Si te digo que Brasilia es un lugar donde las avenidas son más anchas que mis sueños (y créeme que a veces son muy amplios), ¿me crees? La capital de Brasil, una ciudad forjada de cero en el corazón del país, es un verdadero milagro de la planificación urbana. Desde su fundación en 1960, bajo la visión del presidente Juscelino Kubitschek, el urbanista Lúcio Costa y el arquitecto Oscar Niemeyer, esta metrópoli se ha erigido como un ejemplo peculiar de modernismo, donde los edificios icónicos se alzan en un diseño que parece sacado de una película de ciencia ficción. Pero, como suele pasar en la vida, la realidad es un cóctel de luces y sombras.
Una ciudad nacida del sueño de un presidente
El brillante diseño de Brasilia
Imagínate caminar por una ciudad construida con un propósito: dividirla en zonas específicas para que cada función brille por sí misma. Los hoteles están lejos de los comercios, y las embajadas parecen tener su propio código postal. Es como si cada parte de la ciudad estuviera en una fiesta diferente, y en las horas punta, a veces parece que ninguna se está divirtiendo realmente. Pero, ¿quién puede culpar a Juscelino Kubitschek por soñar en grande? Sus ideas desbordaban con la misma energía que los coches que recorren sus viaductos perfectamente diseñados. Puedes contemplar el Palacio de Itamaraty, la joya de Niemeyer, una obra que levanta la mirada de cualquiera, independientemente de si eres un arquitecto o simplemente un curioso que disfrutó de una buena comida en uno de los muchos botecos de la ciudad.
¿Pero qué hay de las sombras?
Claro, el diseño de Brasilia es impresionante. Pero la realidad es más complicada que un edificio sin pilares suspendido en el aire. En el núcleo de esta urbe estructurada, la favela Sol Nascente nos recuerda que no toda la magia que envuelve a Brasilia se encuentra en sus edificios de concreto y vidrio. Allí, las luces del centro parecen desvanecerse en un abismo de inseguridad y desigualdad. Se habla de una de las ciudades más seguras de América Latina, pero sus alrededores cuentan otra historia. En Sol Nascente, la criminalidad se convierte en un eco lejano y, aunque no se acerca a los promedios nacionales, el estigma y las condiciones de vida son palpables. Piensa en los niños que juegan en la calle con el sonido de fondo de una vida que no les ofrece muchas oportunidades. La pregunta que surge es: ¿por qué debemos aceptar esta dualidad en una sociedad que se presenta como próspera?
Un paseo por los contrastes
La vida en el centro y en la periferia
Al salir del centro de Brasilia, uno se encuentra con la realidad de los suburbios, donde el discurso político y social se divide en bandos. La preferencia por el color amarillo y verde de la bandera nacional se siente. En Vila Planalto, la vibrante cultura bolsonarista se enfrenta a una fuerte presencia roja del Partido de los Trabajadores. Entre estas líneas políticas, destaca una figura entrañable, Tia Zélia, que con su merendero se ha convertido en un punto de encuentro tanto para los locales como para los líderes políticos, incluyendo al mismo Lula.
Recuerdo una anécdota en la que visité el lugar. Allí estaba, en una mesa rústica, con una fuente de comida recolectada de por allí. No me atrevo a decir que el olor a comida casera me hizo sentir como en casa (después de todo, no era mi casa), pero había algo cálido y familiar en el ambiente. El bullicio de las conversaciones y las risas cruzadas creaban una atmósfera magnífica. En ese pequeño remanso, era evidente que la comida y la comunidad eran formas de resistencia frente a un sistema que muchas veces olvida sus propios hijos.
El dilema de la clase media
Mientras tanto, en el centro, la vida continúa a su ritmo robótico. Los coches avanzan raudos por las anchas avenidas y los funcionarios públicos se sientan en cafés caros a discutir sobre el futuro de una nación vibrante que a veces se siente paralizada. Es fácil caer en la trampa del consumismo y la apariencia. La Embajada de España, por ejemplo, una de las pocas obras del arquitecto español Rafael Leoz, es otro recordatorio del juego que se juega en los pasillos del poder.
Entre conversaciones sobre literatura en el Instituto Cervantes y debates sobre el impacto de la ficción criminal en un mundo convulso, surgen preguntas incómodas: ¿realmente entendemos lo que está sucediendo? ¿Podemos abordar la violencia y la desigualdad a través de las páginas de un libro, o es necesario salir a las calles?
La cultura como puente entre realidades
La literatura criminal y la voz de los sin voz
Durante el encuentro de novela criminal en Brasilia, brillaron autores como Marçal Aquino, que nos lleva a la periferia de su país natal, abordando vidas rotas en una narrativa profunda que resuena mucho más allá de la simple criminalidad. En su relato, las capas desfavorecidas se vuelven protagonistas, recordándonos que detrás de cada crimen hay una historia que merece ser contada. ¿Cuántas veces hemos pasado de largo, mirando hacia otro lado, ante la realidad de aquellos que viven en la desesperanza?
Por otro lado, la argentina Claudia Piñeiro destacó cómo el centro del poder tiende a olvidarse de quienes están en las márgenes. La novela negra, según destacó, es un reflejo de esa lucha entre el poder y los desposeídos. Esa dualidad está latente en el arte, la literatura y, por supuesto, en el propio tejido social de Brasilia.
Un encuentro cultural en tiempos convulsos
El encuentro organizado por el Instituto Cervantes no solo fue un espacio para discutir literatura; también fue una forma de diplomacia cultural. En un contexto donde el español en Brasil ha fluctuado entre la apreciación y el rechazo, el papel de tales eventos se vuelve crucial. La lengua española, a pesar de los altibajos, sigue siendo un hilo que conecta realidades divergentes. Es interesante pensar en cómo, y aunque muchos puedan no entender el valor del español, el hecho de que los letreros en Brasilia estén en múltiples idiomas (incluido el español) habla de un camino hacia una conversación más inclusiva.
Reflexiones finales sobre Brasilia
Una ciudad en busca de su identidad
A medida que reflexiono sobre la experiencia de Brasilia, no puedo evitar preguntarme: ¿cómo es posible que una ciudad tan idealista conviva con una realidad tan compleja? La respuesta, quizás, resida en la lucha entre el sueño de su fundación y la dura realidad que muchos todavía enfrentan. Brasilia es un espacio donde las contradicciones son evidentes, y donde la historia y el futuro chocan en cada esquina.
Como viajero y bloguero, he tenido la fortuna de explorar estas complejidades, y aunque a veces puede parecer abrumador, hay un sentido de esperanza que también perdura. La cultura, la literatura y la conversación son puentes que pueden unir a quienes viven en los márgenes con quienes se encuentran en el centro. Así que, mientras seguimos navegando por esta realidad, solo queda seguir mirando hacia adelante y abogar por aquellas voces que merecen ser escuchadas. Después de todo, en una ciudad donde hasta el viento lleva consigo historias de esperanza y resistencia, ¿quiénes somos nosotros para quedarnos callados?
Espero que este artículo haya suscitado tanto interés como esos edificantes paseos por las singulares avenidas de Brasilia. La próxima vez que pienses en esta ciudad, recuerda que detrás de cada edificio hay vidas, historias y, sobre todo, una lucha constante por la justicia y la igualdad. ¡Hasta la próxima, viajeros de palabras!