En un mundo donde cada vez somos más urbanos, es curioso cómo el diseño de nuestras ciudades parece olvidarse de lo más humano: las personas. ¿Tienes una idea de cuántos bancos hay en tu ciudad? Sí, esos muebles de hierro que, o bien son cómodos, o bien son auténticas pruebas de resistencia para tus glúteos. Hablamos de Madrid, una ciudad que cuenta con más de 70,000 bancos, pero, como veremos, no todos son para sentarse y disfrutar de un café, y eso da mucho que pensar.
Una ciudad para el consumo, no para la comunidad
Daniel Sorando, un investigador de sociología urbana y profesor en la Universidad de Zaragoza, subraya que desde los años 80 hemos visto una transformación bastante intensa en nuestras capitales. El neoliberalismo se ha colado en el urbanismo. ¿La consecuencia? Se han priorizado los espacios como activos productivos antes que como lugares donde la comunidad interactúa y se beneficia. ¿Y quién no lo ha sentido en su piel? Esa sensación de que los espacios públicos se están transformando en meras pasarelas comerciales.
Personalmente, recuerdo una tarde en el centro de Madrid, buscando un lugar para descansar los pies después de una larga caminata. Cuando finalmente encontré un banco, me di cuenta de que era más moderno que acogedor, con separadores diseñados para disuadir a cualquier inconsciente que pensara en sentarse y disfrutar de la vida en la calle. Me pregunté: ¿realmente es este el futuro que queremos?
El urbanismo hostil: diseñando para excluir
El término “urbanismo hostil” se refiere a este enfoque de diseño que hace que ciertos espacios sean incómodos o incluso imposibles de utilizar para algunas personas. No se trata solo de bancos con separadores; también incluye pinchos anti-pereza y superficies inclinadas que dicen: “¡Aquí no te quedes!” Esto lo he visto en varias ciudades europeas, y es una tendencia inquietante. Se da un mensaje claro: ciertos grupos, como personas sin hogar o jóvenes, simplemente no son bienvenidos en esos espacios.
Imagínate a un grupo de amigos buscando un lugar agradable para charlar y disfrutar de una tarde de verano. Sin embargo, se encuentran con un banco que parece estar más diseñado para un escuadrón de yoga que para sentarse cómodamente. ¿No habría sido más sencillo dejar un simple banco en condiciones?
La batalla por el espacio público en Madrid
En Madrid, la concentración de estos bancos modernos es más que evidente. De los 190 modelos que se registran, 156 están en el distrito centro. Vamos, eso es un concentrado de “no te sientes aquí”, especialmente en lugares de alta afluencia como Callao, donde la situación es un verdadero rompecabezas para quienes buscan un lugar para descansar. En contraste, barrios alejados del centro todavía mantienen algo de esa estética antigua y acogedora que solíamos adorar.
El Ayuntamiento, muy bien intencionado, argumenta que su enfoque en la accesibilidad está detrás de estas decisiones. De hecho, hay más bancos en las áreas periféricas, pero, ¿es este el objetivo? ¿Más bancos en la periferia significan menos en el centro? Si la ciudad es un lugar para todos, ¿por qué hay un diseño que excluye a ciertos grupos?
Un fenómeno europeo
No solo Madrid se enfrenta a este dilema. Ciudades como París, Atenas y Viena están comenzando a olvidar sus bancos tradicionales en favor de un urbanismo que prioriza la eficiencia sobre la humanidad. En Atenas, por ejemplo, la crisis económica ha llevado a una drástica reducción de los bancos, y actualmente solo hay alrededor de 5,000. Y este no es un fenómeno aislado; parece que estamos en una carrera por olvidar lo que significa realmente el “espacio público”.
Localizarse en un área urbana debería ser una fuente de conexión e interactividad. Pero en lugar de eso, muchas ciudades están creando barreras físicas e invisibles. La urbanista Christina Schraml señala que este mobiliario público no solo estructura el espacio, sino que en muchos sentidos, “controla el comportamiento de los residentes”. A veces siento que estoy planeando una misión imposible al querer simplemente sentarme en un banco en mi propia ciudad.
Espacios que excluyen y un mensaje claro
Lo que ocurre es que esta evolución del diseño urbano no es solo una cuestión estética, sino también un reflejo de nuestras prioridades sociales. Según varios expertos, la desaparición de ciertos elementos como los bancos da un mensaje claro sobre los grupos que sí son bienvenidos y los que se les desincentiva a permanecer. ¿Cuántas veces hemos sentido que sólo somos bienvenidos con la condición de que consumamos algo? Es como si el espacio público se hubiera convertido en un gran centro comercial al aire libre.
Volviendo a la idea de la zonificación, cada ciudad parece dividirse en áreas específicas donde se espera que ciertos grupos se comporten de una manera particular. En Viena, algunos espacios son “exclusivos” para generaciones más jóvenes y con consumismo a la vista, mientras que en los barrios exteriores, el ambiente es más relajado, lleno de tradición y… gente comiendo pipas en la plaza. ¿No es irónico que se diseñen ciudades donde la cultura y el comunidad se ven desplazadas?
La nostalgia de los bancos perdidos
Recuerdo con cariño esos días de verano cuando un grupo de amigos y yo recorríamos la ciudad sin un destino fijo. Buscábamos el lugar perfecto para sentarnos, conversar y observar la vida pasar. El mobiliario urbano que conocemos ahora no es el mismo que este viejo grupo de amigos anhelaba, y eso es triste. Los bancos de madera que eran un símbolo de lo que las ciudades posibles podrían haber sido han desaparecido, dejando sólo estructuras de acero que no cuentan nuestras historias.
Las ciudades se están volviendo cada vez más homogéneas gracias a la globalización y a ese deseo de ser modernas. A veces, la estandarización parece un enemigo de la identidad cultural. La pregunta es: ¿a quién beneficia esto? Una cosa es segura: al olvidar el lado humano del urbanismo, se pierde algo esencial.
¿Hacia dónde vamos?
El futuro del mobiliario urbano debería ser una cuestión de inclusión y diversidad. ¿Por qué no diseñar espacios donde todos puedan sentarse y disfrutar? Inclusive podría ser un excelente proyecto para estudiantes de arquitectura o diseño. Así es como las verdaderas comunidades se forjan: permitiendo que todos tengan un espacio al sol, de forma literal y figurativa.
Y por supuesto, como en toda historia, hay esperanza. Un creciente movimiento de activismo por la rehabilitación del espacio público está ganando terreno. La Fundación Abbé Pierre de Francia está a la vanguardia en esta lucha. Al centrarse en los derechos de las personas sin hogar y en la creación de un urbanismo que no excluya a nadie, están demostrando que otro tipo de diseño es, no solamente posible, sino necesario.
Conclusión: ¿qué podemos hacer?
Así que, ¿qué podemos hacer como ciudadanos? Ser más conscientes de lo que ocurre en nuestros espacios públicos y cuestionar esas decisiones que parecen ser tomadas por aquellos que no tienen el pulso de la comunidad. Después de todo, nuestras ciudades son el reflejo de quiénes somos. Tomémonos en serio el rediseño urbano que fomente la empatía en lugar de la exclusión.
Sería genial que la próxima vez que visites una plaza, puedas encontrar un banco donde sentarte y disfrutar de una conversación con un amigo. Y que este no sea solo un lujo, sino una norma. Al final del día, todos queremos un poco más de humanidad en nuestras ciudades.
Entonces, la próxima vez que veas un banco de esos que parecen dictadores de espacio público, pregúntate: “¿Este lugar tiene espacio para mí y los que amo, o solo para los que gastan?”. Y recuerda, tal vez, la próxima conversación también se pueda dar en un sitio donde no hay que pagar un café por un asiento. ¡Viva el mobiliario urbano!