En la historia moderna de la Iglesia Católica, raramente ha habido casos tan perturbadores y reveladores como el del Sodalicio de Vida Cristiana, una organización de la que quizás muchos de ustedes no han oído hablar. Si te tomas unos minutos para leer sobre esta secta peruana, podrías encontrar dignidad afligida, dolor y mucho, pero mucho dinero. ¿Te suena un poco como una novela de misterio? Quizás, pero esta historia es muy real y merece nuestra atención.
Así que, pongámonos cómodos, porque estamos por sumergirnos en una lectura que incluye desde la denuncia de abusos, hasta una crítica mordaz a cómo ciertas instituciones religiosas han manejado la fe y el poder financiero. También me gustaría recordarles que, aunque la historia es densa y trágica, la manera en que la abordemos nos permitirá reflexionar y, quizás, un poco de humor nunca está de más, ¿verdad?
Orígenes y ascenso del Sodalicio: ¿un propósito «divino»?
Para entender el impacto de los recientes eventos, necesitamos retroceder en el tiempo. El Sodalicio de Vida Cristiana fue fundado en 1971 por Luis Fernando Figari, un hombre curioso que se sintió llamado a desafiar la teología de la liberación, que promovía una opción preferencial por los pobres. Mientras que otros veían la pobreza como una tragedia a erradicar, Figari y su Sodalicio optaron por otro camino: un enfoque más elitista, centrado en la formación de líderes que, hasta cierto punto, parecían ser más “militares” en su estructura. Como dice el dicho, “Todo tiene su precio”, y esta organización ciertamente ha pagado el suyo.
Imaginen a un grupo de jóvenes que, al final del día, se han visto inmersos en prácticas muy cuestionables bajo la premisa de una formación espiritual “superior”. ¿Se imaginan si eso les ha costado la paz mental o incluso la integridad personal? Y aquí es donde la realidad se torna más oscura.
La relación entre abuso, finanzas y abusos
En la actualidad, se han levantado múltiples voces en contra de las graves faltas dentro del Sodalicio. La última investigación ordenada por el Papa Francisco ha resultado en la expulsión de quince de sus miembros, incluyendo a su fundador, Luis Fernando Figari, y a su cerebro financiero, el sacerdote Jaime Baertl. Esta línea de acción es importante, no solo por las acusaciones serias que pesan sobre ellos, sino también por cómo esto afecta la credibilidad de la Iglesia.
Piénsalo por un segundo: ¿qué tan fácil es colocar la fe en manos de aquellos que parecen haber puesto un precio en ella? La Nunciatura Apostólica en Lima anunció que, durante el proceso, se han considerado abusos sexuales y conductas ilícitas, las cuales parecen estar más que arraigadas dentro de la vida del Sodalicio.
El oscuro caso de abusos sexuales
Una de las acusaciones más impactantes es la que involucra a Jaime Baertl, quien, se dice, forzó a un joven de 16 años a desnudarse y participar en actos sexuales como parte de la «formación» que recibió en el Sodalicio. ¿Dónde terminamos como sociedad cuando la formación espiritual se convierte en un campo de abuso? Este tipo de situaciones deberían ser impensables, y sin embargo, aquí estamos, presenciando una caída tan profunda que pocos pueden observar el fondo.
Comportamientos financieros reprobables
Ahora, hablemos de finanzas. A veces parece que los grupos religiosos son como los amigos que se olvidan de pagar la cuenta cuando se les invita a cenar. En el caso del Sodalicio, esto no fue solo un “disculpa, se me quedó en casa”; hubo un abuso sistemático del Concordato, un tratado que les permite actuar libremente, escapando de responsabilidades fiscales mientras disfrutan de grandes beneficios económicos.
Es irónico, ¿no? La misma doctrina que se supone debe fomentar la justicia social y el bienestar común fue pervertida para acumular fortunas personales. El Sodalicio, de hecho, generó suficiente riqueza a través de sus empresas, que se estima que acumuló cerca de mil millones de dólares hacia 2015, siendo uno de sus negocios las propiedades de cementerios. Un negocio que no podría ser más, digamos, espeluznante.
La respuesta del Papa y el llamado al perdón
Con todo lo mencionado, no es de extrañar que la respuesta del Vaticano sea crítica. El Papa Francisco, quien ha intentado reformar a la iglesia en medio de estos escándalos, cargó con esa responsabilidad llamando a la justicia y estableciendo medidas de reparación. En la reciente declaración, se pidió perdón «al pueblo de Dios y a la sociedad civil». Esas palabras se sienten medianamente confortantes, aunque muchos se preguntarían si son suficientes.
Reflexionando sobre la institucionalidad eclesial
Si hay algo positivo en toda esta serie de eventos, es la oportunidad de cuestionar a fondo los sistemas estructurales en instituciones tan robustas como la Iglesia Católica. ¿Es el silencio de siglos el que ha permitido que esto continúe? La respuesta parece ser un “sí” rotundo.
José Luis Pérez Guadalupe, un sociólogo teólogo, argumentó que la Iglesia debe salvaguardarse a sí misma. Pero aquí aparece la paradoja: ¿realmente pueden auto-regularse? Cuando la confianza está tan rota, ¿qué les queda? Hacer algo, cualquier cosa, incluso si eso significa presentar una fachada de acción.
Como outsider de este fenómeno, ¿no te preguntas por qué muchos de nosotros no nos atrevemos a cuestionar la autoridad cuando está revestida de elementos sagrados? A la luz de esta crisis, es evidente que los espacios críticos de diálogo son necesarios, y pronto.
Más allá de los escándalos
La historia de los Sodalites no es solo la de un grupo que se desmorona; es un reflejo de múltiples instituciones que, al abrazar el poder sin líneas claras de responsabilidad, encuentran la necesidad de un resurgimiento. Y quizás eso es lo que emerge de esta tragedia; aunque la culpa pueda estar presente, la necesidad de verdad, justicia y reparación tiene que prevalecer.
Mientras la investigación continúa y otros miembros de la organización se preparan para declarar, nos queda la esperanza de que esto sirva como un ejemplo para otros. Como dice el refrán, «cuando ves las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar». En este caso, esperemos que la Iglesia esté prestando atención.
En conclusión, el escándalo del Sodalicio de Vida Cristiana es mucho más que una simple narrativa de abusos y corrupción. Es un llamado a la reflexión, un grito para que todos nosotros, como sociedad, revisemos cómo colocamos nuestra confianza y qué hacemos con ella. Tal vez, lo más justo sería darnos un tiempo para pensar en las implicaciones y actuar en consecuencia. Porque, al final del día, no se trata solo de su historia, sino también de la nuestra.