En un mundo donde las noticias se consumen casi en tiempo real en las redes sociales, el caso de The New Yorker parece sacado de un relato de ciencia ficción. Una revista que se toma tres meses para publicar un artículo, ¿no es risible? Sin embargo, esta meticulosa forma de hacer periodismo ha demostrado su valía al cumplir, nada más y nada menos que 100 años. Y es que, aunque el tiempo parece ir en contra de la longevidad de los medios, el semanario ha encontrado su camino entre la niebla de la desinformación y la velocidad del «smart brevity» que permea nuestro día a día.
Pero, ¿realmente vale la pena escribir durante tres meses sobre un tema? En el caso de Jon Lee Anderson, uno de los reporteros más destacados y polémicos, la respuesta es un rotundo sí. Con un proceso que incluye un mes dedicado a la investigación, otro al borrador, y finalmente tres semanas para la edición, Anderson produce alrededor de tres a cinco artículos al año. En un mundo donde el hardcore del periodismo te pregunta qué lección irónica te dejaron hoy los tweets de Donald Trump, esto suena casi a una locura. Pero hay algo genial en ello, ¿no creen?
Una mirada hacia el pasado: los inicios de The New Yorker
La historia de The New Yorker no es solo la de un simple laboratorio de ideas de escritura. Comenzó en un hotel de Nueva York, a través de unas veladas de póker donde las risas y los cócteles se combinaban con el deseo de crear algo único. Así nació en 1925, impulsada por Jane Grant y su entonces esposo Harold Ross, quienes querían ofrecer una perspectiva satírica y refinada sobre la vida en Manhattan. Uno podría pensar que querían darle un toque de glamour a las noticas, como un cóctel bien servido: con estilo, pero también con un trasfondo crítico.
Leonard Cohen decía que hay una grieta en todo, y eso es por donde entra la luz. En el caso de The New Yorker, esa grieta apareció en forma de un juicio sobre la enseñanza de la Teoría de la Evolución que, aunque pueda parecer lejano en el tiempo, sigue resonando en el contexto actual de la lucha de opiniones sobre lo que se debe enseñar en las aulas. ¿No les suena a debates más que conocidos en la política estadounidense? Su cobertura de este juicio fue lo que dio al semanario su identidad y lo mantuvo a flote en momentos críticos.
La evolución del periodismo en tiempos de incertidumbre
A medida que la revista cumplía sus primeros 100 años, la historia parecía repetirse. Con un David Remnick al mando desde 1998, The New Yorker no solo ha sobrevivido, sino que ha prosperado en un entorno lleno de altibajos y desafíos tecnológicos. Ha navegado las aguas inciertas de la política contemporánea, desde la era de George W. Bush hasta la reciente vuelta de Donald Trump a la política activa, haciendo de la revista un baluarte del periodismo crítico.
Ahora imagínense esto: Remnick decidió que el semanario debía hacerse más político y digital. ¿Sería como decir que a un pez le conviene aprender a caminar? Pero él lo hizo. Las redes sociales y la digitalización no son solo un desafío, son también una oportunidad. ¿Y quién no quiere estar en el centro de la corriente principal, entendiendo qué es lo que la gente está leyendo y comentando en tiempo real? Mientras muchos medios luchaban por adaptarse, The New Yorker logró mantener su esencia y su estilo, eso se respeta.
La fórmula del éxito: reportajes y reflexiones
La mezcla de reportajes de actualidad, comentarios políticos y ficción que The New Yorker ofrece ha sido clave para su éxito sostenido. ¿Quién no se ha perdido en un relato profundo sobre Venezuela o una aguda crítica sobre cualquier institución que decida ser injusta? O esa sensación de leer algo de Gabriel García Márquez y luego encontrar su toque en las caricaturas que adornan sus páginas. Es como estar en una sala de estar donde todos están dispuestos a tener una conversación inteligente, llena de matices y, a veces, de risas. Es un mundo en el que es fácil deslizarse entre lo serio y lo sobrio.
A lo largo de sus años, The New Yorker ha publicado trabajos de gigantes literarios como Ernest Hemingway, William Faulkner, y más recientemente, Lawrence Wright, quien escribió el monumental «El año de la peste» sobre la pandemia de COVID-19. ¿Recuerdan cómo se sintieron cuando el mundo se cerró en marzo de 2020? Este artículo de 29,000 palabras parecía una espada de Damocles sobre nuestros destinos. Cada palabra pesada, cada frase impactante. Ese es el poder del buen periodismo, transformando un puñado de palabras en el espejo que refleja nuestra realidad.
La resistencia del periodismo ante las adversidades
Cien años después, con la prensa enfrentando una de sus crisis más profundas, The New Yorker sigue de pie, incluso después de despidos y recortes. Su modelo de negocio se basa en la suscripción, rociando una mezcla de contenido antiguo y nuevo que siempre invita a reflexionar sobre el presente. La lucha contra el tiempo de atención cada vez más corto en nuestra cultura digital se siente como una batalla épica, entre la tradición y la modernidad.
¿Alguna vez se han preguntado cuántas veces uno se encuentra viendo una serie en streaming en lugar de leer? En mi caso, muchas veces. Pero cada vez que me suelto con un ejemplar de The New Yorker, sé que estoy invirtiendo tiempo en algo que me enriquecerá. Es como abrir un buen vino después de un largo día. La promesa de una experiencia única y gratificante.
Lo que está por venir: el futuro de The New Yorker
A medida que entra en el segundo siglo, es inevitable preguntar: ¿qué viene después para The New Yorker? Con Remnick al timón, se espera que continúe desafiando las convenciones, eligiendo la narrativa sobre la velocidad, el análisis profundo por encima de las opiniones superficiales. Quizás sea un desafío, pero él está dispuesto a liderar la resistencia, enfrentándose a los desafíos que plantea un mundo donde el ruido y las distracciones son abrumadoras.
Y en esta nueva era de desinformación, el papel de The New Yorker es más crucial que nunca. En un contexto donde los medios sensacionalistas prosperan y las verdades son frecuentemente distorsionadas, el semanario se ha convertido en un faro que guía a los lectores hacia la claridad y la comprensión.
Como todo buen amante de las letras, no puedo evitar preguntarme: ¿será que un día veremos a un artículo de The New Yorker viralizarse en TikTok? Aunque, si me preguntan a mí lo que realmente deberían hacer es crear una línea de cócteles inspirados en sus reportajes. De hecho, en mi próxima celebración en un bar trendy de Manhattan, ¿por qué no tomar un “Eustace Tilley Spritz”? La mezcla de lo elegante y lo profundo, algo que perfectamente caracteriza al semanario.
Conclusión: un viaje a través de un siglo de periodismo
Así que celebremos a The New Yorker, un fenómeno que ha resistido la prueba del tiempo, transformándose en lo que muchos consideramos un sinónimo de periodismo de calidad. Mientras otros caen en la inmediatez, ellos han optado por construir una narrativa rica, profunda y envolvente que nos invita a sentarnos, a pensar, y sobre todo, a disfrutar. En resumen, hay algo maravilloso en el hecho de que, a pesar de la adversidad y los cambios vertiginosos del mundo moderno, The New Yorker continúa siendo un espacio de refugio para los buscadores de historias y entendimientos más profundos sobre nuestra realidad.
Si todavía no han explorado su universo de ideas, personajes cautivadores y reportajes provocadores, ¿qué están esperando? Ellos tienen una silla esperando por ustedes en su club de lectores exclusivos, y prometo que no se arrepentirán de aceptar la invitación a este viaje literario. Y, mientras están en eso, recuerden siempre abrir una buena botella de vino. Porque, al fin y al cabo, si hay algo que realmente hemos aprendido, es que el buen periodismo y el buen vino nunca pasan de moda.