La memoria histórica, a menudo, se siente como un lastre. Muchos de nosotros preferiríamos vivir en la superficie, sobre todo cuando se trata de recuerdos dolorosos y traumas que sucedieron generaciones atrás. Pero, ¿qué sucede cuando, en lugar de convertirnos en prisioneros de esos recuerdos, decidimos liberar esos relatos y convertirlos en enseñanzas para el futuro? Este es el camino que ha elegido Llibert Tarragó, hijo de Joan Tarragó, un hombre que no solo sobrevivió al infierno del campo de concentración de Mauthausen, sino que también dejó una huella imborrable en la lucha contra la opresión.
La infancia en la sombra
Antes de explorar las memorias de su padre, Llibert Tarragó tuvo que lidiar con la existencia de un oscuro trasfondo que marcó su infancia en Francia. Las risas y el bullicio durante las comidas familiares eran casi una tapadera sobre la tristeza que siempre fluyó por debajo. La madre de Llibert cantaba para atenuar la carga de los recuerdos, pero la realidad a menudo susurraba en el silencio de los desayunos, esos momentos sagrados que eran más un aviso de la tormenta que un preludio de la alegría.
«¿Por qué los desayunos eran tan tristes?», se pregunta Llibert con ansiedad detrás de su mirada. La respuesta, aunque amarga, era sencilla: su padre había pasado cuarenta años expuesto a las pesadillas de los campos de concentración nazis. Joan Tarragó, un republicano español, había sido víctima del régimen franquista y de la brutalidad del sistema nazi. Pero en la familia Tarragó, los secretos tenían el mismo peso que la verdad. Sin embargo, el dolor no siempre se dice en voz alta. A menudo, se siente en la piel, en la mirada, en ese gesto de recoger las migajas de pan con humildad y respeto.
El eco del exilio
Cuando tu historia está marcada por el exilio, la vida se convierte en un acto de equilibrio constante entre el dolor y el deseo de pertenecer. «No éramos una familia de aquellos que tienen casas en el Eixample de Barcelona», reflexiona Llibert, «éramos el montón». La habitación compartida con su padre, su madre y su hermano resultaba un espacio pequeño para los ecos de aquellos que habían sobrevivido al horror. En muchos sentidos, esos espacios fueron como prisiones, conteniendo no solo sus cuerpos, sino también sus recuerdos.
Mauthausen fue un nombre que resonó en sus memorias familiares, un eco de sufrimiento que amplificaba en la ausencia. “La historia que no se habla y que, a menudo, pesa más que las palabras” es una frase que podría describir a la perfección su niñez, aún llena de vida, pero siempre con un telón de fondo de recuerdos ocultos.
El viaje hacia la verdad
Finalmente, llegó un momento de revelación cuando su padre, Joan, le solicitó que escribiera sus memorias. «Era el año 79, y yo no estaba preparado para asumir el peso de ese legado», se ríe hoy Llibert al recordar. «Mi cabeza estaba más llena de cómics y canciones de los Beatles que de memorias trágicas». Era como si el universo estuviera diciendo: «Aún no es tu turno».
Sin embargo, el destino no siempre facilita las cosas. Después de la muerte de su padre, Llibert sintió que ya era hora de abrir la caja de Pandora que había decidido sellar.
Fue entonces cuando decidió ir a Mauthausen. “Al principio, solo quería escapar de mis propios demonios”, explica. “Pero al ver a otros llorar, a otros que conocían a su padre, fue un momento abrumador”. Era como si todas esas pesadillas compartidas a lo largo de los años estuvieran en un mismo espacio, gritando historias de dolor.
El poder de la palabra escrita
Hay algo profundamente liberador en la lectura y la escritura. Joan, junto a otros prisioneros, había establecido una biblioteca clandestina en el campo. Cómo podían leer en medio de tanto horror parece un misterio, pero Joan y sus compañeros sabían que la educación era una forma de resistencia. «¿Cómo suelen decir? Leer es vivir», menciona Llibert al compartir el legado que su padre dejó. Aunque a muchos les parece absurdo leer en un lugar rodeado de muerte, la literatura se convierte en un refugio, una forma de desconectar aunque sea por un momento.
La conexión entre los libros y la humanidad fue un sello distintivo de la existencia de su padre. “En aquellos momentos, la literatura era como una balsa de salvación”, dice Llibert. Pero, ¿cuántos de nosotros estamos dispuestos a sumergirnos en el mundo de las palabras cuando parece que la oscuridad nos rodea? Joan lo había hecho y, gracias a eso, dejó un legado que ahora Llibert se propuso rescatar.
Enseñanza intergeneracional
La lección que Llibert aprendió de su padre es la de la resistencia, no solo en términos de supervivencia ante el horror, sino también a través de la transmisión de la memoria, de la historia. Al escribir “Stendhal en Mauthausen”, no está solo liberando algo que estaba escondido en un rincón oscuro; está forjando un camino para las futuras generaciones. “Me da paz transmitir a los niños todo esto”, menciona con una mirada suave que sugiere que son ellos la esperanza.
Hablando de su familia, Llibert concluye con un brillo en los ojos: “Es un legado. Quiero asegurarme de que entiendan quién fue su abuelo y no olviden». La escritura, en su forma más pura, no es solo recordar, sino construir identidad. “El presente es el pasado del futuro”, dice con firmeza, una frase que serve como mantra en su vida.
Reflexiones finales: el dolor y la esperanza
Al finalizar nuestra conversación, surge una pregunta: “¿Ha encontrado la paz después de publicar este libro?”. La respuesta de Llibert es honesta y reflexiva: “No. No estoy en paz. Pero no hay conflicto entre nosotros, solo un silencio que una vez se sintió abrumador”. Ese silencio, a menudo más pesado que las palabras, lleva consigo el peso de las historias no contadas.
No podemos cambiar el pasado, pero el compromiso con la memoria, con la verdad y la educación puede hacer la diferencia. Por ello, Llibert decidió llevar este mensaje de resistencia e historia a través de su escritura, asegurándose de que futuros lectores no se perderán en el silencio.
Es curioso pensar que en un mundo lleno de ruido y caos, el silencio puede ser el mejor maestro. Después de todo, como nos ha enseñado Llibert Tarragó, “la memoria no es solo un eco del pasado, sino una brújula para el futuro”. Y si un libro puede salvar a una persona bajo las bombas, quizás, como sugiere Llibert, ese libro se convierta en una chispa de esperanza.
Así, a través de las memorias de su padre, Llibert nos acerca a un viaje poderoso. Un viaje por el dolor, la resistencia y, sobre todo, la importancia de mantener viva la llama de la memoria. Porque al final del día, ¿no es la memoria nuestra mejor aliada para enfrentar un futuro incierto?