La historia es un recuerdo frágil, a menudo maleable, que se adapta a las narrativas que elegimos contar. Cada vez que abro un libro de historia, me encuentro con la sorpresa de que algunos nombres brillan con intensidad mientras que otros, igualmente relevantes, se desvanecen en la penumbra del olvido. ¿Cuántos de nosotros hemos dejado de lado el pasado porque nos parece demasiado complicado o doloroso? Hoy quiero hablarte sobre José Luis Alcazo, un nombre que durante años estuvo olvidado en las páginas de nuestra memoria colectiva y que, afortunadamente, está encontrando un lugar en nuestras conciencias.

Un crimen que marcó la historia

El 13 de septiembre de 1979, José Luis Alcazo, conocido cariñosamente como Josefo, sufrió su trágico destino en un ataque orquestado por un grupo de jóvenes ultraderechistas. Era un joven de solo 25 años, que acababa de terminar su carrera en Historia y se disponía a regresar a su pueblo. Sin embargo, los vientos del odio, alimentados por el resquicio del franquismo, lo alcanzaron. En una noche como cualquier otra, se encontró en el lugar equivocado y en el momento equivocado, con un grupo de agresores armados con bates de béisbol y otros instrumentos de violencia diseñados para herir y matar. Mientras escucho esto, me cuesta asimilar cómo un grupo de jóvenes con ideologías tan opuestas podían llevar su odio a tal extremo. ¿Cómo es posible que el odio arraigado en la ideología lleve a la violencia indiscriminada?

Sería fácil pensar que estas historias son del pasado y que no nos afectan hoy, pero lo cierto es que la sombra de esos eventos aún pesa en la sociedad española. ¿Qué diría Josefo si supiera que, décadas después, su nombre seguía siendo casi desconocido para muchos?

La búsqueda de justicia y reconocimiento

Años después de su trágica muerte, la historia de Josefo fue relegada a una simple nota al pie de página en el gran libro de la Transición española. Consuelo Ordóñez, hermana de otro de los asesinados, ha tenido que lidiar con esta delgada línea de la memoria y el olvido. En un tuit revelador, ella misma confesó que no conocía la historia de Josefo hasta hace poco tiempo, lo que subraya la falta de atención que ha recibido por parte de los historiadores y los medios.

Cuando hablo de justicia, generalmente pienso en castigos a los culpables, pero aquí estamos tratando con algo más profundo: la justicia de la memoria. En 2023, el Ayuntamiento de Madrid decidió rendir homenaje a Josefo con una placa conmemorativa en el Paseo de Fernán Núñez. Es un alivio escuchar que su historia, por fin, recibe el homenaje que merece, aunque, como señala José Luis Oliva Alcazo, sobrino de la víctima, llega “muy tarde”.

Este reconocimiento no solo es para la familia, sino para toda una sociedad que a menudo se aferra al concepto de paz olvidando las cicatrices que nos dejaron los conflictos pasados. Es importante entender que no podemos construir un futuro sólido sin reconocer el peso del pasado. ¿Acaso podemos seguir adelante sin contar y recordar las historias que nos han moldeado?

¿Olvidados por elección?

Cuando el nombre de Josefo se menciona, los recuerdos de su amabilidad y su calidez se entrelazan con la tragedia de su muerte. Se dice que en su pueblo natal, Albero Bajo, siempre se le recordará como un joven querido, que enfocaba su energía no en la radicalización, sino en las cosas simples de la vida: cantar, comer y reír con amigos y familiares. Entonces, me pregunto: ¿qué ocurre con aquellos rostros que han quedado atrapados en la oscuridad, esperando ser liberados por historias como la de Josefo?

La historia del asesinato de Josefo es dolorosa pero esencial para el entendimiento de una época marcada por el miedo y la barbarie. Durante años, el tratamiento de su muerte fue minimizado, como si no fuera relevante para el discurso de la memoria histórica en España. Es vital que el futuro reconozca que estos eventos no eran simplemente “peleas entre bandas”, como algunos intentaron despolitizar el suceso, sino que se trataba de un claro ejemplo de terrorismo de extrema derecha.

Reconocimiento tardío y lucha por la verdad

En 2001, el gobierno español otorgó a Josefo el estatus de víctima del terrorismo, pero, como la historia demuestra, este reconocimiento fue algo tarde, como muchas cosas en la vida. ¿Es posible que la memoria de alguien se deteriorice tan rápidamente, solo porque no hay un grupo que lo reivindique? La familia, después de haber esperado más de 20 años, finalmente pudo ver a Josefo reconocido, aunque el precio que pagaron fue muy alto y lleno de dolor.

En un mundo donde cada día se nos recuerda la importancia de la justicia y el reconocimiento, no puedo evitar sentir indignación por esta lenta reacción. Creo que todos hemos vivido momentos en los que la injusticia parece prevalecer, y esta historia en particular es un recordatorio de que debemos actuar, nunca quedarnos callados.

La responsabilidad de la memoria

¿Es justo perder la memoria de aquellos que sufrieron? En el caso de Josefo, su historia apenas aparece en los libros de historia. Sophie Baby, autora de “El mito de la transición pacífica,” arroja luz sobre este vacío, resaltando cómo muchas vidas quedaron relegadas a un pie de página. ¿Cómo podemos permitir que esto suceda?

La falta de acción por parte de la sociedad, y más todavía de los medios de comunicación y los historiadores, ha permitido que este tipo de olvido se convierta en la norma. La memoria histórica no es únicamente una exposición de eventos, sino un acto de justicia social, pues recordar es resistir. Así que aquí me encuentro, escribiendo sobre un joven de 25 años que se convirtió en una víctima del odio, intentando hacer acto de presencia en este vasto y a menudo frío mundo de las letras.

Lecciones para el presente

Hoy más que nunca, es vital que consideremos el impacto que la memoria histórica tiene en la formación de nuestra identidad colectiva. Las sociedades que olvidan su pasado están condenadas a repetirlo, y eso es exactamente lo que Andrea Levy, concejala de Madrid, advierte. «La historia ha demostrado que el olvido puede llevar a la repetición de la violencia y la polarización política», dice con razón.

Reflexionemos un momento sobre esto. ¿Podemos darnos el lujo de olvidar lo que ocurrió en el pasado? Siempre que surge la conversación sobre la violencia en la actualidad, ya sea en España o en otra parte del mundo, debemos recordar nombres como el de Josefo. No solo se trata de un acto de justicia hacia las víctimas, sino también una lección para las futuras generaciones.

Conclusión: hacia un futuro más consciente

Es un alivio ver que se está haciendo justicia, aunque sea tardía. La reciente colocación de la placa en honor a José Luis Alcazo no solo busca revindicar su memoria, sino también abrir un diálogo sobre el terrorismo de toda índole, ya sea de extrema izquierda o de extrema derecha. Como comunidad, necesitamos un compromiso firme con la verdad y la memora.

Es hora de que historias como la de Josefo sean contadas en voz alta y sin miedo. Son las vidas de aquellos que fueron asesinados por sus elecciones de vida y su historia las que forman los cimientos de nuestra sociedad. El reconocimiento del sufrimiento de personas como Josefo no solo es un acto de compensación, sino un paso esencial hacia la construcción de una narrativa histórica más rica y justa.

Así que, querido lector, la próxima vez que observes las páginas de un libro de historia, recuerda siempre mirar más allá de lo que se presenta. Ahí, en esos rincones oscuros, podrían estar las historias que aún necesitan ser contadas. ¿Estamos dispuestos a dejar que se queden en el olvido?