Los derbis en el mundo del fútbol son algo más que simples partidos; son batalas emocionales donde se arriesga el orgullo, donde los colores se defienden con pasión y, a veces, se cruzan fronteras que no deberían ser cruzadas. Todo esto debería ser parte del espectáculo, pero lo que ocurrió en el último enfrentamiento entre el Huesca y el Real Zaragoza nos recuerda que el amor por el fútbol a menudo puede verse empañado por la violencia y la tensión.
Antecedentes del derbi aragonés
Antes de entrar en detalles sobre el fatídico día del partido, es importante recordar que este derbi no es solo un encuentro de 90 minutos. Los aficionados que apoyan a ambos equipos han vivido momentos memorables y otros no tanto, en un vaivén emocional que a veces se convierte en una montaña rusa. En mi experiencia personal, he estado en derbis donde la euforia era palpable y otros donde el silencio y la tensión eran ensordecedores, como querer gritar en un cine lleno de gente que se ha comprometido a no spoilear el final de la película.
Este último choque no estaba exento de polémica, porque, como si el fútbol necesitara más drama, el costo de las entradas se convirtió en el verdadero villano de la historia. Con entradas que ascendían a los 70 euros para los visitantes y 55 euros para los locales, la frustración se palpaba en el ambiente. Las peñas de aficionados, como la Federación de Peñas y Gol de Pie, decidieron no asistir al estadio como una forma de protesta. ¿Cómo se supone que debemos disfrutar del fútbol si se siente como un negocio más que una celebración?
Un partido marcado por la tensión
El día del partido estaba casi apacible, pero no porque todo estuviera en calma. Más bien, la atmósfera era extraña. Si alguna vez has caminado por la zona de un estadio antes de un derbi, sabrás que el aire está cargado de anticipación y rivalidad. Sin embargo, dos horas antes del silbato inicial, el centro de Huesca se sentía más como un tranquilo fin de semana que como el campo de batalla que debería ser.
La afición local estaba prácticamente desaparecida; el sector que tradicionalmente alberga a la afición visitante en El Alcoraz estaba, para ser sinceros, casi vacío. Solo un puñado de valientes arribó para dar apoyo incondicional a su equipo. Esa imagen hizo que me preguntara: ¿Dónde estaban todos los seguidores? ¿Había llegado el día en que el amor por el fútbol había sido eclipsado por el amor (o la falta de él) por la billetera?
El choque que terminó en caos
Todo transcurrió sin problemas hasta que el silbato final marcó la conclusión del encuentro. Aparentemente, la distancia emocional que siempre había existido entre las aficiones se convirtió en una distancia física en la avenida de Martínez Velasco. Sin embargo, como muchos sabemos, los enfrentamientos de este tipo a veces pueden enrarecer el ambiente. Un grupo de hinchas del Huesca, que incluía miembros de la peña Alcorazados, agredió a hinchas zaragocistas; un escenario que, lamentablemente, no es nuevo en esta rivalidad.
El resultado de ese encuentro feroz fue un detenido por resistencia y desobediencia. Pero eso no fue todo. La Policía Nacional informó que otros seis individuos fueron propuestos para sancionarse por las implicaciones de la Ley contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte. Es triste pensar que lo que debería ser un espectáculo de alegría, unidad y competencia sana se transforme en una escena de agresión que deja a los involucrados con lesiones leves y un cúmulo de problemas legales.
Como alguien que ha estado presente en algunos de esos típicos abrazos grupales entre aficionados tras una victoria o un gol importante, resulta preocupante ver que esa camaradería puede desvanecerse en un abrir y cerrar de ojos por un puñado de personas que no comprenden el verdadero espíritu del deporte.
Intrusos en la afición
Uno de los aspectos más inquietantes de esta reyerta fue la información que luego surgió: entre los agresores había algunos hinchas de Barcelona que ni siquiera habían asistido al partido. Es un claro recordatorio de cómo personas ajenas a la comunidad pueden infiltrarse en un evento que debería ser exclusivo para los auténticos entusiastas del fútbol. ¿Cuántas veces hemos escuchado historias similares, donde elementos externos capitalizan en la rivalidad para desatar caos? Es un fenómeno engañoso, como esa película que prometía ser una comedia pero terminó siendo un drama desgarrador.
El ciclo de la violencia en el fútbol
No es el primer derbi que termina en violencia, ni será el último. En abril de este mismo año, tres miembros de una peña azulgrana fueron detenidos por intimidar a zaragocistas. La cultura de la violencia que envuelve a ciertos sectores del fútbol es una preocupación que no se puede ignorar. Puede que no todas las aficiones estén involucradas, pero un pequeño grupo puede empañar la experiencia de miles de aficionados que solo quieren disfrutar del juego.
Este ciclo de violencia plantea la pregunta: ¿qué se puede hacer para cambiar esto? La verdad es que no hay una respuesta sencilla. Diferentes iniciativas han sido propuestas, desde aumentar la seguridad en y alrededor de los estadios hasta fomentar un diálogo abierto entre las hinchadas. Lo cierto es que todos queremos que el fútbol sea un espacio de celebración, no de confrontación. Como en cualquier otro ámbito de la vida, la educación y la empatía pueden jugar un papel crucial en la lucha contra la violencia en el deporte.
Una reflexión sobre la rivalidad
Hablando de rivalidades, es esencial entender que, aunque sean intoxicantes, lo que se busca no es eliminar la rivalidad, sino transformarla. Las pasiones que surgen en un derbi son una mezcla de historia, tradición y, sobre todo, amor por unos colores. Recordemos que el fútbol es un deporte que une a las comunidades. En Huesca y Zaragoza, el amor futbolístico
debería brindar un espacio para compartir historias, risas y emoción, no agresiones y rencores.
Así que aquí estoy, mirando hacia atrás a estos eventos y reflexionando sobre lo que puede venir. Desde la calidez de una celebración después de un gol hasta el frío de un altercado en la calle, todos tenemos una historia que contar. Yo, por mi parte, prefiero contar historias sobre esos momentos de alegría, de unión, de ese abrazo incondicional entre aficionados de ambos equipos cuando el resultado es una victoria compartida.
¿Y ahora qué?
La pregunta que muchos se hacen después de un evento así es: ¿qué pasa ahora? El fútbol tiene la oportunidad de ofrecer un nuevo capítulo, uno que enseñe a los fans a cómo volver a disfrutar de su pasión sin el miedo a la violencia.
Las jornadas deportivas pueden ser una fiesta de colores, una celebración de habilidades y talentos, en lugar de ser un caldo de cultivo para la violencia y la agresión. Aquí es donde debemos poner el foco, no solo en el resultado del partido, sino en la cultura que construimos alrededor de él. Imaginais un mundo donde los aficionados de Huesca y Zaragoza pueden compartir una cerveza (sin alcohol o con, ¡tú decides!) y reírse de las anécdotas de la pasada temporada, en lugar de recordar incidentes violentos.
Al final del día, es la comunidad la que se beneficia cuando se utiliza el fútbol como una plataforma para la unión y el respeto. Las lecciones aprendidas deben trasladarse a la siguiente generación de aficionados, para que puedan disfrutar del juego que todos amamos, sin importar su género, raza o creencias.
Como digo a menudo: el fútbol es un juego, pero la vida es real. Y aunque el balón siempre rodará, lo que debemos cuidar es lo que hacemos fuera del campo. Es por eso que deberíamos trabajar juntos para que, la próxima vez que haya un derbi, la única historia que contar sea la de los goles y las celebraciones, no la de la violencia. Eso, amigos, sería un verdadero triunfo para el deporte.