La pandemia fue un momento de ruptura en muchos aspectos de nuestras vidas. Algunos redescubrieron su amor por la cocina, otros se lanzaron al ejercicio físico, y muchos más se encontraron con hobbies olvidados, como tocar el ukelele (algunas experiencias más sonoras que otras, ¿verdad?). En mi caso, la pandemia me empujó hacia una introspección más profunda y decidí sumergirme en el mundo del minimalismo. ¿Qué significa realmente vivir con menos? ¿Es posible que poseer menos cosas nos haga más felices? Exploremos juntos este fascinante viaje.
Un armario abarrotado y un alma inquieta
Recuerdo bien esos días en casa, rodeado de objetos que había acumulado a lo largo de los años. Un armario repleto de pantalones que nunca usaría, una montaña de gadgets electrónicos que parecían más una instalación artística moderna que un arsenal de herramientas útiles. ¿Wanna be a YouTube star y nunca grabar? ¡Aquí hay un micrófono! Un verdadero caos que, cuando lo miras desde una distancia prudente, se siente bastante absurdo.
Así que, mientras muchos se convertían en panaderos cremosos o expertos en fitness, empecé mi aventura hacia el minimalismo. En enero de 2021, vi el documental “Minimalismo: menos es más” en Netflix. Me fascinó la filosofía detrás de todo, presentada por Joshua Fields Millburn y Ryan Nicodemus, conocidos como The Minimalists. Estos dos amigos, en su búsqueda por simplificar sus vidas, me hicieron cuestionar mi propia relación con el consumo.
Entendiendo el consumo: ¿es realmente necesario?
A menudo, compramos no porque realmente lo necesitamos, sino para sentirnos parte de algo. Jesús Saiz, profesor de Psicología Social de la Universidad Complutense de Madrid, lo explica a la perfección: «El consumismo es un claro comportamiento social». Recuerdo un momento en particular cuando trataba de explicar a mis amigos por qué decidí dejar de comprar ropa nueva cada temporada; me miraban como si estuviera proponiendo vivir en una cueva. ¿Es que ya no querría participar en el juego de la moda? Quizás la respuesta era más profunda.
El aislamiento social durante la pandemia nos hizo revisar en qué realmente queríamos gastar nuestro tiempo y dinero. Las camisas de vestir que ocupaban espacio en mi armario pero no hacían más que recordarme tiempos pasados se convirtieron en la primera víctima de mi nueva filosofía. Cómo podía sentirme mejor y, aun así, estar menos atado a lo material.
Las experiencias, no las cosas
Tie una conversación reciente con un amigo sobre la idea de que las experiencias podrían ser más valiosas que los objetos, y propusimos tener más encuentros sin artilugios tecnológicos a la vista. Minimalismo no significa vivir en la pobreza, sino ir a la esencia de lo que realmente importa. Esa sensación de conexión con la gente, de disfrutar de un buen café charlando sobre la vida, es inigualable.
Esta nueva forma de vida me llevó también a deshacerme de las cosas que ya no usaba. Desde la perspectiva del armario, cada vez que sentía el impulso de comprar algo nuevo, me preguntaba: «¿Esto realmente me aportará felicidad? ¿O solo será otro objeto que se acumulará entre mis pertenencias?». La verdad es que, a menudo, la respuesta era un rotundo «no».
Aprendiendo a desaprender
Decidir vivir de manera más consciente no fue fácil. Desaprender viejos hábitos es complicado. Inicié este proceso con un objetivo claro: deshacerme de cosas innecesarias. El primer paso: mirar en mis armarios y, al hacerlo, experimentar esa mezcla de satisfacción y ansiedad al ver lo que había acumulado. ¿Por qué había comprado cuatro pares de chanclas cuando realmente solo usaba una? La sinceridad conmigo mismo se convirtió en un ejercicio liberador.
Pasé por el ritual de deshacerme de cosas. Lo malo es que me di cuenta de que cada vez que me deshacía de algo, tenía que abordar la culpa asociada a ello. Después de todo, esos objetos habían sido comprados con esfuerzo y dinero. Sin embargo, al venderlos, sentía una especie de liberación. El dinero ganado se convirtió en una especie de bono de minimalismo. Ahora tenía más espacio y más calma en mi vida.
Beneficios mentales del minimalismo
El impacto en mi salud mental fue inmediato. A medida que fui deshaciéndome de cosas, noté un aumento en mi capacidad de concentración. La acumulación de desorden no solo ocupaba espacio físico, también ocupaba espacio mental. Pensar en lo que había y lo que ya no necesitaba se convirtió en un ejercicio necesario y simpático. Creé un entorno más ordenado y tranquilo, y eso se tradujo en una mente más clara.
Un estudio realizado en el Reino Unido sugiere que el estrés y la insatisfacción vital están relacionados con el desorden. Sin duda, un espacio despejado se refleja en un estado mental más despreocupado. Mi vida, antes marcada por la ansiedad de cumplir con los estándares consumistas, pasó a ser un viaje hacia la paz interior.
Reflexión antes de comprar: ¿dos pasos hacia atrás?
La clave para el deconsumo es repensar antes de lanzar la tarjeta de crédito. De alguna manera, regresé a la mentalidad del ahorro, preguntándome qué realmente valía mi gasto. Si me tentaba comprar algo que no era esencial, decidí hacerme un par de preguntas. Contrario a lo que muchos podrían pensar, el ‘no’ se vuelve mucho más reflexivo.
Preguntas como: «¿Este objeto me traerá verdadera felicidad?» o «¿Lo necesitaré en seis meses?» son especialmente útiles y reveladoras. Y no, no se trata de martillar a tus amigos para que también se sumerjan en el minimalismo (a menos que lo deseen). Pero compartir esa reflexión puede abrir un espacio para que otros lo reconsideren también.
El consumo ético y sostenible como práctica
En esta época de creciente conciencia sobre el medio ambiente y la justicia social, el consumo ético y sostenible se ha convertido en un imperativo. Al abordar mis compras, me volví más consciente del impacto que cada elección tenía en el mundo que me rodea. La moda rápida, en particular, se convirtió en un enemigo al que tenía que desarmar. Marcas como Shein empezaron a perder su atractivo cuando comprendí la contaminación ambiental y el sufrimiento humano que representan. Al comprar artículos de segunda mano y apoyar marcas locales sostenibles, cambié mi forma de pensar en cuánto y cómo consumía.
La verdad sobre la felicidad y el minimalismo
Cada vez que escucho a alguien comentar que comprar un artículo lujoso o un gadget nuevo les hará más felices, no puedo evitar una risa cómplice. ¿Realmente creemos que un nuevo par de zapatos brillantes llenará un vacío? Me gustaría decir que la respuesta es un rotundo “no” basado en mis experiencias. La felicidad no se encuentra en posesiones, sino en conexiones humanas, en momentos compartidos.
Cada día, mientras navegamos por la vida, tenemos las herramientas para decidir qué queremos en nuestro camino. Y la verdad es que vivir con menos puede llevarnos a disfrutar más de lo que realmente importa: las experiencias, las relaciones y el tiempo.
A modo de conclusión: el viaje no ha hecho más que comenzar
Así que, ¿vale la pena el esfuerzo? Mi simpatía por el minimalismo ha florecido en una práctica diaria de consciencia y significado. Me permitió conectar más con mi entorno y con quienes me rodean. En lugar de preocuparme por llenar un espacio, me concentro en valorar lo que realmente me rodea.
Cada uno tiene su propio viaje hacia el minimalismo, y el mío es solo un ejemplo de cómo se puede encontrar un nuevo rumbo en tiempos inciertos. Así que te pregunto: ¿estás listo para dejar ir algunas cosas y darte la oportunidad de respirar aliviado? quien sabe, quizás descubras que vivir con menos podría, de hecho, significar vivir con más. Así que adelante, inicia tu propio viaje. ¿Cómo se siente dejar ir?