¿Alguna vez te has cruzado con una historia tan rocambolesca que parece sacada de una película? Yo sí, y esta es una de esas narraciones que podría rivalizar con el guion de un thriller. Una escultura barroca, un anticuario, monjas, un convento en Granada, y un camino que nos lleva desde la Andalucía profunda hasta el bullicioso Nueva York. ¿Te suena interesante? ¡Acompáñame a desentrañar este enredo lleno de giros inesperados!

La escultura que no debía salir del convento

Todo comenzó en febrero de 2018. El convento de clausura de los Ángeles en Granada cerró sus puertas por la muerte de su abadesa y la escasez de monjas. ¿Te imaginas un lugar que ha estado en funcionamiento desde 1538, de repente vaciándose de su esencia y su historia? La realidad es que este convento era un verdadero cofre del tesoro, lleno de antigüedades, entre ellas una escultura barroca del siglo XVIII, atribuida a José de Mora.

La escultura, conocida originalmente como Santa Rosa de Viterbo, estaba bien posicionada en el convento, tan visible que hasta los granadinos la reconocían durante las misas. Sin embargo, la llegada del anticuario Santos Boy Jiménez cambiaría todo.

El anticuario y la promesa de restauración

El convento, ante su inminente cierre, necesitaba encontrar un destino para su patrimonio. Las monjas decidieron convocar a Boy Jiménez para evaluar algunas piezas y, en especial, la escultura de Mora. Aquí es donde la historia comienza a bifurcarse. Boy Jiménez llegó, tomó la escultura, prometió restaurarla… y no volvió.

Las monjas, que en su inocencia confiaban en que todo iba a salir bien, esperaron pacientemente, pero cuando escucharon rumores de que la Santa Rosa se estaba vendiendo a precios astronómicos, comenzaron a sospechar. Tras varios intentos de recuperación dando como respuesta el silencio, reclamaron la pieza. En vez de la escultura original, recibieron una “burda copia” que, según la sentencia, resultó ser un mal intento de engaño.

El viaje de la escultura: de Granada a Nueva York

Aquí es donde la historia se torna aún más intrigante. Boy Jiménez, después de hacerse con la escultura, la vendió por 90.000 euros en junio de 2018 a Nicolás Cortés, un galerista que, al igual que las monjas inicialmente, no tenía idea del origen ilícito de la obra. ¿Quién diría que una escultura de 1.5 metros podría representar tal travesía? De Granada a Alagón, luego a Madrid, pasando por Londres, y finalmente llegando a Nueva York, donde se le ofrecía a un precio exorbitante de 350.000 dólares.

La travesía era digna de una novela de aventuras. Fue así como la escultura fue confiscada por la policía tras las denuncias de asociaciones patrimonialistas, un giro que nadie vio venir. Las monjas sólo querían recuperar lo que les pertenecía, y ahora se encontraban en medio de un escándalo que invadía los titulares.

La historia se complica

Si pensabas que esto era tan solo un asunto de una obra de arte perdida, piénsalo de nuevo. Este caso se adentra en lo que podría considerarse una compleja estrategia de desinformación. La figura, que seguía siendo catalogada como Santa Rosa de Viterbo por el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, fue rebautizada como Santa Margarita de Cortona en 2019 por Cortés, en un intento de hacerla más atractiva para el mercado del arte. La manipulación del nombre se tornó crucial, ¿verdad? Cambiar la identidad de una obra no es algo que se suela hacer sin un motivo muy específico.

Los magistrados, al final, sentenciaron a Boy Jiménez a cuatro años de prisión y a pagar 3.650 euros de multa por apropiación indebida, un veredicto que él ya ha anunciado que recurrirá. “No soy restaurador”, exclamó en su defensa. ¿Quién no tiene una buena excusa en el banquillo?

Las lecciones de la historia

Este relato ofrece reflexiones interesantes sobre la ética en el mundo del arte y la importancia de la transparencia. ¿Es el arte solo un objeto que se compra y vende, o lleva consigo la historia y el legado de una comunidad?

No hay duda de que la historia de la escultura de José de Mora es una triste reflexión sobre lo que puede suceder cuando el dinero se cruza con la falta de cuidado por el patrimonio cultural. La comunidad budista que ahora posee el convento por 2.5 millones de euros, pretende convertirlo en un centro de meditación, y aquí estamos, con un legado espiritual atrapado en el enrolamiento de la cultura del arte y el comercio.

Honestidad en la cultura

Un punto que me resulta atractivo en esta historia es la forma en que se ha manejado la discusión sobre la propiedad y los derechos de las obras de arte. Los abogados defensores han destacado que su cliente, Nicolás Cortés, actuó siempre bajo la premisa de que era el propietario legítimo y que no tenía conocimiento del origen ilícito de la escultura. Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿quién realmente es el culpable aquí? El anticuario, que supo mover la pieza como si de un balón de fútbol se tratara, o el sistema que permite que estas transacciones se realicen sin un registro más exhaustivo?

En la era actual de la digitalización, donde la información está a un clic de distancia, ¿cómo ha podido esta escultura pasar desapercibida en un mercado tan abarrotado?

Las réplicas y el futuro de la escultura original

Ahora que la escultura ha sido recuperada, la pregunta sigue siendo: ¿qué pasará con ella? Ha sido trasladada a uno de los almacenes del Museo de Bellas Artes de Granada, donde esperará la resolución final del juicio. ¿Regresará al convento del que fue robada, o permanecerá en el limbo del patrimonio, esperando una nueva oportunidad para exhibirse?

Las monjas, a pesar de haber pasado por esta traumática experiencia, han mostrado una serenidad admirable. Han demostrado que, incluso en el engaño y la pérdida, hay una oportunidad para aprender y crecer. En su nuevo convento budista, creado para meditar en paz, quizás encuentren la tranquilidad que les fue arrebatada.

Conclusión: un llamado a proteger nuestro patrimonio

La historia de esta escultura es un recordatorio de que el arte no es solo un objeto, es historia, tradición y patrimonio colectivo. A medida que el mundo avanza, es imperativo que nos aseguramos de que la cultura no sea un objeto de comercio sin raíces ni significado. Una vez más, el patrimonio cultural debe ser defendido, investigado y protegido.

Así que, la próxima vez que veas una escultura de estos siglos pasados, piensa no solo en su estética, sino también en las historias que encierra y en los legados que representa. Después de todo, ¿quién sabe? Puede que el Santa Rosa que te cruces tenga un pasado tan enrevesado como el de su hermano perdido en Nueva York. ¿Lo verías de la misma manera después de conocer toda esta historia?

Al final, cada pieza de arte tiene al menos 50% de su valor en su historia, y el otro 50% en su belleza. Y te prometo que este relato es digno de un lugar en el catálogo de tu memoria, como la pieza barroca que nunca olvidaremos.