Es un hecho indiscutible que, en el mundo contemporáneo, nos enfrentamos a diversos problemas estructurales que afectan a la sociedad en general. Uno de los más alarmantes es la violencia machista, especialmente cuando se encuentra en la intersección de la justicia familiar. Cada día, escuchamos noticias sobre el sufrimiento de mujeres y niños causados por decisiones judiciales que parecen tener un pie en el pasado, más alineadas con las normas del Código Civil de 1889 que con la realidad actual. ¿Cómo es posible que, a pesar de los avances en políticas de igualdad, sigamos lidiando con esta problemática?

La desconexión entre la ley y la práctica

Cuando hablaba con una amiga abogada que trabaja en el ámbito de familia, me comentaba lo frustrante que es lidiar con el sistema judicial actual. Imaginen la escena: un juzgado abarrotado, los casos se acumulan y, en medio de todo, jueces y fiscales que parecen no entender la gravedad de la violencia machista. Según el GREVIO, un organismo que evalúa la implementación de medidas contra la violencia de género en Europa, hay una marcada falta de formación entre los jueces civiles sobre el impacto de la violencia en los niños. A veces siento que estamos en un mal capítulo de una novela dramática en la que los protagonistas no conocen el final.

La Ley Orgánica de Protección Integral a la Infancia (LOPIVI) establece que el interés superior del menor debe ser el principio rector en cualquier decisión relacionada con ellos. Sin embargo, muchos profesionales en el sistema judicial parecen interpretar este principio de formas cuestionables, como si el interés del menor incluyera la necesidad de mantener una relación con un progenitor violento. ¿No es esta una contradicción fundamental? Es como intentar usar un paraguas roto en medio de una tormenta: poco eficaz.

La violencia institucional: una sombra en el sistema

Uno de los aspectos más angustiosos de esta realidad es la violencia institucional. Lo que se traduce en la incapacidad del sistema judicial para proteger adecuadamente a las víctimas de violencia machista. Según el informe del GREVIO, hay jueces que justifican la continuidad de las relaciones con padres violentos bajo el argumento de que es lo mejor para los niños. Sin embargo, ¿cuántas veces hemos visto casos en los que esta supuesta “beneficencia” termina en tragedia? Es un craso error creer que los niños pueden beneficiarse de la exposición continua a la violencia.

No puedo evitar recordar una charla que tuve en una reunión del colegio de mis hijos, donde se discutieron los efectos de la violencia en los pequeños. Una madre, visiblemente afectada, habló de cómo su expareja, a pesar de un historial de abuso, todavía tenía acceso a los niños bajo la premisa de que era “mejor para ellos”. Me quedé en silencio, pensando en cuántas historias como la suya se ignoran en los pasillos de los juzgados.

Madres protectoras: un rol desgastante

En esta narrativa, emergen las madres protectoras, quienes, a pesar de sus esfuerzos por salvaguardar a sus hijos de la violencia machista, a menudo se enfrentan a decisiones judiciales que las condenan. La idea de que estas mujeres son “culpables” de proteger a sus hijos es asombrosamente retrógrada. En lugar de recibir apoyo por su valentía, se enfrentan a consecuencias severas.

Es un comportamiento reminiscentemente patriarcal el que subyace en este sistema: “Ya sabes, si el padre es violento pero todavía es una figura paterna, los niños deben ir con él”. Me pregunto, ¿en qué mundo es esto sensato? ¿Dónde está la lógica en colocar a niños vulnerables bajo la tutela de un ser que ha demostrado ser un peligro?

Las decisiones judiciales que les retiran la custodia a estas madres no son solo un golpe a su dignidad, sino que también son una condena para los niños que no pueden comprender por qué son separados de su madre por intentar protegerse.

Un sistema desactualizado y revictimizante

Podríamos pensar que, con el tiempo y la evolución de las políticas de género, el sistema judicial se habría modernizado. Sin embargo, lo que encontramos es una continuidad de estereotipos de género y enfoques que se sienten de otro siglo. Muchos profesionales aún operan bajo antiguas premisas que consideran a las madres como manipuladoras y a los padres violentos casi como víctimas del sistema.

Este fenómeno no es solo un reflejo de la falta de formación, sino también del arraigo de un sistema que, en lugar de defender, perpetúa la opresión. Se intenta disfrazar el autoritarismo en nombre del «interés superior del menor», un concepto que ha sido distorsionado hasta perder su esencia.

Imaginen entrar en una sala de tribunal y escuchar cómo se refiere al caso de un niño expuesto a la violencia como un mero «asunto de derechos preventivos». Dicha deshumanización simplemente me hace hervir la sangre. Esto es lo que sucede cuando olvidamos que detrás de cada caso hay seres humanos con sentimientos, miedos y necesidades.

Propuestas para un cambio significativo

Conscientes de la situación actual, resulta fundamental que empecemos a cuestionar y proponer soluciones. La primera y más necesaria reforma es la formación continua de jueces y profesionales del derecho, que debería incluir no solo conocimientos legales, sino también educación sobre empoderamiento y derechos de las mujeres y niñas.

Además, las normativas de lucha contra la violencia de género deben ser actualizadas y reforzadas; y no solo como un discurso político, sino como un compromiso real para crear un entorno seguro para las víctimas. Esto implica que la comunidad judicial y los equipos psicosociales deben adoptar un cambio de mentalidad que priorice la protección y el bienestar del menor sobre antiguas creencias y prejuicios.

Es esencial que estos cambios sucedan porque, aunque el avance puede parecer lento, todos debemos ser parte de esa transformación. ¿Es realmente tan complicado entender que un niño no debería tener que elegir entre su madre y su padre cuando uno de ellos representa una amenaza?

Reflexionando sobre el futuro

Con el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer a la vista, se vuelve aún más crítico que la sociedad, incluidos los sistemas judiciales, se despierte. La violencia machista es un fenómeno que no solo afecta a las mujeres, sino que tiene repercusiones significativas en sus hijos. La naturaleza cíclica de la violencia hace que los pequeños que crecen en hogares abusivos sean más propensos a convertirse, en el futuro, en víctimas o perpetuadores de violencia.

Hay algo tan cierto como incómodo: la violencia no se limita a un acto aislado; es un patrón. Por lo tanto, las decisiones que se toman hoy en los tribunales están moldeando no solo el presente, sino el futuro de generaciones enteras. Me pregunto, ¿podremos ser testigos de un cambio real en este ciclo vicioso? ¿O simplemente seguiremos repitiendo los errores de nuestros antepasados?

En conclusión

La realidad de la violencia machista y su tratamiento en los juzgados de familia es un tema que merece atención. No se trata solo de problemas legales; se trata de vidas, de niños que merecen crecer en entornos seguros, de mujeres que necesitan ser escuchadas y protegidas, y de un sistema que debe modernizarse.

Si bien el camino hacia la justicia es largo y está lleno de obstáculos, nuestra voz y nuestras acciones son poderosas. La lucha por un futuro donde la violencia machista no tenga cabida es una lucha que debemos librar todos, porque cada pequeño cambio cuenta. Ahí es donde comienza el verdadero cambio social: en nuestros corazones y nuestras acciones cotidianas. ¿Qué estás dispuesto a hacer tú?