En un mundo en constante cambio, donde la convivencia parece a veces más un objetivo que una realidad, el enfrentamiento entre las autoridades y ciertos grupos de la sociedad se vuelve más frecuente. Uno de los últimos episodios de esta tensa relación ocurrió en un lugar donde las tradiciones y las festividades ocupan un lugar central: las cofradías y hermandades. Recientemente, el alcalde José María Bellido ha tomado la decisión de prohibir ciertas actividades de estas organizaciones, provocando un intenso debate sobre responsabilidad, convivencia y orden público. Pero, ¿realmente las hermandades son las culpables de los excesos de algunos individuos?
La difícil vida en comunidad: anécdotas al borde del caos
Recuerdo una vez, en un pueblo que no voy a nombrar (aunque todos sabemos que es ese en el que todos se conocen), que una festividad anual se convirtió en un verdadero circo. Cuando llegué, el ambiente era festivo, pero a medida que avanzaba la noche, las cosas comenzaron a descontrolarse. Grupos de personas, en su entusiasmo, empezaron a desentonar con el espíritu de la celebración, convirtiendo lo que debió ser una noche de risas en un espectáculo lamentable. ¿Quién debería llevar la culpa en esos casos? ¿Los organizadores que intentaron hacer algo hermoso o los que decidieron que era más divertido romperlo todo?
Las hermandades, en este contexto, se acusan a sí mismas de no poder controlar lo que hacen algunas personas ajenas a sus actividades. Y la respuesta, aunque no siempre fácil, es clara: una cosa es lo que una organización planea y otra lo que la gente decide hacer. La idea de que las hermandades son responsables de las conductas de los “civiles descontrolados” me resulta tan absurda como pensar que el dueño de un bar es culpable de que sus clientes se emborrachen y salgan a hacer desastres.
¿Son las hermandades realmente responsables de actos incívicos?
Las hermandades han defendido con vehemencia su postura, argumentando que no es justo responsabilizarlas por los comportamientos incívicos de personas ajenas. En una declaración que inspira tanto a la reflexión como a la risa nerviosa, aseguran que son las «primeras interesadas en que las concentraciones incívicas sean eliminadas». Aquí viene la pregunta: ¿qué más podrían hacer? ¿Deberían tener un servicio de seguridad como el de las grandes entradas de conciertos? Si lo piensas, no parece una locura del todo. Pero también implica un gasto que probablemente muchas de estas organizaciones, dedicadas a causas benéficas, no pueden asumir.
En situaciones de este tipo, siempre va a haber un culpable en la mirada de muchos. Es como cuando un grupo de amigos sale de fiesta y, por el simple hecho de que uno de ellos se pase de copas, el grupo entero termina en problemas. Pero, ¿deberían los demás ser castigados por las acciones de uno solo?
La responsabilidad de la autoridad local
El alcalde ha señalado que es necesario mantener el orden y cumplir las normativas municipales. Es aquí donde se enciende el debate sobre el papel de las autoridades. Si bien es verdad que deben proteger la convivencia en sus comunidades, también deben asegurarse de que no se prohíban actividades que están enraizadas en la cultura y la historia del lugar. Al final del día, los problemas de comportamiento son un fenómeno social y no deberían ser atribuidos de forma unilateral a quienes intentan hacer una diferencia positiva en sus comunidades.
Las cofradías celebran eventos con un doble propósito: mantener viva la tradición y crear lazos de hermandad y solidaridad. Negarles la oportunidad de hacerlo no solo afecta a estas organizaciones, sino también a todos los que se benefician de su obra social. Es, en cierto modo, un acto que va en contra de la convivencia que todos deseamos fomentar.
La solución no está en la prohibición
A medida que avanza el debate, se vuelve imperativo explorar soluciones que no incluyan la prohibición de actividades comunitarias. La idea de que la solución reside en permitir que la comunidad se exprese mientras sepreviene el comportamiento incívico es un enfoque más equilibrado. ¿Por qué no crear programas de sensibilización sobre el comportamiento adecuado durante las festividades?
Existen maneras de involucrar a todos en la responsabilidad colectiva; desde la policía local hasta los organizadores, todos deben trabajar juntos. Me recuerda a un viejo dicho: «Se necesitan dos para bailar un tango». Por lo tanto, integrar a los jóvenes y no tan jóvenes en la planificación de eventos puede ser un excelente camino para mejorar la convivencia y reducir el desmadre.
Un llamado al diálogo
Ahora, el diálogo se vuelve crucial. Las hermandades han expresado su deseo de colaborar con la Policía Local y el propio Consistorio para crear un ambiente más seguro y armonioso. Aquí hay un espacio para la empatía, para que las partes se escuchen mutuamente. Quizás organizar una reunión con todas las partes interesadas podría ser una solución innovadora. Las ideas fluirían, las preocupaciones se abordarían, y, quién sabe, incluso podría diseñarse un plan que asegure tanto la diversión como el civismo durante las festividades.
Esto, en sí mismo, podría ser un pequeño milagro en un mundo donde el conflicto parece ser la norma. Además, estadísticamente, un ambiente donde se educa sobre el comportamiento y las expectativas tiene muchas más probabilidades de resultar en prácticas responsables.
Conclusión: miradas hacia el futuro
Entonces, en resumen, aunque la situación actual presenta desafíos evidentes, es esencial que trabajemos juntos para encontrar soluciones. Negar la importancia de las hermandades sería subestimar el bien que hacen en sus comunidades. Tristemente, el comportamiento incívico de unos pocos no debería conducir a la eliminación de actividades que benefician a muchos. Así que, ¿qué te parece si en lugar de apuntar con el dedo, comenzamos a ver cómo podemos reunirnos para aprovechar de la mejor manera las festividades?
La vida es demasiado corta como para no reír y celebrar en comunidad; hagámoslo de manera positiva, y quizás, un día, incluso podamos contar anécdotas sobre cuán lejos hemos llegado. Eso sí, siempre que no incluyan historias sobre ser arrestados, porque esos momentos… bueno, esos sólo son divertidos después de unos años, ¿no es así?
Así pues, brindemos por la convivencia, por los las hermandades, y por un futuro en el que todos podamos reír juntos y que, ojalá, si hay desmadre, no sea solo por un par de personas que no saben comportarse. ¡Saludos!