En la última década, hemos sido testigos de un cambio monumental en la forma en que nos comunicamos. Las palabras, que alguna vez se pronunciaban en la privacidad de una reunión, ahora pueden convertirse en memes virales o titulares de clics en cuestión de segundos. En este artículo, me gustaría explorar este fenómeno a través de la ventana del mundo político y social actual, y meditar sobre cómo este entorno nos afecta a todos, desde los ciudadanos comunes hasta las grandes figuras del poder.
¿Estamos realmente escuchando, o solo esperando nuestro turno para hablar?
Primero, hagamos una pausa. ¿Cuántos de nosotros, en una conversación, estamos realmente escuchando a la otra persona? Es un gesto tan humano, pero a menudo sustituido por la inquietante acción de revisar el teléfono. Recuerdo un almuerzo con un amigo al que no veía desde hacía años. Emocionado por ponernos al día, le comento a medio camino sobre la nueva serie que había comenzado en Netflix. Pero en vez de una reacción entusiasta, me responde con una pregunta que parece salirse de un programa de humor: “¿Eso no lo cancelaron ya?”.
La verdad es que había estado más concentrado en el último episodio de mi vida televisiva que en la suya. Y así, en momentos de interacción, a veces nos encontramos atrapados en nuestras propias burbujas, en lugar de conectarnos con quienes nos rodean. Esto se torna aún más pertinente cuando consideramos la comunicación política.
La política como espectáculo: Sánchez y Feijóo
Cuando pensamos en la política española contemporánea, ¿qué nombres vienen a la mente? Uno de ellos, sin duda, es el de Pedro Sánchez. Su reciente aparición en la escena política, tras declarar “tres años más y los que vienen”, ha suscitado numerosas opiniones. Algunos ven en ello una señal de promisorias intenciones, mientras que otros advierten sobre las tensiones subyacentes que empiezan a vislumbrarse.
Su rictus tras esas palabras ha desbordado en análisis. Por un lado, algunos ven una evolución en su persona, dejando atrás esa “cara de pasmo bobalicón”, como lo describieron algunos críticos. A veces me pregunto, al igual que muchos ciudadanos, ¿realmente está cambiando el liderazgo político en España, o es solo un nuevo disfraz?
Sin embargo, otro tema que atrae atención es la oposición encabezada por Alberto Núñez Feijóo. En un intento de llamar la atención, su estrategia en la Comisión Europea resultó ser un fiasco. Intentar vetar a Teresa Ribera fue un movimiento que muchos consideraron un “reproche bochornoso”. A medida que los medios de comunicación de la era digital se alimentan de estas interacciones, cada error se magnifica a través de la lente de los periodistas, así como de los usuarios de redes sociales.
De la crítica constructiva a la burla electrónica
Pasando de la política a un fenómeno más mediático, el papel de los medios ha evolucionado hacia un entorno de competición feroz. En momentos donde la desinformación puede fácilmente enredar nuestras opiniones, ¿qué tan importante es que los líderes políticos tengan claridad en su comunicación?
Aunque el fenómeno de escuchar una crítica a la estrategia de Feijóo puede resultar algo humillante, hay un punto más amplio en juego: la necesidad de un diálogo honesto. La anécdota de Umberto Eco advirtiendo sobre la televisión como “la competencia más grave” nos hace cuestionar cómo se construyen las narrativas hoy en día. La información es literalmente vasta; el que dominate el discurso político también domina la historia.
Más allá del escándalo: el impacto social de las palabras
Si hay algo que podemos aprender del momento actual es que las palabras tienen un efecto tangible en la realidad social. Como bien lo mencionó el estudio de la APA de noviembre de 2024 sobre las abreviaturas en los mensajes, esto no solo afecta la forma en que nos comunicamos, sino cómo percibimos la sinceridad del otro. Las abreviaturas pueden dar la impresión de que estamos hablando de manera superficial, cuando en realidad podríamos tener opiniones profundamente arraigadas.
A través del prisma de la cultura digital, ejemplos como el de la UGT, con el congreso celebrado en Barcelona, nos dan otra arista de la cuestión. Es difícil no preguntarte: ¿realmente hay espacio para la crítica constructiva, o estamos atrapados en un ciclo de aprobación y desacuerdo?
Reflexiones sociales: la cultura de la inmediatez
Muchos de nosotros, en nuestra vida diaria, hemos adoptado la cultura de la inmediatez. Me atrevería a compartir que las redes sociales han creado un sinfín de momentos divertidos pero profundamente incómodos. A veces, un simple tuit se convierte en una bola de nieve que acarrea repercusiones más allá de lo esperado. ¿Acaso no es curioso cómo una línea de texto puede desatar discusiones acaloradas o provocar una risa sincera?
Las críticas sobre el periodo contemporáneo han dejado en claro el riesgo de vivir vidas a través de pantallas. Constantemente se nos recuerda que el mundo real es más complejo que el instante, la imagen o el video que se comparte. Recuerdo que, tras un episodio en redes, un amigo me dijo: “La gente siempre se queja de que el pasado fue mejor, pero ¿cuántos de ellos simplemente añoran la tranquilidad de un tiempo donde no había redes sociales?”
¿Esperanza o pesimismo? Un dilema colectivo
Y aquí es donde el optimismo y el pesimismo juegan una batalla pública. Más allá de la política, se nos presentan dudas inquietantes sobre el futuro. Según el reciente CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), el pesimismo parece ser el sentimiento predominante entre los españoles. Pero, ¿realmente es un reflejo del estado de la nación, o simplemente una resonancia de lo que consumimos a diario?
Curiosamente, se presenta un argumento en favor del optimismo. Lamentablemente, como sugiere el maravilloso Julian Simon, el bienestar humano ha continuado mejorando a pesar de la queja constante. Tal vez estemos atrapados en una narrativa que nos lleva a mirar hacia el pasado en busca de consuelo, cuando el mañana puede ser aún más brillante.
Conclusión: en busca de un diálogo sincero
La comunicación en la era digital puede sentirse como un juego de espejos distorsionados. Todos estamos metidos en un similar equilibrio entre lo auténtico y lo superficial. He aprendido que más allá de los titulares y el ruido mediático, es importante buscar conexiones auténticas, tanto en lo personal como en lo político.
Así que la próxima vez que estemos en una conversación —ya sea sobre política, series de televisión o cualquier otra cosa— recordemos que escuchar es tan esencial como hablar. Y si Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo estuvieran en la mesa, ojalá fueran capaces de cruzar un diálogo que contenga más que expectativas, más que discursos mecanizados, y lograr un pacto auténtico con quienes les eligen.
Entonces, ¿estás listo para escuchar, o prefieres seguir contando tus propias historias en silencio?