A veces, el regreso a casa después de un largo día puede sentirse como una especie de experimento de terror. Como cuando te miras en el espejo y, en lugar de encontrarte bien, te das cuenta de que, con cada arruga nueva, con cada mancha inesperada, el tiempo está marcando su territorio en tu cuerpo. Pero, ¿quién no ha sentido un escalofrío al pensar en la forma en la que nuestros cuerpos cambian con el paso de los años? Quizás eso sea parte de lo que une a muchas de nosotras en esta experiencia común. Ya sea que nos sintamos compatriotas de nuestra propia piel o simplemente perseguidas por lo desconocido, el horror corporal —o body horror en su forma anglosajona— se ha convertido en un refugio para aquellas historias que mejor reflejan esa lucha interna.

¿Qué es el body horror y por qué ahora?

El body horror ha sido desde siempre un espejo distorsionado a través del cual se pueden mirar las complejidades de nuestra existencia. No se trata solo de monstruos ni de sangre, como muchos podrían pensar. Es un género que nos enfrenta a la vulnerabilidad de nuestro ser, y es especialmente agudo cuando las narrativas provienen de la experiencia femenina.

Joyce Carol Oates, en su reciente obra Carnicero y en la antología Perversas. Nuevas historias de body horror escritas por mujeres, nos recuerda que el horror corporal es especialmente pertinente para las mujeres. Ella menciona que ser mujer implica residir en un cuerpo que puede ser invadido o transformado sin previo aviso; un recordatorio que resonará con muchas de nosotras, ¿verdad? Oates trae a la escena referencias a figuras mitológicas como Medusa, para ilustrar cómo las historias de terror han evolucionado con el tiempo y cómo, en la mayoría de los relatos, la figura femenina ha sido muchas veces la víctima… o en su defecto, el monstruo.

Como lectora y amante del cine de terror, no puedo dejar de preguntarme: ¿cuántas veces hemos sentido que nuestras historias no se cuentan porque el espacio ha sido dominado por narrativas que no reflejan nuestras experiencias? Es un dilema que comparten escritoras como Margaret Atwood y Tananarive Due, quienes también se suman a esta ola de creación que busca visibilizar la singularidad de las experiencias femeninas a través del horror corporal.

La gestación de nuevos monstruos: narrativas perturbadoras

En la recopilación de Oates, se presentan relatos que desafían la noción misma de normalidad. Historias que van desde muñecos vudú hechos de verrugas hasta gemelos que habitan en el interior del otro, todas nos llevan a la conclusión de que los verdaderos monstruos no son solo los seres de pesadilla, sino que también pueden formar parte de nuestro cuerpo y nuestras experiencias. ¿No es inquietante pensar que el miedo puede estar dentro de nosotros, esperando el momento adecuado para salir a la luz?

Es aquí donde el body horror establece un paralelismo con las inquietudes contemporáneas. A medida que nuestras sociedades se enfrentan a un creciente número de trastornos auto-inmunes, producto del estrés y la ansiedad, el horror corporal parece resonar con cada vez más fuerza. En este contexto, las historias no solo nos aterrorizan, sino que también son un grito de angustia. Al respecto, Sarai Herrera, editora de Horror Vacui, nos aporta una potente reflexión: «El cuerpo es lo último que nos pertenece a los desposeídos». ¿No es desgarrador pensar que nuestras mismas experiencias pueden transformarse en monstruos que acechan desde nuestro interior?

¿Un giro hacia la crítica social?

La película La sustancia, dirigida por Coralie Fargeat, refleja esta nueva tendencia del body horror al convertirse en un espejo de la violencia social que las mujeres enfrentan, especialmente en el ámbito estético. La historia protagonizada por Demi Moore nos presenta a una actriz que busca desesperadamente contener el paso del tiempo. Con su narración, Fargeat eleva un discurso crítico, adentrándose en la relación peligrosa que existe entre la belleza, la industria del entretenimiento y la salud mental.

Es interesante notar cómo, en un entorno donde muchos están echando mano de medicamentos como Ozempic para obtener el estereotipo ideal delgado, las narrativas de terror no han hecho más que intensificarse. ¿Cómo puede la industria perpetuar una visión tan distorsionada de la belleza? La apariencia, a menudo, puede llegar a ser una prisión, y La sustancia lo ilustra tanto de forma visceral como poética. Pero, aclaro, no se trata solo de imponer un estereotipo; es más bien una exploración de la fragilidad del cuerpo, que es completamente relevante en tiempos donde la ansiedad y la autocrítica son moneda corriente.

La voz femenina en el horror: una intersección de experiencias

Cuando pensamos en body horror, también debemos reconocer que este subgénero ha sido explorado por muchas directoras de cine, como Julia Ducournau con Titane y Marina de Van con En mi piel. Ambas abordan la relación con el cuerpo de formas innovadoras, convirtiendo la experiencia femenina en una parte integral de sus historias. Así, el cuerpo se convierte en un campo de batalla contra normas sociales y expectativas.

Las creadoras como Aida Méndez y Elena Lombao, conocidas en el ámbito digital como Bloody Girls, argumentan que el horror corporal es una forma de mirar a un mundo que constantemente intenta desmembrar nuestra identidad. La violencia estética que enfrentan las mujeres es un tema recurrente que se siente tanto en el cine como en la literatura. La lucha contra un cuerpo que se descompone o se transforma es un eco de cómo la sociedad ve y juzga a las mujeres.

También hay que mencionar el reciente debate en torno a la categorización de algunas películas como feministas. Aunque algunos críticos se muestran escépticos —por considerar que llamarlo body horror feminista podría ser restrictivo— el simple hecho de que exista esta discusión es indicativo del avance en el cine de terror contemporáneo. Al adoptar el cuerpo como un espacio narrativo, las directoras están desafiando las percepciones tradicionales y aportando nueva profundidad a historias que han sido contadas desde una perspectiva masculina.

Reflexiones finales: El horror como espejo de la realidad

Si hay algo que el body horror nos enseña es que, a pesar de ser un género perturbador, puede ofrecer una sorprendente forma de catarsis. Las historias inclusivas que abordan la experiencia femenina generan una conexión emocional con el público. ¿No te resulta liberador leer o ver algo que refleja experiencias y miedos profundamente humanos? A menudo, en nuestra búsqueda de la normalidad, nos encontramos en lugares oscuros, luchando con esos sentimientos que parecen volverse monstruosos.

El horror corporal, en su esencia, nos invita a confrontar nuestros propios «monstruos internos», los que se manifiestan a través de la inseguridad, la ansiedad y el deseo de encajar. Este género ha evolucionado, y ahora, está ofreciendo un espacio para que voces que comúnmente han sido pasadas por alto sean escuchadas. Esperemos que, cada vez más, las historias de mujeres en esta esfera sigan encontrando un hogar en el mundo del terror.

Con estas nuevas exploraciones de lo monstruoso, los lectores y espectadores tenemos la oportunidad de no solo temer a los monstruos en la pantalla, sino de confrontar a los que llevamos dentro. Así que la próxima vez que te mires en el espejo y sientas un escalofrío ante el paso del tiempo, recuerda que hay belleza en la vulnerabilidad. Quizás, solo quizás, esa imperfección sea parte de lo que significa ser humano. Es, al fin y al cabo, nuestro cuerpo, nuestro propio horror y, a la vez, nuestro refugio.