Ah, El juego del calamar, esa peculiar serie surcoreana que nos arrastró a la locura del entretenimiento en 2021, como un imán poderoso en la refrigeración de nuestra curiosidad. Desde el primer episodio, nos atrapó con su mezcla de violencia extrema y vulnerabilidad humana, convirtiéndose no solo en un fenómeno televisivo, sino en un punto de referencia cultural. En este artículo, nos adentraremos en los elementos más fascinantes de esta serie y analizaremos cómo se interconectan con cuestiones sociales y humanas más amplias.

El circo moderno: ¿disfrute o tortura?

La humanidad ha tenido un largo historial de entretenimiento extremo. Desde el circo romano hasta los reality shows contemporáneos, parece que nos hemos empeñado en disfrutar del sufrimiento ajeno. ¿Te has puesto a pensar en ello? Claro que sí, es una mezcla torcida de morbo y diversión. WandaVision, El juego del calamar, o incluso un buen partido de fútbol donde los rivales se dan con todo, son reflejos de nuestra obsesión con la competencia y la lucha. Pero, ¿hasta qué punto está bien disfrutar de esto?

En El juego del calamar, el espectáculo de ver a los concursantes luchar por sus vidas y un premio jugoso se presenta como la “nueva” forma del antiguo circo. Mientras tanto, observamos a las élites consumir su entretenimiento y a las masas arriesgarlo todo para escapar de sus deudas —hay algo inquietante, y a la vez, fascinado en esa mezcla de desesperación y esperanza. Como si el director, Hwang Dong-hyuk, quisiera preguntarnos: “¿Qué harías tú por un poco más de dinero?”.

Tomando una anécdota en primer plano, recuerdo mi propia experiencia viendo el primer episodio con algunos amigos. Sus risas se entremezclaban con gritos de horror, como si estuviéramos en un cine de terror. Después de una escena particularmente intensa, uno de ellos se giró y dijo: «Yo haría esto por el dinero». Y mientras interiorizaba aquellas palabras, me pregunté cuántos de esos concursantes eran un reflejo de nuestra propia lucha por la vida.

La narrativa de la desesperación

La serie tiene su base en una premisa desgarradora: personas con grandes deudas y escasas opciones, participando en un juego mortal que promete una solución. Imagínate a estos concursantes como nosotros, frente a una montaña de facturas. La única diferencia es que nuestras «Juegos del Calamar» son más sutiles y menos mortales: trabajos que nos consumen, relaciones tóxicas y esas pequeñas desgracias cotidianas. Es algo escalofriante pensar que, en el fondo, muchos de nosotros haríamos casi cualquier cosa por salir de la penuria financiera.

¿Es la desigualdad el verdadero monstruo?

La serie también aborda problemas de desigualdad social. A medida que los concursantes avanzan por las pruebas de la primera temporada, quedan al descubierto sus motivaciones: un poco de compasión, mucha desesperación y, en última instancia, una lucha por la supervivencia. Es un recordatorio de que, en la profundidad de nuestra vida diaria, hay un caldo de cultivos socioeconómicos que tienden a ignorarse.

La segunda temporada da algunos giros interesantes, pero quizás no tantos como los que muchos esperaban. La trama sigue la historia de los ganadores y presenta personajes que exploran el sistema de una forma aún más ruda. Ya no estamos solo jugando a volver a empezar, sino que, como lo vemos en los programas de talentos españoles, ahora hay cierta burla de la trayectoria. ¿Estamos buscando una especie de justificación o un nuevo espectáculo que justique la explotación de la miseria ajena?

A medida que avanzamos en la narrativa social de la segunda temporada, encontramos que ciertos elementos, como la introducción de personajes trans y las interacciones entre las élites y los derrotados, muestran una paleta rica, pero, ¿es suficiente?

La universalidad del juego

El juego del calamar ha hecho algo impresionante: ha creado una conexión cultural. Desde la forma en que los juegos son interpretados hasta las psicologías detrás de los personajes, es un espejo de lo que ocurre en el mundo real. Una especie de Battle Royale (la película de 2000 que mencionamos) contemporánea, donde la lucha no es solo por la supervivencia, sino también por una voz en el sistema que, en muchos casos, ha silenciado a nuestras comunidades. ¿Cuántas veces te has sentido como un espectador pasivo en una competencia desfavorable?

¿Entretenimiento o reflexión?

Los elementos visuales de la serie —los colores brillantes de los juegos contrastando con la grisura de la desesperación— son obras maestras en sí mismas. Sin embargo, puede que algunos se pregunten si, al final, somos más mero público que participantes. Mientras reímos y nos horrorizamos en igual medida, somos forzados a reevaluar nuestras propias vidas, nuestra relación con el brillo superficial y nuestra respuesta a la desigualdad que, al final del día, también nos incluye a nosotros.

Y, sinceramente, ¿quién quiere reflexionar sobre ello después de un largo día? A veces, simplemente queremos sentarnos a disfrutar de una serie sin cuestionar nuestra existencia.

La identidad del juego: ¿una crítica necesaria?

El juego del calamar presenta un curioso fenómeno de representaciones de identidad. La temporada inicial solo nos mostraba una homogeneidad en sus personajes: hombres heterosexuales coreanos luchando por sobrevivir. Pero al introducir un personaje trans, ¿se nos está diciendo que todos son bienvenidos dentro de este juego mortal? Tal vez, pero también podría argumentarse que no hay un gran avance en la representación—es un simple gimmick que se siente como un «todo está bien” y mantiene las cosas en su lugar.

La narrativa de los personajes cada vez más deshumanizados refleja las luchas que enfrentan las personas en la vida real. Durante un paseo por la historia, una pareja de amigos me preguntó si consideraría participar en un “juego” como ese. «¿Tienes idea de la presión que tendría que soportar?», respondí. Esa es la esencia de la angustia—es un reflejo de la presión social que sentimos en distintos contextos.

Cuando se pierde la narrativa

Y así, mientras los giros y vueltas de la segunda temporada se desarrollan, muchos críticos afirman que perdió su camino. La narrativa se vuelve repetitiva; el “susto” inicial se diluye, y nos encontramos en una especie de reality show. ¿No te has preguntado si, al fin y al cabo, ¿somos nosotros quienes estamos están jugando el juego? Nuestra cultura se ha convertido en un teatro lleno de personas luchando por un espacio en el ojo de la audiencia.

Así que, al final, ¿podemos ver El juego del calamar como una crítica? Tal vez sí. Como una reflexión, puede que también. Como un ejemplo de lo que no queremos que nuestras vidas se conviertan, sin duda.

Reflexiones finales: ¿qué aprendimos?

Así que, ¿qué hemos aprendido después de todo? La serie, con su mezcla de horror y disfrutar del espectáculo ajeno, ha cambiado la forma en la que muchas personas ven su propia y sufrible narrativa de vida. Nos refleja. Nos confronta con las duras decisiones que haríamos si estuvieran apiladas en nuestra mesa, la lección que se puede extraer es tanto dolorosa como reveladora.

Podremos unirnos a las risas y lágrimas de aquellos concursantes, o incluso mirar desde lejos—pero, como lo demuestra El juego del calamar, nunca hay una respuesta sencilla cuando se trata de vida y muerte, esperanza y desesperación. Así que, mientras esperamos una tercera temporada que podría llegar, reflexionemos sobre cómo se muestra la vida y cómo navegamos en nuestras propias “competencias de sobrevivencia” cotidianas.

Recuerda, a veces el verdadero juego se estremece detrás de una sonrisa, y como dice el dicho, «cada risa tiene un poco de lamento». ¡Nos vemos en el próximo maratón de series, pero no olvides cuidar esas pulsaciones!