«¿Cuándo decidimos que era aceptable ignorar el dolor ajeno?» Esta pregunta me ronda desde que vi Las chicas de la estación, una película que me dejó reflexionando sobre una verdad desgarradora: la culpa nunca debería recaer en la víctima. La directora Juana Macías ilumina este tema oscuro y complejo, ofreciendo una narrativa potente que no solo aboga por las víctimas, sino que también cuestiona nuestra complacencia como sociedad.
El cine social a través de la mirada de Ken Loach
Si el cine social empieza y termina en Ken Loach, como muchos han afirmado, Macías sigue el mismo camino que este maestro del cine: el de la denuncia social. Loach siempre ha sabido plasmar en la pantalla el sufrimiento de los más vulnerables. ¿Y qué hay de nosotros? ¿Nos hemos convertido en espectadores pasivos, más interesados en la última serie de Netflix que en los problemas sociales que se desarrollan ante nuestros ojos?
Cuando pienso en Las chicas de la estación, no puedo evitar recordar un momento en mi vida. Recuerdo estar en una reunión familiar donde el tema principal era la última película estrenada que todos aclamaban, obviando las noticias de abuso infantil que estaban sacudiendo la nación. ¿Es que lo que no vemos en la pantalla no existe? Macías podría responder a esta pregunta con un rotundo «no».
La historia detrás de una historia siniestra
La trama de Las chicas de la estación se desarrolla en un contexto que muchas veces preferimos ignorar. La película nos lleva al corazón de un centro de acogida para menores, un lugar que debería simbolizar refugio y protección, pero que también puede convertirse en un escenario de horror. La inspiración detrás de esta historia es cercana y dolorosa: el caso de una violación múltiple a una niña de 13 años en Mallorca que destapó una red de prostitución infantil. Este hecho, devastador en su naturaleza, nos recuerda la urgencia de dar voz a quienes normalmente permanecen en silencio.
Juana Macías, la directora, comparte que su primer impulso fue realizar un documental, buscando contar algo que muchos prefieren ignorar. Pero rápidamente se dio cuenta de que era vital enfocarse en las voces de las personas más afectadas: las niñas mismas. «A veces, lo que no decimos habla más que las palabras», reflexiona.
La voz de las víctimas: un matiz necesario
Uno de los aspectos más impactantes de la película es cómo se presenta la voz de las víctimas. Julieta Tobío, Salua Hadra y María Steelman crean personajes que luchan por su identidad, sus deseos y su humanidad en un mundo que se empeña en despojarlas de estos derechos. La narrativa no solo se centra en lo que les sucede, sino también en su forma de procesar y entender el trauma. Sí, hay momentos oscuros, pero también hay destellos de esperanza y resiliencia, que nos recuerdan que incluso en la adversidad, la dignidad humana puede prevalecer.
Recuerdo una conversación que tuve con una amiga sobre el pero de la resiliencia. «Es como si tuviéramos un superpoder que nos obliga a levantarnos una y otra vez, incluso cuando parece que todo está en contra». Pero, ¿deberíamos necesitar ese superpoder para sobrevivir? Las chicas de la estación plantea esa inquietante pregunta. Las adversidades no deberían ser el pan de cada día para nada, menos aún para los más vulnerables.
La cultura de la culpabilidad
Una de las reflexiones más dolorosas que hace Macías en la película (y que resuena en la vida real) es el fenómeno de culpabilizar a las víctimas. «El verdadero terror es que hemos normalizado lo inaceptable», dice. Esta idea se vuelve aún más triste cuando nos damos cuenta de que muchas jovencitas han llegado a aceptar el abuso como parte de su vida. ¿Cómo ha llegado nuestra sociedad a este punto?
Estamos acostumbrados a ver el hashtag #MeToo en las redes sociales, pero ¿cuántos de nosotros realmente hemos reflexionado sobre lo que esto significa en el contexto de la explotación infantil? A menudo, las redes sociales parecen un espacio donde la indignación se manifiesta en likes y retweets, pero, ¿qué pasa después? ¿Hemos olvidado que también debemos actuar, no solo hablar?
La culpa del sistema
Ken Loach lo dice de manera clara: “si la culpa fuera del sistema, habría que cambiarlo, y eso no interesa”. Por eso, el cine de Macías es tan pertinente. Nos desafía a mirar lo que preferimos ignorar, a cuestionar las narrativas que legitimamos y a repudiar el silencio que rodea a las realidades dolorosas.
El fenómeno del Sugar Daddy también se menciona en la película, donde jóvenes, muchas veces menores, se ven atrapadas en dinámicas de poder desiguales, en relaciones que deshumanizan y commodifican. Macías presenta un espejo, preguntándonos: ¿estamos realmente tan alejados de esta realidad?
Miradas hacia el futuro: el compromiso del cine
«Reflejar la realidad tal cual es es un acto de valentía», dice Macías. Muchos podrían pensar que el cine es puramente entretenimiento, un escapismo, pero ¿y si también puede ser medicina? Las películas como Las chicas de la estación no solo ayudan a contar historias que necesitan ser escuchadas, sino que también nos empujan hacia la acción.
La importancia del cine social radica en su capacidad de provocar cambios. Nos invitan a un diálogo, a reconocer que la realidad es más compleja de lo que puede parecer desde nuestra burbuja. Es crucial recordar que tanto la historia de Las chicas de la estación como la de muchas otras víctimas se desarrollan en lugares que no están tan lejos de nosotros.
El papel de la audiencia: ser agentes de cambio
Es nuestra responsabilidad, como audiencia, no solo consumir contenido, sino también entender su profundidad, cuestionar las representaciones y los mensajes que recibimos. ¿Qué acción podemos llevar a cabo después de ser testigos de relatos como el de Macías? ¿Cómo podemos salir del rol de mero espectador?
En mi opinión, debemos comprometernos no solo a ver, sino también a actuar. Podemos hablar, compartir, generar sensibilización en nuestras comunidades. Al final del día, la historia de Las chicas de la estación no es solo una película, es un llamado a no permitir que el dolor ajeno se convierta en un tema de conversación banal o en un simple «trending topic».
Reflexiones finales: responsabilidad colectiva
Al finalizar la película, una pregunta gravita en el aire: ¿cómo podemos garantizar que lo que hemos visto no sea solo un eco en nuestras mentes, sino un impulsor de cambio? Sin duda, el cine tiene el poder de conmovernos, pero también tiene la responsabilidad de hacerlo. Las chicas de la estación nos recuerda que la voz de las víctimas es esencial y que a menudo debemos ser nosotros quienes las hagamos resonar.
Así que, la próxima vez que sientas que tienes un «superpoder» para cambiar las cosas, pregúntate: ¿qué estás dispuesto a hacer por aquellos que no tienen voz? La respuesta, aunque incómoda, puede ser el primer paso hacia un cambio significativo.
Como dice la directora, «la idea no es hacer cine de tesis ni un panfleto, se trata de reflejar una realidad que creemos lejana y que, sin embargo, nos apela». Al final del día, lo que se narra en Las chicas de la estación puede ser el reflejo de una serie de injusticias que nos toca a todos. ¿Estamos dispuestos a enfrentar ese reflejo?
Conclusión
La proyección de Las chicas de la estación es más que una experiencia cinematográfica; es una invitación a la reflexión, la acción y el cambio social. Y si hay algo que podemos aprender de esta experiencia, es que, aunque duela mirar hacia otro lado, el verdadero dolor reside en no actuar. Así que la próxima vez que sientas el impulso de evadir el dolor ajeno, recuerda que al final, somos responsables de construir un mundo más justo para todos. ¡Hagamos nuestra parte!