La muerte es una parte inevitable de la vida, y sin embargo, cuando se trata de las rockstars, parece que, en lugar de apagarse, su leyenda se aviva. Si piensas en ello, es curioso cómo un artista puede recibir un aire completamente nuevo post mortem. ¿Pero alguna vez te has preguntado por qué sucede esto? ¿Es simplemente una cuestión de marketing, o hay algo más profundo en juego?
En este artículo, vamos a explorar el fenómeno de cómo las muertes de las leyendas de la música no solo reverberan en el silencio, sino que también encienden conversaciones, reavivan carreras y, a menudo, resultan en un incremento dramático en su popularidad. Haremos uso de «Los viejos rockeros (nunca) mueren», un fascinante libro del escritor Jesús Báez, que arroja luz sobre el oscuro y fascinante mundo que rodea las muertes de estos icónicos artistas.
La música que nunca muere
Primero, un pequeño ejercicio mental. Imagina que estás en tu habitación, una tarde de domingo. Pones un disco de David Bowie y, mientras las notas de “Blackstar” llenan el aire, de repente te das cuenta de que el álbum no solo es una despedida, sino una obra maestra llena de vida y significado. Esto es lo que Báez resalta: que quizás, justo antes de irse, Bowie estaba más vivo que nunca, entregando al mundo su mejor regalo.
Cuando Bowie falleció, millones de personas volvieron a escuchar su música. Esto no es un caso aislado; la historia se repite cada vez que un músico abandonan este mundo. La industria de la música ha aprendido a monetizar estas tristezas, un fenómeno que se ha institucionalizado. La muerte de un artista famoso generalmente causa un aumento en las reproducciones en plataformas de streaming. Según algunos datos compartidos por la RIAA (Asociación de la Industria de Grabación de América), las reproducciones de música de artistas fallecidos suelen crecer un impresionante 40% durante las semanas posteriores a su deceso. ¿Y el resto de los músicos? Ah, ellos también pueden alzarse, pero eso es tema para otro artículo.
La industria de los muertos
El libro «Royalties de ultratumba», también mencionado en el texto original, examina cómo la industria musical se beneficia de la muerte de sus estrellas. Aquí se plantea una pregunta dura: ¿es la muerte de un artista una tragedia o una oportunidad? Por supuesto, no quiero sonar insensible; es una combinación de ambas, pero es un punto que genera debate. ¿Cuál es el límite entre honrar a un artista y usar su legado como una máquina de make money?
La muerte de músicos como John Lennon o Freddie Mercury activaron no solo revivals de su música, sino también merchandising, documentales, biopics y todo tipo de productos que, aunque bien intencionados, a veces parecen más un intento de aprovecharse del luto. Por cierto, ¿sabías que el más reciente álbum de Queen ha sido lanzado con el título «The Platinum Collection», justo en el aniversario de la muerte de Mercury? Hasta me pregunto si el marketing está más vivo que el propio artista.
Las diferentes maneras de morir en la música
En «Los viejos rockeros (nunca) mueren», Báez divide la obra en distintas secciones que reflejan la forma en que estos artistas han dejado este mundo. Y aquí viene lo realmente intrigante: ¿sabías que las muertes pueden clasificarse? Desde sobredosis hasta suicidios, o incluso accidentes trágicos, la música está llena de historias que parecen sacadas de una novela, pero son absolutamente reales.
Por ejemplo, el capítulo sobre las drogas es una exploración cruda de cómo la búsqueda de la fama a menudo se encuentra con la oscuridad de los excesos. Si bien figuras como Amy Winehouse y Kurt Cobain son lamentablemente célebres por sus muertes prematuras, también son recordados por la poderosa música que dejaron atrás. Ahí es donde entramos en territorio espinoso: ¿realmente valoramos su música más ahora que ya no están aquí? En una extraña forma de dualidad, su música ha pasado de ser parte de nuestro paisaje sonoro a ser una fuente de nostalgia y tributo.
La fascinación por el Club de los 27
Aquí hay una mención especial que merece un seguimiento. El famoso Club de los 27, que incluye a artistas como Jimi Hendrix, Janis Joplin, y Jim Morrison, ha fascinado a muchos. ¿Te has parado a pensar por qué se ha convertido en un “constructo”, una narrativa que se repite constantemente? Es como si la muerte a esa edad joven valiera más que a cualquier otra. Esta idea de que solo los más talentos tienen este “privilegio” de unirse al club es, en parte, lo que aumenta la leyenda. Y aquí es donde entran el marketing y la música en sus formas más oscuras.
El autor del libro se atreve a poner en duda la creencia de que la pertenencia a este club sea excepcional. ¿No es un poco exagerado? Al fin y al cabo, ser parte de un grupo de personas que han muerto joven no debería ser una distinción honorable.
La exploración de suicidios y tragedias
La discusión también se adentra en un terreno sensible: el suicidio. Este tema se entrelaza con la salud mental de muchos artistas y cómo su lucha personal a menudo se ve reflejada en su música. Jesús Báez menciona a artistas que han estado luchando contra demonios internos, como Chris Cornell y Ian Curtis. Hay algo profundamente humano en sus historias, que nos recuerda que bajo el velo de la fama, también hay una lucha diaria. Conectamos con sus historias porque muchos de nosotros hemos lidiado con desafíos similares, ¿verdad?
Y, hablando de salud mental, sería imperdonable no mencionar la obra de Juan Antonio Canta, un músico que vivió la delgada línea entre la genialidad y la locura en un entorno que lo explotó. Es un recordatorio de cómo la presión puede hacerse insostenible, especialmente para aquellos que son considerados «dioses de la música».
La vida después de la muerte musical
Como culminación de este análisis, es fascinante cómo Báez menciona las resurrecciones post mortem. Un toque esperanzador en medio de tantas tristezas. Después de todo, ¿no es reconfortante que su música, ideas y legado continúen? La música de estos artistas se convierte en una especie de refugio para aquellos que quedan atrás, un recordatorio de que, aunque físicamente se hayan ido, su esencia y creatividad permanecen.
La música, en esencia, es inmortal. Al morir, estas rockstars no desaparecen; están, de hecho, más presentes que nunca. Cada acorde, cada nota, cada letra se convierte en un testamento de su vida, y nosotros seguimos buscando respuestas y consuelo en esas melodías.
Si te estás preguntando cómo contribuir a que el legado de estas rockstars continúe, la respuesta está en tus manos. Hacer una lista de reproducción, comentar sobre su música en redes sociales, llevar una camiseta de tu banda favorita… todas son formas de mantener su espíritu vivo.
Reflexiones finales: ¿resucitar a través del arte?
El arte tiene esa magia: permite a los muertos vivir de nuevo a través de su creatividad, y tal vez, eso es lo que la música hace en nuestros corazones. La próxima vez que escuches a un artista que ya no está, recuerda: no se trata solo de su música, sino de la vida que han dejado atrás y el impacto perpetuo que tienen en nuestras vidas.
Así que sí, los viejos rockeros no mueren, solo se transforman. ¿No te parece un gran legado? ¿Acaso eso no merece un brindis? Pero, a la vez, no perdamos de vista que detrás de cada melodía, cada una de sus historias, hay un ser humano que merece ser recordado y honrado, sin importar las circunstancias que rodearon su partida. En el fondo, todos queremos dejar nuestra huella en el mundo, y estas rockstars son un recordatorio de que sí se puede, bien sea en vida o en la memoria colectiva.
Y ahora, si me disculpas, creo que es hora de poner algo de Bowie en mi lista de reproducción. ¡Salud!