El racismo es un monstruo con muchas caras. Algunas veces, se presenta como una sombra oscura que acecha en los rincones de nuestra conciencia colectiva. Otras veces, se disfraza de buenas intenciones, como ese amigo que, al decir «yo no soy racista, tengo un amigo negro», intenta justificar comportamientos o comentarios inadecuados. A lo largo de mi vida, he encontrado muchas de estas situaciones, y, sinceramente, a veces siento que vivo en una serie de Netflix titulada «¿Por qué?».
La pesadilla del amigo negro
Imagina esto: estás en una reunión entre amigos, con risas, chistes y buenas vibras, cuando de repente, uno de ellos recuerda que tienes un amigo negro y utiliza esa información como un escudo para lanzar un comentario racialmente insensible. La sensación de desasosiego, de que lo que han dicho no tiene ningún sentido y que estás atrapado en un chiste cruel e inapropiado, es aterradora. A veces, me despierto de ese sueño, entre sudores y respiraciones entrecortadas, ansioso por saber si, en realidad, eso no es solo una pesadilla.
La pregunta que siempre me asalta es: ¿Cómo es posible que la gente no vea lo contradictorio de estas situaciones? ¿Cómo pueden tener a amigos de distintas razas y, aun así, apoyar ideologías que promueven la deshumanización y el odio hacia aquellos que son «diferentes»?
La desconexión entre amistad y racismo
Cuando miramos a nuestro alrededor, es inquietante ver a personas que tienen amigos migrantes e, irónicamente, apoyan partidos como Vox o Se Acabó La Fiesta, que claramente defienden políticas anti-inmigrantes. Esto puede parecer como un acto de contorsionismo mental —una especie de yoga ideológico donde, para mantener la paz en la mente, se tienen que hacer malabares con contradicciones complejas—. Pero, ¿qué puede estar detrás de este juego?
A menudo me encuentro preguntándome por la lógica que llevan los amigos que optan por la narrativa de la «excepción». Y aquí es donde este artículo quiere sumergirse: en la idea de que «tú no eres como los demás». Vamos a desenredar esta madeja, porque, seamos honestos, el racismo no necesita más complicaciones en su vasta red de mentiras.
La deshumanización: el primer paso
La deshumanización es el primer peldaño que se pisa en este camino terriblemente engañoso. En el «los demás» caben todos los estereotipos racistas que han forjado una imagen mentirosa durante siglos. Así, se construye un «ente monolítico» que, según la narrativa racista, representa a toda una comunidad. Es el inmigrante que se ‘lleva’ las ayudas, el extranjero que ‘roba’ trabajos, todo ese maremágnum de estereotipos y falsedades sirve para crear un ‘villano’ colectivo.
Aquí es donde surge la pregunta incómoda: ¿realmente las personas que utilizan esa narrativa se creen esas historias? O mejor aún, ¿es posible que al verse rodeados de esa deshumanización, se les convierta en normal lo absurdo?
La individualidad como salvación
Y entonces llegamos al otro extremo del espectro. La amistad, esas conexiones personales que, aparentemente, ofrecen un respiro. En la narrativa de la «excepción», cuando vigilamos a nuestros amigos, encontramos la salvación. Tú, como persona racializada o migrante, te conviertes en la excepción porque tienes un nombre, una historia y un lugar en su vida que, eventualmente, se convierten en defensores de su propia humanidad.
Es como tener un superpoder: tus amigos pueden pensar que, gracias a conocerte, han eliminado por arte de magia sus prejuicios. Pero seamos realistas, amigos, eso no funciona así. El racismo tiene un sentido estructural y sistémico que no desaparece solo porque una persona tiene un amigo que no encaja en su narrativa.
La trampa de la excepcionalidad
Aquí es donde la situación se vuelve realmente complicada. La frase «tú no eres como los demás» es un bálsamo para la conciencia. Les permite defender ideas racistas sin sentir que están haciendo daño a la persona que conocen. Pero, ¿realmente es así? En el fondo hay un peligro inminente: tu singularidad se convierte en una caja que encierra la idea de que, si eres «excepcional», las políticas racistas que promueven no te afectarían. Pero el racismo es un fenómeno mucho más amplio que simplemente una relación personal.
Si te encuentras en un ambiente donde todos comentan algo racista, es difícil no sentir la presión. Es como estar en una fiesta donde todos se ríen de un mal chiste, y tú no quieres ser esa persona que dice «Eh, eso no es gracioso», porque temes ser rechazado. Pero, ¿la incomodidad vale la pérdida de tu dignidad?
La deshumanización y el estigma
Es triste ver cómo algunas personas racializadas podrían sentirse cómodas en esta narrativa de la «excepción». Al asumir que toda su comunidad es problemática, encuentran consuelo en su individualidad y en la creencia de que son un «ejemplo positivo». Pero esa es una trampa. En el momento que esa red de validación desaparece, vuelven a ser «solo» una estadística más en el cruel juego del racismo.
El libro «El pensamiento blanco» de Lilian Thuram ahonda en este tema. Thuram, un exfutbolista, repasa las numerosas justificaciones que se han usado a lo largo de los años por la supremacía blanca para justificar atrocidades racistas. Entre ellas, encontramos la narrativa de la «excepción». Y es que, este concepto es tan sofisticado que demanda una respuesta aún más elaborada: que la excepcionalidad sea un patrimonio de quienes están en el lado más oscuro de la historia, y que el «los demás» lo encarne toda persona antirracista.
Conclusión: luchando contra la corriente
La lucha contra el racismo es una tarea titánica. Nos enfrentamos a un fenómeno estructural que no puede ser simplemente ignorado porque conozcamos a una persona que no encaje en el estereotipo. Es un reto que necesita de nuestra acción en comunidad. Cada vez que alguien dice «no soy racista, tengo un amigo negro», es nuestra responsabilidad poner en duda esa afirmación.
El racismo no es solo una opinión personal, es una realidad que se manifiesta en leyes, políticas y en las interacciones diarias. Por mucho que cueste, es crucial recordar que nuestras acciones individuales y la forma en que elegimos hablar sobre el tema pueden generar un impacto real.
Entonces, ¿cómo podemos remediar esta situación? Haciendo un esfuerzo consciente por levantar la voz, al romper el silencio y reivindicar la humanidad de todos. Aunque nos cueste, cada uno de nosotros puede ser un faro en esta lucha. ¿Estás dispuesto a asumir esa responsabilidad?
Recuerda que, al final del día, es posible encontrar humor y empatía incluso en los temas más delicados. ¿Y quién sabe? Tal vez te rías de los chistes más crueles a medida que vamos rompiendo con esas narrativas en el camino hacia una sociedad más justa.