticas de tortura y condiciones inhumanas. En este contexto, la muerte de Edwin Santos se convierte en un eco de las voces de aquellos que simplemente buscan expresar un desacuerdo.
¿Y qué hay de la comunidad internacional? La misma comunidad que, en tiempos de elecciones, realiza mapas de calor sobre cuál país está cayendo en un régimen totalitario. Pero, ¿dónde estaban cuando Santos fue secuestrado? ¿Es suficiente publicar tuits y emitir comunicados de condena mientras vidas como las de Santos son segadas en la oscuridad?
Clamores de justicia
Las reacciones ante la muerte de Santos fueron inmediatas. María Corina Machado, una figura prominente de la política venezolana, exigió que se aplicara la justicia internacional. Con lágrimas en los ojos pero con determinación, trató de añadir un poco de luz sobre un incidente que se presenta a menudo como meras estadísticas. En sus palabras: «La lucha por la libertad no puede ser una sentencia de muerte que enluta a una nueva familia venezolana».
Y ahí está el meollo del asunto: la lucha por la libertad. Para muchos, es una declaración simple, pero para otros, es una película de terror que se desarrolla frente a sus ojos. Es una batalla que ha tenido un alto costo para múltiples familias, no solo para la esposa e hijos de Santos, quienes lo reconocieron entre la maleza.
La cultura del miedo
Lo que parece ser un patrón escalofriante es que la muerte de Santos no es un evento aislado. Desde 2018, varios opositores han sido asesinados en circunstancias similares. Hasta la fecha, casi 160 dirigentes y miembros de partidos políticos están detenidos, acusados de orquestar planes para derrocar a Nicolás Maduro, un eufemismo que se traduce en ser un opositor en un régimen que no admite disidencia. ¿Dónde está la línea entre la resistencia y la condena a muerte?
A medida que más relatos de tortura, desapariciones y asesinatos emergen, me doy cuenta de que lo que solía ser una tiranía en el papel se ha materializado en una experiencia aterradora para aquellos que simplemente quieren un cambio. Y en la cima de todo esto, el Gobierno Nacional urgiendo a desmentir rumores; hay algo irónicamente cómico en este espectáculo trágico.
Memorias de un país herido
En mi propia experiencia, he escuchado a personas describir a Venezuela como un país hermoso, lleno de cultura, gente hermosa y paisajes sorprendentes. Pero la realidad es que detrás de esas impresionantes vistas, hay un pueblo que sufre. Recuerdo una conversación con un amigo; él me decía: “Cuando vine a España, dejé atrás mis sueños, pero también mi miedo”. Esas palabras me retumban cada vez que leo sobre otro opositor asesinado. Uno se pregunta, ¿qué tan lejos puede llegar una sociedad para callar a quienes quieren reformar el rumbo?
A menudo, cuando se discute sobre derechos humanos, hay personas que comienzan a desconectar, pensando que se trata de palabras vacías. Pero permítanme recordarles que cada número en las estadísticas representa una vida, una historia, y lo más importante: una pérdida irreparable para aquellos que amaban a estos individuos.
El laberinto de la impunidad
Volver a la historia de Edwin Santos despierta inquietudes sobre la impunidad que parece haber anidado en el sistema judicial venezolano. Es común escuchar que el sistema está diseñado para proteger a los privadores de libertad más que a los ciudadanos, lo cual es, sinceramente, una tragedia en todo sentido.
El comisario Douglas Rico, en una declaración que parece más un mal guion de telenovela que un relato verídico, afirmó que la muerte de Santos fue un «accidente de tráfico» tras un choque con un árbol. Ah, Venezuela, la tierra de los milagros… ¿de verdad crees que todos tragamos esa historia? Es como ver una película de terror sin final feliz, donde el único “ganador” es el sistema opresor.
Es sorprendente cómo la realidad puede ser más extraña que la ficción. Frases como «noticias falsas» son lanzadas al aire por bandas de comunicación afines al régimen, instando a todos a desestimar lo que su propio pueblo tiene que decir. Pero seamos sinceros: en un régimen donde la verdad es un lujo, ¿quién se puede permitir el lujo de creer en la honradez?
La necesidad de una investigación genuina
El hecho de que se reclame una investigación urgente y eficaz sobre la muerte de Santos debería ser la primera actitud que el Gobierno de Maduro debería tener. Sin embargo, allí radica el problema: ¿quién cree que pedirán cuentas a sus propios matones? Ciertamente, la ONG Provea se ha manifestado en repetidas ocasiones, pero ¿es suficiente el clamor de unas pocas voces ante un muro de indiferencia?
La comunidad internacional debe hacer un llamado contundente y genuino para que las atrocidades en Venezuela no caigan en el olvido. Edmundo González Urrutia, rival de Maduro, clamaba por una respuesta sobre lo ocurrido. Si sus palabras no resuenan, ¿quién puede hacerlo?
Conclusiones esperanzadas
A pesar de la oscuridad que rodea la muerte de Edwin Santos, hay un rayo de esperanza en la resistencia y la lucha constante del pueblo venezolano. En medio de la desesperación, la lucha por la memoria, la justicia y la libertad sigue viva. La valentía de aquellos que se niegan a ser silenciados es un recordatorio constante de que, aunque la situación sea sombría, el espíritu del pueblo sigue siendo indomable.
Así que, la pregunta que queda es: ¿estaremos dispuestos a escuchar? ¿Realmente vamos a dejar que la historia de Santos y de tantos otros caiga en el olvido? La lucha por los derechos humanos no es solo responsabilidad de los que viven en países como Venezuela; es un asunto de todos. La voz del pueblo clama por justicia, y cada uno de nosotros tenemos el deber de escucharlos y exigir un cambio.