El echo resonante de las denuncias de abuso sexual sigue reverberando en la industria del entretenimiento, un ecosistema que, a pesar de su glamour y brillantez, oculta sombras profundas. En los últimos días, el cineasta Eduard Cortés, conocido por su trabajo en la serie catalana Merlí y la reciente producción de Netflix Ni una más, ha sido señalado en un escándalo que pone nuevamente en el ojo del huracán no solo al realizador, sino también a la muy necesaria conversación sobre el machismo y el abuso de poder en el ámbito laboral. Hoy nos adentraremos en este complicado entramado de opiniones, experiencias y reflexiones, mientras exploramos el impacto que estos sucesos tienen en la sociedad actual.
La génesis de la denuncia
El drama comenzó a desplegarse el pasado viernes, cuando la fotógrafa Silvia Grav utilizó sus redes sociales para exponer denuncias contra Eduard Cortés, acusándolo de «abuso de poder», «manipulación laboral» y «grooming». La historia que compartió no es solo un relato de lo que ocurrió hace una década, es un eco de lo que muchas mujeres en la industria han sufrido en silencio. ¡Y qué increíblemente doloroso resulta ver cómo una figura que ha dado vida a historias de empoderamiento como Ni una más se vea atrapada en tales contradicciones!
Grav, que tenía 19 años en el momento de los supuestos abusos y Cortés, 55, relató cómo él, en un intento de acercarse, le ofrecía clases de cine a cambio de posar como modelo, una apuesta que rápidamente cruzó la línea del profesionalismo al terreno del acoso y la manipulación. ¡Desnuda eh! Esa frase, antes que un simple mensaje, se convierte en un símbolo de la falta de respeto y del poder desmedido que, en ocasiones, ejerce la autoridad sobre los más jóvenes.
Imagínate la escena: un director de cine, una joven aspirante, un entorno que debería ser creativo y enriquecedor… ¿por qué entonces se transforma en un campo de batalla emocional? En términos de productos del entretenimiento, muchas veces creemos que todo es color de rosa; sin embargo, la cruda realidad a menudo se oculta tras las luces brillantes de un set.
La respuesta de la Academia y la comunidad
La Academia del Cine Catalán no tardó en actuar, abriendo una investigación interna desde su protocolo por casos de abuso, una decisión que merecemos aplaudir por su compromiso en actuar ante la denuncia. En un movimiento que podría considerarse casi un parteaguas, la Academia habilitó una Comisión de Abordaje responsable de evaluar y decidir el futuro de este caso. Este paso deja claro que hay mecanismos en marcha para abordar tales denuncias y que el silencio no es una opción.
Pero, ¿qué nos dice esto sobre el cambio en la narrativa? Por un lado, es un indicio de que la cultura de la denuncia es más fuerte que nunca, y por otro, también es una prueba de que, a pesar del miedo y el estigma, las víctimas están comenzando a sentirse más seguras al alzar su voz.
Recuerdo cuando algunos de mis amigos me contaron sobre sus experiencias en sus trabajos, donde pequeños toques de acoso pasaban inadvertidos. Pero ahora, parece que muchas más personas están comenzando a reconocer esas acciones como inaceptables. ¿No es irónico que la ficción que denuncia el abuso sexual provenga de un director cuyo propio comportamiento está ahora bajo la lupa?
La experiencia de muchas: cifras alarmantes
Silvia Grav no es la única voz que ha resonado en esta sinfonía de horror y valentía. En menos de tres días, afirmó que otras 15 mujeres se comunicaron con ella para compartir sus propias experiencias relacionadas con Cortés. Aquí es donde se gira la narrativa: ya no estamos hablando de un caso aislado, sino de un patrón de comportamientos que se repiten en la industria.
Estas cifras no solo son alarmantes; son el reflejo de un problema sistémico que ha estado oculto durante demasiado tiempo. Si nos adentramos en el mundo del cine, el fenómeno del grooming -ese término que denota abuso y manipulación sexual en línea- se hace especialmente relevante. Cada vez más, los profesionales del sector están reconociendo que estas prácticas son una herencia tóxica que tenemos que erradicar.
Un dato escalofriante: se estima que 1 de cada 3 mujeres ha sido víctima de algún tipo de acoso a lo largo de su vida. Si hablamos de la industria del cine, esta realidad se vive de forma aún más punzante, un mundo donde las dinámicas de poder distorsionan las carreras y las vidas de muchos.
Reflexiones sobre el machismo y el poder
La denuncia de Silvia Grav no solo nos enfrenta a la figura de Cortés, sino también a una serie de cuestionamientos críticos sobre las dinámicas de poder en la industria. ¿Realmente se espera que las mujeres paguen un precio tan alto por sus aspiraciones, su talento y su deseo de entrar en un mundo que debería ser inclusivo y protector?
La situación refleja un machismo latente que, a lo largo de los años, ha sido normalizado en diversas áreas de la vida. Es aquí donde emergen esos chistes que nos parecen inofensivos; esas historias que se cuentan como anécdotas graciosas, pero que en realidad encierran la cultura del silencio. Personalmente, recuerdo haber escuchado chistes en la universidad sobre «la chica que siempre se queda en el set para ajustar detalles». Nadie se detuvo a pensar que, tal vez, detrás de esa broma había un trasfondo más oscuro.
Memorias del pasado y su conexión al presente
Como muchas otras, mi historia con el machismo en ambientes creativos ha sido un viaje frustrante. En mis años escolares, el arte se convirtió en un refugio, un lugar de aceptación. Sin embargo, al ir creciendo y entrar a talleres de escritura y cine, la realidad se distorsionó —las miradas inapropiadas, los comentarios ensalzando la belleza inmediata en lugar del talento. ¿Sería yo la única conmocionada por ello? Claramente no.
Lo relevante aquí es que, a través de la valentía mostrada por Grav y las demás mujeres, se está forzando una conversación y, lo que es más importante, un cambio. La Academia, los estudios y la sociedad en general deben reflexionar sobre cómo han permitido que esto suceda durante tanto tiempo.
Una lección para el futuro
Ahora que Cortés enfrenta una investigación y que se ha revelado esta cultura del abuso, no se trata solo de la caída de un individuo, sino de una oportunidad para revaluar cómo la industria cinematográfica trata y protege a sus talentos. Un llamado a los productores, directores y ejecutivos para que se comprometan a crear un ambiente seguro y respetuoso. Es un compromiso que debe extenderse más allá de los protocolos; tiene que abrir la puerta al diálogo.
¿Es posible que, como sociedad, podamos aprender de estos episodios? ¿Podemos promover un ambiente donde el talento sea genuinamente valorado, sin condiciones ocultas? Estoy segura de que la respuesta es un decidido «sí».
La historia de Eduard Cortés es, sin duda, un retablo de la lucha de poderes y desigualdades, pero también es una historia que ilustra un cambio en marcha. Al final del día, es una batalla en la cual todas y todos debemos ser guerreros. Porque, en última instancia, la verdadera fuerza radica en la comunidad, en la disposición de proteger a quienes han sido silenciados, y en la valentía para seguir adelante.
Así que, mientras nos adentramos en el futuro, recordemos que en cada pequeña acción de denuncia, en cada voz que se alza, estamos construyendo un camino hacia una cultura más justa y equitativa. ¡Y eso sí que merece celebrarse!