Cuando se habla de cine, hay emociones, historias y, a menudo, la tormenta perfecta de expectativas y realidad. ¿Cuántas veces hemos entrado en una sala oscura, palomitas en mano, esperando ver una obra maestra solo para salir decepcionados y preguntándonos si realmente éramos nosotros quienes no entendíamos? Eso me ocurrió recientemente con la película «Aún estoy aquí», del director Walter Salles. Valga la anécdota que un amigo me dijo antes de la función: «No te preocupes, si la película es mala, siempre podemos reírnos de ello después». Spoiler: no hubo muchas risas.
Un vistazo al tema de la película
A primera vista, «Aún estoy aquí» nos presenta el tema atrayente de la dictadura militar en Brasil, que comenzó con un golpe de estado en 1964. La película intenta retratar las realidades desgarradoras de la represión y la tortura que sufrieron tantos brasileños. Sin embargo, con toda honestidad, tengo que decir que el enfoque se siente más plano que una línea de un metro en hora pico. Para quienes no lo saben, Salles ya tuvo su momento de gloria en los años 90 con «Estación Central de Brasil», una película que ganó premios y que, sinceramente, me hizo llorar a mares. Pero «Aún estoy aquí» me hizo preguntar, ¿qué pasó?
¿Demasiado enfoque en lo obvio?
«Aún estoy aquí» parece seguir el camino de una receta cinematográfica bien trillada. Me recuerda a esos platillos que, aunque se ven deliciosos, ya hemos probado demasiadas veces. La cinta comienza con una familia estadounidense feliz, con risas y cancioncitas. Y en medio de esto, me dije: «¿Es esta la normalidad de Brasil en los años 70?». Me encontraba un tanto escéptico. ¿Hacia dónde va esto? Spoiler alert: comienza a ir hacia la carnicería de la represión.
La crítica sociocultural: ¿está el espectador realmente informado?
La polémica sobre «Aún estoy aquí» se centra en la premisa de que todos, desde los más pequeños hasta los más grandes, sabemos que las dictaduras son malas. Sin embargo, ¿realmente lo sabemos todos? Pienso en los adolescentes que tal vez no tengan un concepto claro sobre este tema, ya que la realidad de la historia no siempre se enseña con la misma intensidad en todos los lugares (¡hola, sistema educativo!). ¿Cabe la posibilidad de que algunas obras, aunque van más allá de la línea del cliché, sirvan como portavera para abrir esas discusiones necesarias?
El dilema de las producciones históricas
Al parecer, la crítica cultural nos ha enseñado que hacer una película basada en eventos complejos y dolorosos es casi una garantía de éxito. Lo que llama la atención aquí es cómo, aunque todos estamos de acuerdo con los valores en general (¡viva la libertad!), esto puede llevar a un efecto de sellos en las películas. Es decir, el peligro de que un filme se convierta en un mero vehículo de ideas correctas pero sin alma.
Me he encontrado con muchas producciones en el cine que tienen grandes intenciones y que parecen sumar a la lucha por la justicia social y los derechos humanos. Pero, ¿quién no se ha topado con una película que terminó sintiéndose más como un sermón que como una historia auténtica? Me atrevería a decir que «Aún estoy aquí» resbala en esta categoría, perdiendo la conexión emocional con la audiencia. Digo, cuando el cambio viene a golpe de clic en Netflix, es difícil que nos quedemos con una historia que se siente más educativa que entretenida.
Los personajes al borde del cliché
Una de las cuestiones más llamativas de los personajes en «Aún estoy aquí» es la representación de la criada. En este tipo de cintas, la figura de la criada suele funcionar como un accesorio más que como un ser con su propia mente y emociones. ¡Ah, esa llegada puntual de los clichés! La criada, siempre sumisa, parece carecer de cualquier trama personal y se convierte, de hecho, en un retrato de una versión estereotipada de la clave social de la época. En pocas palabras, los personajes se sienten más como marionetas en manos del guion que como humanos que nos transmiten algo real.
Imaginémonos por un segundo que, en vez de ser una figura abstracta, la criada desempeñara un papel activo en la historia. ¿Por qué no seguir su vida más allá de las cuatro paredes de la casa? Ya que estamos hablando de complejidad emocional, ¿qué tal si esta criada tiene un odio oculto contra la familia que sirve y se regodea en el infortunio que les ha caído? Tal vez incluso un oscuro secreto que podría cambiar el rumbo de la historia. ¡Eso sí que haría que el espectador se pegara a la butaca!
Un respeto por la complejidad de la narrativa
Cuando se habla de narrativas sobre dictaduras, hay un mar de matices. Hay momentos de tensión, lágrimas y fracasos, pero también de humanidad, resiliencia y esperanza. «Aún estoy aquí» podría haber ahondado en la vida de aquellos que sufrieron, pero en cambio, su narrativa parece obvia y previsiblemente plana. Con la represión a la vuelta de la esquina, la película la estructura de una manera casi que se siente como un cliché del género. ¿No podríamos hacer algo más? ¿Engancharnos con los personajes y sus luchas?
En películas sobre dictaduras pasadas, como las de Chile, Argentina e incluso la Indonesia de los años 60, he sentido mayor complejidad. Títulos como «La Noche de los Lápices» o «The Act of Killing» nos acercan a los horrores con sentires y simbolismos que atraviesan los matices del dolor. Tal vez, por eso, «Aún estoy aquí» se siente un flaco favor a un tema tan potente. ¿No es un poco irónico que en el intento de retratar un gran dolor, caigamos en la simpleza?
Un juego de comparaciones
Si “Aún estoy aquí” está en la competencia por un Oscar, no puedo evitar comparar su forma con ese del cine iraní contemporáneo, como «La Semilla de la Higuera Sagrada», que aborda con sutileza e innovación un tema similar. La complejidad puede abrir caminos al debate. Ese es el verdadero poder del cine. ¿Realmente puede «Aún estoy aquí» competir en profundidad y resonancia emocional? Me cuesta pensar que, en su mecánica narrativa, logre captar tanto.
Reflexiones finales: ¿una oportunidad perdida?
Con todo esto, me quedo con una análisis: la oportunidad que tiene «Aún estoy aquí» de convertirse en una plataforma educativa se queda en el camino por el pegamento emocional que parece buscar. Hay una hermosa historia sobre los horrores de la dictadura brasileña esperando a ser contada, y si se queda en este formato simplemente como una representación plana de eventos, tal vez solo estemos rasguñando la superficie de un iceberg. ¿Y si le echamos una mirada más crítica al arte del cine y la forma en la que nos cuenta la historia?
Así que la próxima vez que te sientes en una sala de cine, recuerda, las expectativas son como las palomitas: pueden ser crujientes y llenas de sabor, pero si no tienes cuidado, pueden quedar atrapadas en tu garganta y terminar dejándote con un mal sabor de boca. «Aún estoy aquí» tiene buenas intenciones, pero en términos de potencia e impacto, le falta esa chispa necesaria para convertirse en una obra maestra del cine. Entonces, la pregunta que me queda es: ¿Esta película será recordada o simplemente se desvanecerá entre los clichés del pasado?