En un rincón escondido de Asturias, donde los árboles parecen tener más historias que las personas, y donde los caminos llevan a destinos más bien olvidados, encontramos a Anita de As Poceiras, una mujer cuya vida se ha entrelazado con la historia de su pueblo, Santalla de Oscos. Con 92 años a sus espaldas, su reciente reconocimiento con el galardón Servanda no solo celebra su vida, sino también el amor y cuidado que ha brindado a su comunidad. Pero, ¿quién es realmente Anita y qué secretos esconde la fonda que una vez alimentó a un pueblo entero?

Una vida sin frío ni hambre: La historia de Anita

Anita ha vivido una vida marcada por las penurias de la Guerra Civil española, pero ella misma dice que fue afortunada. Frío y hambre fueron palabras que no formaron parte de su vocabulario. Con un brillo en sus ojos que solo se logra a base de usar el corazón, recuerda días pasados en Casa Rodil, la fonda que durante décadas fue la columna vertebral de Santalla. «Aquí, el calor no solo viene del plato, sino del cariño de la gente», comenta mientras teje calcetines con una agilidad inquietante. Imagínense a una abuela, con sus manos hábiles y una sonrisa que podría derretir el hielo, creando obras de arte con lana en lugar de con pintura.

Cuando le preguntamos sobre su premio, ella lo ve más como un tributo a todas las mujeres que, como ella, han trabajado en la sombra, dando sustento y calidez al hogar. «Cuando me dieron el premio, pensé en todas nosotras, las que cuidamos y cocinamos, que nunca tuvimos un reconocimiento», dice con una nostalgia que solo aquellos que han luchado en el anonimato pueden entender.

La fonda: más que un negocio, un hogar

La fonda de Anita no era solo un lugar para comer; era un refugio, un punto de encuentro. «En tiempos donde no había carreteras y los coches eran un lujo, nuestra fonda era el centro de la vida local. Venía gente de todos los rincones: unos a comer, otros a comprar, algunos a jugar a las cartas», cuenta. Con una sonrisa pícara, añade: «Y otros venían solo a probar la tortilla al ron, que, por cierto, es un invento que viene de Cuba». Dicen que los secretos mejor guardados de un pueblo son siempre sus recetas.

¿Qué tal si cocinamos una tortilla al ron?

Si no has probado la tortilla al ron, permíteme decirte que no has vivido. La receta sencilla de Anita es un testimonio de la creatividad de quienes, con poco, saben hacer mucho. Para hacerla, solo necesitas unos huevos, azúcar, ron (y no escatimes en calidad, por favor) y un poco de amor. Aquí va la receta:

  1. Preparar la tortilla: Bate los huevos y fríelos en una sartén.
  2. Añadir el azúcar: Cuando la tortilla esté casi lista, espolvorea un buen puñado de azúcar por encima.
  3. Flamear con ron: Vierte un chorro de ron y, con cuidado, enciéndelo. Deja que el fuego devore el alcohol y caramelice el azúcar en la tortilla.
  4. Servir: Una vez que el fuego se apague (no queremos dar un susto a nadie), sirva la tortilla caliente.

No hay nada como volver a casa y encontrar un plato de amor en la mesa.

Una vida dedicada a la comunidad

La vida de Anita siempre ha estado entrelazada con la de sus vecinos. Desde cocinar hasta ser una especie de terapeuta de la aldea, ha tenido un papel fundamental en la vida de muchas personas. «Recuerdo cuando una familia de Madrid se perdió durante una ruta de senderismo. Los padres pensaban que estaban muertos, y todos en el pueblo se lanzaron a buscarlos», narra, riéndose de la situación que en su momento fue tensa. «Al final, todo se solucionó y la familia volvió a Santalla durante 20 años consecutivos», añade con un brillo en los ojos. Tal vez sea el amor por su pueblo lo que mantiene viva a Anita, como un fuego que nunca se apaga.

La evolución de Santalla de Oscos

Como toda buena abuela, Anita tiene opiniones contundentes sobre los cambios que ha visto a lo largo de su vida. «Antes había dos tiendas, un sastre y hasta un café moderno», dice con un toque de melancolía. La despoblación del medio rural es un problema que ha afectado positivamente a tan pocos, y aunque la juventud busca nuevas oportunidades en las ciudades, hay algo en el aire de Santalla que siempre la llamará de vuelta. «Quienes se van, nunca olvidan de dónde vienen», menciona, y no puedo evitar sentir un nudo en la garganta al escuchar esto. A veces, un pueblo pequeño guarda los mejores secretos.

El impacto del despoblamiento en la vida rural

La triste realidad de muchas localidades como Santalla es el fenómeno del despoblamiento. Si bien la evolución es necesaria, es lamentable ver cómo se van llevando la esencia y el alma de un lugar. La falta de oportunidades laborales, la difícil accesibilidad a servicios básicos y la búsqueda de una mejor calidad de vida en las ciudades son algunos de los factores que han llevado a este dilema. En un país que celebra la digitalización, ¿por qué no podemos fomentar que las personas encuentren trabajo y oportunidades en sus lugares de origen?

Anita ha vivido el trauma del cambio de lado a lado, recordando los días en que la fonda estaba llena de risas, nauseas y el aroma de la comida casera. «No sé si mis pastores vendrían a cenar ahora que todos los jóvenes están en la ciudad, pero lo que sé es que la vida aquí es especial. La tierra tiene un corazón, les diría a quienes quieren abrirse camino, pero no saben cómo», reflexiona.

Las pequeñas alegrías de la vida

Aunque Anita tiene muchas historias tristes, su mirada siempre está llena de luz. Ahora se dedica a hacer puzles y cestas con hojas de maíz en su tiempo libre, lo que me recuerda que siempre hay espacio para la creatividad, no importa cuántos años pasen.

«Me gusta ir a Fonsagrada a comer un bocadillo de jamón cocido”, dice con picardía, como una niña que confiesa su primer amor. Y aunque no se trate de productos gourmet, las pequeñas alegrías de la vida son las que realmente importan. ¿Cómo podrías vivir a diario sin probar el jamón cocido de tu pueblo, por favor? Eso es un pecado.

En conclusión: Un legado que perdura

La historia de Anita de As Poceiras es un recordatorio de la importancia de la comunidad y la conexión entre las generaciones. Su fonda no solo fue un refugio en tiempos difíciles, sino un símbolo de amor y dedicación. En un mundo que parece ir a toda prisa, tal vez deberíamos seguir el consejo de Anita: valorar lo que realmente importa: la familia, la comida y los buenos momentos compartidos.

Dedicándole un aplauso virtual a esta abuela que nos recuerda que hay mucho más que unas simples tortillas al ron en su vida, podemos reflexionar sobre nuestras propias historias y conexiones. ¿Cuántas Anita hay en su vida a las que podrían rendir homenaje?

Quizás, al final, la receta más importante que aprendamos sea la de compartir con los demás, ya que, como Anita demuestra, la verdadera felicidad está en el calor humano.