La situación de los menores migrantes en Canarias ha alcanzado un punto crítico, una crisis que ha pasado de ser un tema de conversación ocasional en las redes sociales a convertirse en un asunto de vital importancia y preocupación. ¿Cómo es posible que, en pleno siglo XXI, se sigan vulnerando los derechos de tantos jóvenes que solo buscan un lugar seguro donde crecer? Este artículo se propone desmenuzar la situación actual, examinar los informes recientes y, por supuesto, agregar un poco de humor y anécdotas personales, porque, a veces, reírse de lo absurdo es la única forma de seguir adelante.
Un panorama sombrío
En los últimos años, la llegada de menores migrantes a las islas ha incrementado dramáticamente. Fernando Clavijo, presidente autonómico de Canarias, ha declarado que «es imposible proteger los derechos del menor» en las condiciones actuales. Pero, ¿a qué se refiere exactamente? Las condiciones de vida en los centros de acogida son insuficientes, y muchos de ellos son criticados por no ofrecer la dignidad que estos niños y adolescentes merecen. Con solo 28 inspecciones en cinco años —una cifra que, seamos sinceros, parece sacada de un guion de comedia oscura— resulta evidente que el sistema se encuentra en un estado crítico.
Este tema me recuerda a un viaje que hice a una pequeña isla en el Caribe, donde descubrí que los hoteles cinco estrellas de la zona no eran más que fachadas en un paisaje lleno de problemas sociales. En esa ocasión, por más que la playa fuera perfecta, la realidad era que la comunidad local vivía en situaciones deplorables. ¡Vaya contraste! Algo similar parece estar sucediendo en las islas Canarias.
La supervisión y sus deficiencias
Lo que resulta realmente preocupante es el número exiguo de inspecciones realizadas por la Consejería de Bienestar Social. ¿Realmente se puede hablar de supervisión cuando solo se han llevado a cabo algunas inspecciones que parecen más un «día de campo» que una revisión seria? De acuerdo a un informe obtenido de Canarias Ahora, Gran Canaria es la «ganadora» en el número de visitas, pero resulta alarmante que comparando las visitas hechas a Lanzarote y Tenerife —con solo tres cada una—, parece que hay algunas islas que están un poco… ¿abandonadas?
Sandra Rodríguez, directora general de Protección a la Infancia y a las Familias, afirma que hay muchas más visitas no contabilizadas. Pero, seamos honestos, ¿realmente podemos confiar en que la informalidad sea suficiente para proteger a nuestros niños? Me hace pensar en esas auditorías que se realizan en las empresas y que, por arte de magia, desaparecen cuando se trata de desastres financieros. Es como si el «control» se convirtiera en una especie de mito.
Un entorno hostil
Lamentablemente, esta escasa supervisión ha llevado a realidades tristes y, en ocasiones, terribles. En un centro denominado Hoya Fría, por ejemplo, se han denunciado condiciones inhumanas y maltratos por parte del personal. La directora general insiste en que la supervisión está presente, pero en este punto, mis amigos, podemos imaginar lo que significa «supervisión» en un lugar donde el método del «aviso previo» parezca ser el estándar. ¿Quién puede confiar en un sistema que se basa en que los inspectores llamen un día antes?
Esto me recuerda a las historias de horror que solíamos escuchar de los campamentos de verano en los años 90. Recuerdo que uno de mis amigos solía exagerar sobre lo «horrendo» que era su campamento, donde una vez alguien había olvidado un almuerzo. Pero aquí, los olvidos son mucho más graves, y en lugar de almuerzos, estamos hablando de habilidades vitales para la sobrevivencia emocional y social de jóvenes.
La respuesta de las autoridades
La respuesta oficial a todas estas quejas ha sido lenta, y la llegada de numerosas organizaciones no gubernamentales (ONG) no ha logrado cubrir el vacío que se ha creado. Como escuché de un compañero una vez al respecto: «Parece que las ONG están más ocupadas haciendo informes que en hacer un cambio real».
Virginia Álvarez de Amnistía Internacional señala que el sistema continúa tratándose como una emergencia, y esa es la clave de la ineficacia. Lo que me lleva a preguntarme, ¿qué pasaría si se tratara de un problema de salud? ¿Nos quedaríamos de brazos cruzados mientras el gobierno se limita a «mejorar» con pequeñas soluciones temporales?
Una situación que necesita solución
Los expertos parecen coincidir en que hay que redimensionar los recursos humanos a las verdaderas necesidades de los menores migrantes. Cada día que pasa sin que se tomen acciones concretas solo empeora la situación. Para aquellos que hemos visitado instituciones y organizaciones que trabajan con estas problemáticas, es doloroso ver el sufrimiento tanto de los menores como del personal que intenta ayudar pero que se encuentra desbordado.
Me gustaría hacer un análisis más profundo, pero tengo que ser honesto: a veces, las cifras y los informes nos abruman. Como cuando intentas seguir la trama de una película de Christopher Nolan. ¿Alguien más se siente así a veces? Sigo pero tengo la impresión de que en vez de avanzar, estamos dando vueltas en círculos.
Las voces que deben ser escuchadas
Es fundamental escuchar las voces de quienes viven esta realidad día a día. Muchos jóvenes han alzado su voz a través de testimonios que relatan maltratos, indiferencia e incluso humillaciones. Como una vez escuché en un taller sobre derechos de la infancia: “La voz de un niño es oro, pero ¿quién se molesta en escucharla?” Ahí está la clave; sin escucha activa y respeto, nunca lograremos un cambio verdadero.
Por otro lado, desde UNICEF se resalta la importancia de crear protocolos homogéneos que protejan a los menores migrantes. Aunque esto suena genial en papel, es muy diferente en la práctica. ¿De qué sirve tener protocolos si luego no hay un mecanismo sólido de monitoreo? Es como tener una pizza sin queso; simplemente no es lo mismo.
Un futuro incierto
Al mirar hacia el futuro, es importante reflexionar sobre cuáles son los pasos a seguir. Las entidades gubernamentales deben elaborar un plan de acción, pero no uno que sea simplemente un nuevo «papel» elaborado para adjuntar a un informe. Necesitamos acciones reales y sostenibles. Es urgente que se movilicen recursos y se realicen verdaderas auditorías sin aviso previo.
Dicho esto, espero que las autoridades canarias y estatales tomen nota y actúen rápidamente. ¿Acaso están esperando a que llegue una crisis aún peor para darse cuenta de que el sistema no está funcionando? La historia nos ha enseñado que “lo bueno se ordena y lo malo se desmorona”. Es hora de priorizar la dignidad y los derechos de los menores migrantes, porque al final del día, ¿no son ellos el futuro?
Conclusión: el cambio empieza ahora
La realidad es clara, y aunque a veces es conveniente mirar para otro lado, no podemos permitir que esta situación continúe sin atención. Como sociedad, tenemos la responsabilidad de abogar por aquellos que no pueden hacerlo por sí mismos. Y mientras lo hacemos, quizás sería el momento ideal para un poco de autocrítica: ¿qué estamos haciendo todos nosotros para cambiar la situación?
Así que la próxima vez que escuches hablar sobre la crisis de los menores migrantes, recuerda: ellos son más que una estadística en un informe. Son vidas, esperanzas, sueños… y, de alguna manera, reflejos de lo que todos podemos llegar a ser. ¡Unámonos en este esfuerzo por mejorar sus condiciones de vida! Así, quizás un día podamos mirar atrás y sonreír al recordar que, sí, hicimos algo para cambiar la corriente.