En un rincón del vasto mundo literario, donde las palabras pueden ser tanto armas como refugios, se plantea una interrogante: ¿quiénes somos realmente? Esta pregunta, tan antigua como el ser humano mismo, ha sido discutida por filósofos, poetas, y ahora, por cineastas. Y es que la imagen que proyectamos y la realidad que vivimos están en constante lucha, como dos boxeadores en el ring, y eso nos afecta a todos, desde la estrella de Hollywood hasta el vecino de la esquina.

El eco de Sartre y Mora: ¿quién es el verdadero yo?

Jean-Paul Sartre, ese gigante del existencialismo, una vez dijo que «el infierno son los otros». Pero, ¿y si el verdadero infierno fuéramos nosotros mismos? Esta idea la comparte la poeta Ángeles Mora, quien sugiere que, lejos de mirar hacia afuera, la batalla más dura se libra en nuestro interior. Somos un rompecabezas de deseos, miedos y recuerdos que, como sombras, nos siguen a todas partes.

Recuerdo haber discutido esta idea con un amigo un día en un café que solíamos frecuentar. Nos reíamos de cómo ambos habíamos acabado en trabajos que no nos satisfacían, creándonos una imagen ideal en nuestras cabezas de lo que realmente queríamos ser. Aquella conversación nos dejó a ambos con un ligero temor: ¿cuántos de nosotros somos prisioneros de la imagen que otros tienen de nosotros?

¿El eco de una voz interna?

La poesía de Mora refleja ese desdoblamiento del ser. Habla de un «yo» que se mira desde afuera y se da cuenta de que su voz, su escritura, ha sido dictada por un inconsciente patriarcal, ese otro que vive en nosotros. Cuando leemos sus versos, casi podemos sentir esa lucha interna.

Imagina estar en medio de una conversación donde todos comparten sus anhelos y aspiraciones, pero tú te sientes como un impostor. Esa inquietud que nos acompaña, el “¿soy suficiente?” que resuena en nuestra mente, es el eco del otro que llevamos dentro. ¿Quién iría a un bar a compartir sus secretos más profundos? Prácticamente nadie, pues ahí está el temido juicio ajeno.

Desdoblamientos y la lucha por la identidad

La protagonista de «La sustancia«, la película dirigida por Coralie Fargeat, vive esta lucha de manera extremadamente visual. Elisabeth Sparkle, interpretada por Demi Moore, es una actriz que, tras cumplir cincuenta años, se siente despojada de su identidad. El horror de ser relegada en un mundo que valora lo juvenil y atractivo le lleva a inyectarse una sustancia que saca a la luz su «otro yo», una versión más joven y deseada de sí misma interpretada por Margaret Qualley.

¿Qué harías tú en su lugar?

Te invito a hacer un pequeño ejercicio de reflexión: si tuvieras la oportunidad de convertirte en la mejor versión de ti mismo, ¿lo harías? Es tentador, ¿verdad? Te imaginas todos los «me gusta» y comentarios positivos en tus redes sociales, mientras tu reflejo en el espejo ya no grita «madurez», sino «juvenilidad». Pero ¿a qué precio?

La historia de Elisabeth es un recordatorio de que la búsqueda de la perfección puede ser, literalmente, un viaje hacia el abismo. Cuando Elisabeth ve lo que podría haber sido su vida si no se hubiera dejado llevar por las exigencias del mundo, se da cuenta de que ha perdido el control.

La lucha entre lo real y lo ideal

En su búsqueda desesperada por mantener la imagen ideal, Elisabeth y su «otro» entran en una competencia feroz. Este dilema nos es familiar. Vivimos en un mundo en el que la comparación es constante. Las redes sociales han acentuado la necesidad de tener una “imagen perfecta”. Así que me pregunto, ¿estamos todos un poco como Elisabeth, arrastrados por la presión del ideal?

La batalla que se libra dentro de Elisabeth no es solo suya. Es un reflejo de nuestra sociedad. Como decía Judith Butler en su obra «Vida precaria», muchas vidas se vuelven invisibles porque el sistema solo reconoce ciertos cuerpos, ciertos logros. ¿Cuántas veces hemos visto a alguien ser «excluido» por no encajar en un molde?

La carga del capital simbólico

En «Literatura, moda y erotismo: el deseo», Juan Carlos Rodríguez menciona que muchos de nuestros trastornos psíquicos no provienen solo de la internalización del capitalismo, sino de la presión por ser quienes el espejo de la sociedad espera que seamos. Es posible que tú, querido lector, también sientas ese peso. La constante necesidad de llenar un perfil de Instagram impecable mientras luchas con la realidad detrás de la pantalla.

Recuerdo haber asistido a un taller sobre salud mental donde se planteó la idea de la «autoestima social» y cómo influye en nuestra percepción del mundo. Una participante compartió que había gastado miles de euros en productos de belleza solo para compararse favorablemente con influencers. ¿Es esto lo que realmente buscamos? ¿Vivir para caer en el parpadeo de un «me gusta»?

El monstruo que llevamos dentro

«La sustancia» enfrenta una pregunta inquietante: ¿qué sucede cuando la lucha interna se vuelve monstruosa? Cuando Elisabeth se da cuenta de que su vida ha sido secuestrada por su propio otro, se da cuenta de que mantener esta dualidad es un camino hacia la autodestrucción. Debe haber equilibrio, pero ella pierde el control.

El monstruo en nuestra vida cotidiana

A veces me pregunto, en un tono casi humorístico, si el monstruo que hemos creado de nuestras aspiraciones nos ha llevado a un punto sin retorno. Será que en lugar de lidiar con los demonios que traemos desde la infancia, hacemos lo que todos hacemos: ignorarlos y seguir adelante con nuestras vidas. ¿Cuántos de nosotros llevamos un monstruo dentro, deseando salir a jugar?

Un dilema contemporáneo

Vivimos en una era donde la imagen y la percepción son más importantes que nunca. La película de Fargeat es una metáfora poderosa de este dilema. Obtenemos la imagen de lo que nos gustaría ser, pero nos olvidamos de cuestionar por qué eso es tan importante. La promesa de belleza eterna y éxito puede ser tentadora, pero ¿qué pasa cuando nuestras verdades se difuminan en un rosa artificial?

La búsqueda de autenticidad

La película nos recuerda que, al final del día, somos humanos, y como tales, vulnerables. El verdadero reto es encontrar la auténtica imagen de uno mismo en un mundo que presiona por crear un estereotipo de éxito. Te doy un consejo: ¡abrázate! Sé tú mismo, con tus imperfecciones, tus demonios y tus sueños. Quien te quiere, realmente te quiere tal y como eres.

Reflexiones finales: el calvario de ser uno mismo

La lucha que se plantea en «La sustancia» y en la poesía de Ángeles Mora refleja una realidad complicada, y hay que reconocerlo: el infierno está en nosotros, como bien ha dicho la poesía. Esa lucha interna, ese otro que vive en nuestro interior, puede volverse una batalla constante si no comenzamos a preguntarnos quiénes somos realmente.

Así que, querido lector, cuando observes tu reflejo en el espejo, recuerda que más allá de la imagen perfecta que deseas proyectar, hay un ser humano con sueños, miedos y anhelos que merece ser escuchado. El verdadero viaje comienza cuando nos atrevemos a ser quienes realmente somos.

En conclusión, ¿estás dispuesto a mirar más allá de la superficie y descubrir la belleza insidiosa que reside en tu verdadero «yo»? La respuesta podría ser el comienzo de una revolución personal y social. La lucha continúa en cada uno de nosotros, pero en nuestras manos está transformar ese infierno interno en un espacio de autocompasión y, por qué no, en un camino hacia la autenticidad.