En el mundo actual, donde los derechos de los menores están en el centro del debate social, la figura de Juana Rivas ha cobrado un protagonismo inesperado. La reciente situación en la que su hijo menor debe declarar sobre los presuntos malos tratos que ha sufrido a manos de su padre, Francesco Arcuri, en la Corte de Apelaciones de Cagliari, Italia, levanta una serie de interrogantes inquietantes. ¿Hasta qué punto el sistema judicial está preparado para proteger a los niños en situaciones de este tipo? Y lo más angustiante: ¿qué ocurre cuando esas mismas instituciones se convierten en el escenario de daño y trauma?

Un niño en el centro de la sala

Imaginemos la escena: un niño de diez años, camino a su declaración judicial, probablemente con la mano en la del padre, mientras su madre observa desde la distancia, sintiendo el peso del sistema sobre sus hombros. Su equipo jurídico ha alzado la voz, pidiendo medidas que garanticen que este pequeño declare “sin coacción”. Es una situación insoportable, y es difícil no sentir un nudo en el estómago al pensar en el pequeño que debe navegar por este mar de incertidumbres.

Recuerdo cuando era niño y tenía que enfrentar situaciones difíciles, como hablar frente a la clase. Siempre me preguntaba: “¿Qué pensarán mis amigos?” o “¿Se reirán de mí?”. Lo que parecen ser simples dudas para nosotros, pueden convertirse en una tormenta en la mente de un niño que se asoma al funcionamiento de un tribunal, sin entender completamente las implicaciones.

La voz silenciada: Gabriel Arcuri se pronuncia

En medio de este tumulto, emerge Gabriel Arcuri. Ahora un joven de mayoría de edad, se presenta como la voz de su hermano menor en un video que ha resonado en los medios. “Mi hermano vive en un infierno”, dice con una desesperación palpable. Ellie, mi gata, suele mirarme de forma inquisitiva cuando hablo con pasión sobre un tema, como si supiera que el corazón humano vive de emociones contradictorias y complejas. Así me siento al escuchar a Gabriel.

Reconocemos que muchos jóvenes deben subirse a un escenario que no eligieron. En su defensa, hizo un llamado a “quienes pueden mover los hilos” para asistir a su hermano. Pero, ¿es suficiente? ¿Puede una declaración en video realmente influir en un sistema judicial impregnado de trámites y procedimientos?

La complejidad del contexto jurídico en Italia

El sistema legal italiano no es ajeno a las críticas. La reciente imputación de Francesco Arcuri por la Fiscalía coincide con la reapertura del caso gracias a un cambio de fiscal, un giro inesperado en esta historia tan sombría. Juana Rivas, la madre, había denunciado maltratos en Italia, sólo para encontrar que esas denuncias fueron inicialmente archivadas. Esto plantea la pregunta: ¿por qué a veces el proteger a los menores parece ser un juego de azar más que una política de Estado?

Imaginemos que, en una situación similar, un padre o madre está bajo la amenaza de perder la custodia. Hay aspectos que parecen válidos y razonables, pero al mirar más de cerca nos damos cuenta de las grietas que existen en el sistema. Las decisiones no siempre se basan en el bien de los menores, sino que a menudo son influenciadas por consideraciones legales y burocráticas.

La voz de Irene Montero: ¿es España un referente en protección infantil?

Irene Montero, la ministra de Igualdad de España, ha declarado que “España debe reparación a las madres protectoras”. Es un punto de inflexión en la conversación sobre la protección infantil y la violencia de género. Pero, ¿cuánto pesa la voz de una autoridad en estos casos si no hay una estructura adecuada para implementar cambios efectivos?

En momentos como este, me recuerda a mi maestra de educación civíca. Siempre decía: “Las palabras son poderosas, pero las acciones transforman realidades”. Las promesas y declaraciones son valiosas, pero deben ser acompañadas por acciones que resalten en la vida pública.

Cuando la familia se convierte en un campo de batalla

Un testimonio inquietante proviene del hijo de Juana Rivas, que menciona que él y su hermano están en riesgo. “Yo me he sentido en riesgo de muerte y veo mi reflejo en él”. Me pregunto si alguna vez hemos sentido esa vulnerabilidad, no solo en casa, sino en nuestra vida diaria. La familia, que debería ser un refugio, puede, en muchos casos, transformarse en un campo de batalla.

¿Qué se necesita para que un niño se sienta verdaderamente protegido? El soporte de la comunidad, la empatía en el sistema judicial, y en especial, un cambio cultural que permita a los menores no solo ser escuchados, sino también ser protegidos de aquellos a quienes deberían temer.

A veces, en mis momentos de reflexión, me pregunto: “¿Qué pasaría si la comunidad se uniera para apoyar a las víctimas y no solo a los protagonistas de la historia?” La transformación comienza con el reconocimiento y la acción.

Reflexiones finales: ¿qué podemos hacer?

Mientras el cuarto judicial espera el testimonio desgarrador de un niño que vive entre el miedo y la desesperación, no podemos evitar sentir la carga de este drama humano. Las autoridades, familiares y la comunidad debemos trabajar unidos para garantizar que la vulnerabilidad de los niños no se convierta en un espectáculo mediático.

Es fundamental preguntarnos: ¿qué podemos hacer, como individuos o sociedad, para ser agentes de cambio? La respuesta, aunque difícil, no debe ser esquiva. A menudo, las pequeñas acciones en nuestro entorno inmediato pueden desencadenar grandes cambios. Desde hablar en público sobre la importancia de la protección infantil hasta defender una legislación que priorice el bienestar de los menores.

La historia de Juana Rivas y sus hijos no es solo un relato de sufrimiento. Es un llamado a la acción. Debemos trabajar para crear un entorno donde el bienestar infantil sea una prioridad absoluta, y asegurarnos de que el miedo y la desesperanza no sean parte de la narrativa de un niño. Después de todo, nadie debería enfrentarse solo a un sistema que debería protegerlo.

Así que ahora que hemos recorrido este camino, ¿estamos dispuestos a abrir los ojos y actuar? La decisión está en nuestras manos.