La revolución del reparto a domicilio ha cambiado nuestra forma de consumir, pero también ha creado un entorno complejo y, a menudo, tóxico para quienes realizan esa labor. Hoy, exploraremos la realidad desgarradora que enfrentan muchas mujeres en la industria del reparto a domicilio, un tema que no solo es necesario visibilizar, sino que también nos invita a reflexionar sobre las desigualdades de género y el acoso en el ámbito laboral.
Un día en la vida de una repartidora: resistencia ante el acoso
Imagina que eres Angi, una mujer repartidora, y te levantas todos los días con la incertidumbre de lo que puede pasar a lo largo de tu jornada. Después de tres años en el negocio, Angi ha desarrollado un conjunto de estrategias para navegar por este entorno hostil. “No me gusta mostrarme”, dice. Y no es de extrañar. Ser una mujer que entrega comida a domicilio puede convertirse en una experiencia que va mucho más allá de simplemente entregar un pedido.
Como muchas otras, Angi ha aprendido a ser escurridiza. Evita los puntos de encuentro donde otros repartidores suelen congregarse, usa ropa que pase desapercibida y tiene su propio conjunto de reglas cuando interactúa con los clientes. “Si me abren la puerta en calzoncillos, apenas digo una palabra”, comparte. Este tipo de vivencias no son anécdotas excepcionales, sino más bien la norma en su día a día.
Humor en medio del caos
A veces, todo lo que puedes hacer es reírte de la locura. Una vez, Angi recibió una entrega en un apartamento donde la reunión de amigos consistía en un juego de “quién se atreve a abrir la puerta primero”. “Fueron bastante acogedores… aunque tal vez un poco demasiado”, recuerda entre risas, en un intento de quitarle peso a la situación.
Sin embargo, es dolorosamente serio cuando se da cuenta de que su seguridad es casi inexistente. ¿Es realmente necesario que las trabajadoras como Angi se enfrenten a este tipo de situaciones simplemente por hacer su trabajo? La respuesta sería un contundente “no”, pero la realidad es otra.
La dualidad de ser mujer y migrante en una industria masculinizada
Angi tampoco está sola. Nuria Soto, una antigua rider, fundó la cooperativa Mensakas después de experimentar en carne propia el acoso y la desigualdad de género. Según Nuria, estos problemas son mucho más comunes de lo que la sociedad quiere admitir. “Prácticamente cada mujer repartidora que conozco tiene una historia similar”, dice con un tono de frustración.
¿Qué significa esto realmente? Significa que muchas de ellas no solo están luchando contra el acoso de los clientes, sino también contra un sistema que las desampara laboralmente. Esto es aún más evidente cuando un servicio de entrega permite que un hombre “alquile” la cuenta de una mujer, creando un desajuste entre lo que el cliente espera ver y la realidad.
¿Por qué es un problema tan grande?
El problema no se detiene en la puerta de entrada. Las repartidoras también enfrentan situaciones incómodas y potencialmente peligrosas incluso en los restaurantes donde recogen sus pedidos. Por ejemplo, Angi comparte que prefiere estar sola en lugar de rodearse de otros repartidores. “He tenido que bloquear a compañeros que no entendían que un ‘no’ significa que no”, dice. Es un ciclo vicioso donde la falta de protocolos de seguridad y condiciones laborales dignas perpetúa el acoso.
El acoso no es solo un problema individual, sino estructural
El acoso en las plataformas de reparto no es un problema nuevo, sino más bien un reflejo de cómo la sociedad ve a las mujeres y, especialmente, a las mujeres que están en el camino de la economía informal. Pero, hipotéticamente, si estos problemas son tan comunes, ¿por qué no hay un protocolo antiacoso?
La respuesta es más compleja de lo que parece. La estructura de trabajo en estas plataformas no contempla un “espacio de trabajo” tradicional, lo que dificulta que las repartidoras tengan algún tipo de recourse o apoyo. Como señala Nuria, “no hay a quién recurrir cuando las cosas se ponen feas”. Esta falta de responsabilidad por parte de las plataformas deja a las trabajadoras en un limbo.
Una realidad sombría
Mientras Angi y Nuria comparten sus experiencias, es fundamental resaltar que la situación es un síntoma de un problema más grande: la cultura de la violación y el sexismo en nuestra sociedad. Según un informe de Comisiones Obreras Cataluña, el 61% de los repartidores han afirmado que sus compañeras enfrentan situaciones de discriminación o sexismo simplemente por ser mujeres. Eso significa que más de la mitad de las mujeres en este sector están lidiando con un acoso cotidiano.
Propuestas para mejorar la situación
Una solución sencilla que se ha planteado es que las plataformas eliminen la necesidad de mostrar la foto de perfil o el género del repartidor. ¿Realmente importa si es hombre o mujer si solo se trata de entregar comida? La respuesta es no. El género no debería ser un factor que contribuya a las experiencias de acoso.
Además, implementar un protocolo antiacoso y un centro de trabajo donde las repartidoras puedan expresar sus inquietudes es crucial para abordar esta problemática. Si la situación sigue sin cambiar, ¿los trabajos en plataformas de entrega se convertirán en un espacio donde el acoso se normaliza?
La calle es un lugar hostil
Pero el acoso no solo proviene de los clientes. Las calles mismas se convierten en un campo de batalla para muchas repartidoras. Conducir por una carretera donde se sienten intimidadas y acosadas por hombres en coches es un desafío diario. “Casi en el 100% de los casos, son hombres quienes nos atacan o nos gritan”, asegura Angi, recordando esa amarga realidad.
Frente a esta situación, una pregunta importante surge: ¿Cuál es nuestro deber como sociedad para garantizar la seguridad de estas trabajadoras? El acoso laboral y el sexismo no son solo problemas de las repartidoras, sino problemas que nos afectan a todos, aunque muchas veces ignoramos su existencia.
Reflexionando sobre nuestras acciones
Al observar la experiencia de Angi y Nuria, se hace evidente que este problema no es solo personal. Es un reflejo de la cultura en la que vivimos. Hay una responsabilidad colectiva en la manera en que tratamos a quienes trabajan para nosotros.
Las experiencias del acoso no deberían ser la norma en el ambiente laboral. La falta de protocolos y la cultura de impunidad solo perpetúan este ciclo de violencia y discriminación. En vez de ignorar estas historias, ¡hablemos de ellas!
Un llamado a la acción
La única manera en que las cosas van a cambiar es si las plataformas y los consumidores deciden actuar. Ya que hablo de humor sutil al inicio del artículo, quizás lleguemos a un punto en que podamos reírnos de lo absurdas que son estas situaciones, en lugar de reírnos de quienes las sufren.
Referencias actuales muestran que la economía de plataformas está en constante crecimiento, y este crecimiento debería ir acompañado de protocolos que protejan a los más vulnerables. Pero, ¿qué tipo de cambio necesitamos? La respuesta a esa pregunta depende de cada uno de nosotros.
Conclusiones: hacia un entorno más seguro
A medida que vamos concluyendo este artículo, es crucial reflexionar sobre el hecho de que el cambio es posible. Con una mayor conciencia sobre estos temas y un compromiso colectivo, podemos trabajar hacia un entorno donde el acoso no sea una parte de la experiencia laboral. Cada paso cuenta, y cada voz tiene poder.
Hagamos ruido sobre estos problemas. Nadie debería sentirse desamparado en su lugar de trabajo, y es responsabilidad de todos asegurar un entorno donde el respeto y la dignidad estén en el centro de nuestras interacciones. Si tú, querido lector, has llegado hasta aquí, te animo a compartir este mensaje. Quizás nuestro pequeño esfuerzo puede ayudar a generar un gran cambio.
¿Te imaginas un mundo donde las repartidoras puedan dedicarse a su labor sin tener que preocuparse por situaciones de acoso? ¡Eso sería verdaderamente revolucionario!