Si alguna vez has sentido que tu vida laboral se asemeja a un día de trabajo en la construcción, donde el ladrillo y el cemento son tus únicos compañeros, te invito a quedarte un rato. Hoy vamos a hablar de Rubén Cuesta, un hombre que transformó su vida de manera tan espectacular que podría parecer sacado de una película de Hollywood. Y sí, tal vez en la vida real no hay un montaje musical, pero las lecciones que aprenderemos son igual de poderosas.
El punto de partida: huir del ladrillo
Rubén Cuesta, 32 años, es el protagonista de esta historia. Desde un inicio, su vida laboral estaba marcada por la dureza del sector de la construcción. Imagínate moverte entre ladrillos y cemento, con la única expectativa de sobrevivir al día. Su padre, con toda la mejor intención del mundo, decidió inscribirlo en uno de esos cursos de cocina que a muchos les suenan como «última opción». «Era un curso para maleantes», dice Rubén, y no es que él sea un criminal, simplemente que la traición a su verdadera vocación parecía inminente.
Es curioso cómo a veces, cuando estamos en la oscuridad, el destino nos envía la luz en la forma de un curso de cocina. Aunque al principio Rubén se resistía a usar hasta el gorro de chef (bueno, lo que se dice “un look que le quedaba fatal”, lo sabría yo, que tengo una relación similar con los gorros), no se podía negar que había un brillo en todo lo que hacía en la cocina.
El primer plato: un nuevo comienzo en el mundo culinario
Cuando Rubén se sumergió en el mundo de la cocina, no solo se trataba de preparar tortillas y guisos (aunque eso ya suena afortunado). La parte crucial fue cuando tuvo la oportunidad de prácticas en El Bohío, un restaurante con estrella Michelin. A partir de ahí, la vida de Rubén se convirtió en una montaña rusa, con aciertos y retos que lamentablemente no siempre tienen la misma intensidad.
Recuerda esa sensación del primer día en un nuevo trabajo, ¿verdad? Esa mezcla de emoción y miedo, como si te estuvieran llevando a una montaña rusa a la que no quisieras subir. Rubén la enfrentó, y durante seis años aprendió las técnicas que lo llevarían a ser el chef que es hoy en día.
La travesía a Canarias: el destino que lo esperaba
Después de su tiempo en El Bohío, el destino le mostró una carta atractiva: un amigo canario con ganas de abrir un restaurante en Las Palmas de Gran Canaria. ¿Te imaginas la escena? Rubén, en medio de un almuerzo, mirando por la ventana y pensando en escapar del invierno toledano por un tiempo. “Ganamos la estrella Michelin”, cuenta con orgullo, un paso gigantesco que habría dejado boquiabiertos hasta a los más escépticos.
Sin embargo, la máquina de la vida no siempre se mueve tan rápido. La pandemia llegó y, como a muchos otros, les lanzó un cubo de agua fría sobre sus sueños. Pero en medio de la tempestad, algo bueno surgió.
Una invitación inesperada
Coche, camino, Kamezí Boutique Villas en Playa Blanca, Lanzarote. Todo comenzó un día en que un cliente solitario llegó a comer. Resulta que ese cliente era Koldo Eguren, un empresario vasco con un ojo muy afinado para el talento gastronómico. Algunos calamares al pilpil bastaron para que Koldo se diera cuenta de que Rubén era la persona perfecta para darle vida a su visión culinaria.
Aunque nadie en su sano juicio se atrevería a salir de la cocina para hablar con un cliente (¿qué tal una visita al dentista en lugar de hablar con un desconocido?), Rubén hizo el esfuerzo, y el resto es historia.
Ir por la estrella Michelin: un reto que vale la pena
Cuando Rubén se unió a Kamezí, la meta era clara: obtener su propia estrella Michelin. Pero, ¿cómo convertir un sueño en realidad? Asegurar un equipo capacitado, crear un ambiente gastronómico de alto nivel y, sobre todo, ofrecer una experiencia que dejara a los comensales deseando más.
Un menú degustación con 12 pases a 105 euros puede sonar un poco a «¿realmente necesito eso en mi vida?», pero la magia que Rubén crea en esos platos decorados con creatividad habla por sí misma. La cocina de Rubén se centra en los productos locales que hacen que Lanzarote brille todavía más. Entre sus creaciones, destacan el calamar al pilpil de limón y ají, una explosión de sabores que te hará desear un segundo, un tercero y, quién sabe, un cuarto pase.
La propuesta gastronómica: sabores que cuentan historias
Al sumergirte en su menú, no solo disfrutas de una comida; experimentas una narrativa que celebra la tradición canaria. “Me gustan mucho los guisos, a los que trato de dar un toque moderno”, dice Rubén, y aquí está la clave: fusionar lo viejo con lo nuevo para crear una experiencia culinaria redefinida. La realidad es que muchos de nosotros nos identificamos con esto; todos venimos de un trasfondo que somos culpables de querer renovar y reinventar, ¿verdad?
Imagina estar sentado en una mesa con vista a Fuerteventura. Ahí tienes un búfalo de gofio, acompañando exquisitas gambas y calamares. ¿Acaso no suena delicioso? O quizás un reconfortante plato de conejo con un toque especial que hará que tu abuela se ponga celosa.
Aquello que sirve para resaltar la autenticidad: el mapa de sabores
Este año, Rubén no se detiene. Se va a incorporar un mapa de sabores que ofrecen información sobre los productos locales que visten su menú. No solo es una excelente estrategia de marketing, sino una forma de educar a los comensales sobre el origen de los ingredientes que están saboreando. Para quienes amamos la cocina y deseamos aprender de cada bocado, esto es una oportunidad de oro.
La experiencia en la sala: más que comer
No olvidemos que una buena comida comienza desde el momento en que pones un pie en el restaurante. En Kamezí, la experiencia sigue al más alto nivel: desde la cuidada selección de vinos hasta un servicio en sala que intenta sorprenderte. Con más de 400 referencias en carta, incluyendo vinos canarios, la experiencia la complementa Víctor Manuel Gudiño, el sumiller con la habilidad de maridar cada plato con la bebida perfecta.
Es fácil olvidar que para que una buena comida sea inolvidable, el ambiente cuenta tanto como el plato en sí. ¿Te has sentado alguna vez en un restaurante y has sentido que te querían hacer sentir como un rey? Eso es exactamente lo que buscan ofrecer.
Volver a Playa Blanca: un regreso inevitable
Por último, Rubén deja claro que siempre hay espacio para volver. “Nos quedamos con ganas de probar su salmorejo”, comenta, señalando que es un plato que logró rescatar cuando llegó al restaurante. Un gesto noble que recuerda que nunca debemos olvidar nuestras raíces culinarias, independientemente de cuánto tiempo deseemos avanzar.
Cada visita a Kamezí es una nueva oportunidad para probar algo especial, y por si acaso, ya estoy planeando regresar solo por el frangollo: un helado de avellana, un dulce de leche de cabra y un crujiente de pasas, ese postre que derrite corazones.
Conclusión: el arte de reinventarse
La historia de Rubén Cuesta no es solo una transformación personal, sino un recordatorio de que nunca es tarde para dar un giro en tu vida. De la construcción a la cocina Michelin, ha trazado una ruta que inspira a otros a seguir sus sueños, a pesar de los retos que se presenten.
Así que, la próxima vez que te sientas perdido, recuerda las tortillas de Rubén. A veces, todo lo que necesitas es un pequeño empujón hacia lo inesperado. ¿Quién sabe qué oportunidades te esperan en la cocina de la vida? ¡Atrévete a hacer el viaje!