¿Alguna vez te has sentido como si fueras el protagonista de una serie de «misiones imposibles»? Bueno, si no lo has experimentado, permíteme contarte la historia de una mujer, a quien llamaremos J., que sin quererlo se vio atrapada en una saga digna de un drama médico, en la que la negligencia y la lucha por la justicia se convirtieron en los personajes principales.

Un inicio complicado pero común

En mayo de 1989, J. se sometió a una intervención quirúrgica para tratar su hipertrofia mamaria bilateral. A veces, esperan que los hospitales sean lugares de sanación, pero lo que empezó como una operación de rutina en un hospital de Osakidetza se transformó en un viaje de tres décadas repleto de aventuras inesperadas y no tan agradables.

Imagina tener que lidiar con problemas de salud que nunca esperaste. ¿Te suena familiar? Todos hemos tenido nuestras propias luchas, pero lo que siguió fue algo que muchos de nosotros nunca hubiéramos querido atravesar.

El extraño caso de los fragmentos metálicos

Diez años después de la operación inicial, en 1999, cuando J. parecía estar en la vía de recuperación, un control médico reveló algo sorprendente—fragmentos metálicos en su mama izquierda. ¡Sí, leíste bien! Mientras que algunos de nosotros nos quejamos de un tornillo suelto en un mueble, ella tuvo que lidiar con «cuerpos extraños» en su cuerpo.

Imagínate el susto y la confusión al descubrir que después de tanto tiempo, había un «granuloma» debido a una aguja que, al parecer, no se había ido a ninguna parte. La sensación de ser un «experimento» médico debe ser desconcertante. Cuando finalmente se decidió en 1999 que esos fragmentos tenían que ser removidos, J. pensó que la historia estaba llegando a su fin. Pero la vida, como siempre, tiene otros planes.

La espera eterna y las largas listas

Pasaron los años, y aunque las mamografías de 2002, 2010 y 2015 ofrecieron esperanzas de que todo estaba bajo control, la situación se tornó oscura nuevamente en 2019. En esta ocasión, J. fue diagnosticada con «mamas displásicas» y un nódulo en la mama derecha. La espera se volvía desesperante y cada vez más estresante con el paso del tiempo.

¿Quién no se ha sentido frustrado al tener que esperar en una consulta médica, mientras la incertidumbre comienza a apoderarse de su mente? Para J., cada mes transcurría como un año, y cada llamada para preguntar sobre su cirugía se sentía como si estuviera lanzando un mensaje en una botella al océano, sin respuesta a la vista.

El impacto de la COVID-19

Y cuando pensaba que las cosas no podían empeorar, llegó la pandemia. La COVID-19 no solo impactó nuestros estilos de vida y nuestras rutinas, sino que también arrastró a los sistemas de salud a una montaña de retrasos sin precedentes. J. intentó comunicarse con Osakidetza una y otra vez; después de todo, su salud estaba en juego. Era una situación angustiante.

Recuerdo mi propia experiencia en un hospital durante la pandemia; me sentía como si estuviera en una película de terror, esperando que las luces de la sala de espera nunca se apagaran. Al mismo tiempo, el temor al contagio estaba latente. La experiencia médica de J. fue similar: angustia, desesperación y el fastidio del sistema colapsado.

Al final, la operación de J. fue programada para el 11 de marzo de 2021, pero el desenlace de esa jornada no fue lo que esperaba. Las biopsias no hallaron ningún rastro de cuerpos extraños en su cuerpo, algo que ya había enfrentado anteriormente. «¿De verdad?, ¿Otra vez?», puedo imaginar que fue lo que pensó al escuchar aquella noticia.

Un sistema médico en crisis

Por si la situación no fuera lo suficientemente complicada, J. tuvo que lidiar con las cicatrices de su tercera intervención, que no solo eran visibles sino también dolorosas. Tras cuatro ciclos de antibióticos por infecciones, el sistema de salud que debería ser un refugio la dejó sintiéndose aún más vulnerable y angustiada.

Osakidetza, por su parte, salió con un comunicado diciendo que había disminuido las listas de espera y recortado las derivaciones. Pero desde el punto de vista de J., la gestión del tiempo y los recursos de un sistema de salud tan complicado se sintió como una burla constante.

¿Alguna vez has sentido que el sistema te falla precisamente cuando más lo necesitas? Todos hemos tenido nuestras experiencias con burocracias interminables y esas múltiples transferencias de un departamento a otro que hacen que las cosas se sientan como un juego de «Pasa la bomba».

¿Y qué dice la COJUA?

La Comisión Jurídica Asesora de Euskadi (COJUA) emitió su dictamen sobre el caso de J. Sin embargo, en lugar de brindar el consuelo que ella había estado buscando, el informe se posicionó en contra de sus reclamaciones y a favor de la Administración. El informe afirmó que no había indicios de negligencia y lamentó las circunstancias que llevaron a J. a creer que había un problema con su salud.

Es fácil criticar un dictamen desde el exterior, pero el efecto en J. fue devastador. Para ella, era el remate final a una travesía llena de sufrimientos que no se hizo más leve con el tiempo.

Reflexionando sobre el camino recorrido

Al mirar hacia atrás, J. describe su experiencia como un peregrinaje de sinsabor, una «mamoplastia reductiva que a lo largo de 32 años condujo a una secuencia ininterrumpida de padecimientos físicos y psíquicos». Esa frase resonó en mí, ¿no te parece que a veces cargamos con dificultades que nos definen y que, sin embargo, continúan consumiéndonos? Cada uno de nosotros tiene nuestras batallas, pero la resiliencia de J. debe ser admirada, incluso si el sistema le falló de una manera que se siente monumental.

Entre las complicaciones médicas, la lentitud de los procedimientos y la falta de justicia, la historia de J. se convierte en un espejo para muchos. Nos muestra un sistema que necesita reformarse y la importancia de que las voces de quienes sufren sean escuchadas.

¿Podemos hacer algo al respecto?

Ahora que hemos recorrido esta historia llena de dificultades, podemos hacernos una pregunta crucial: ¿Qué puede hacer la sociedad para mejorar la atención médica y asegurar que historias como la de J. no se repitan? Tal vez sea momento de replantear las prioridades en nuestros sistemas de salud, garantizar que existan protocolos claros y accesibles, y que los profesionales médicos se sientan capacitados para brindar el apoyo que sus pacientes necesitan.

Sabemos que no hay soluciones rápidas para problemas complejos, pero la empatía y la comprensión hacia el sufrimiento ajeno son una parte crítica para abogar por el cambio. Al final del día, J. no está sola. Hay muchas personas, cada una con su historia, que están luchando para que su voz sea escuchada, intentar abrir caminos en un sistema que, a veces, parece estar destinado a fallar.

Conclusión

La historia de J. es un reflejo de muchos problemas que enfrentamos hoy en día en nuestros sistemas de salud. ¿Cuántas más historias como la de ella permanecerán invisibles mientras nos enfrentamos a tiempos difíciles? Tal vez, con un poco más de empatía y un sentido renovado de responsabilidad, el cambio hacia una atención médica más justa y eficaz puede llegar a ser una realidad. Después de todo, juntos podemos formar una fuerza poderosa de cambio.

Si estás leyendo esto, quizás es hora de reflexionar sobre tu propia experiencia en el sistema de salud y considerar cómo podemos mejorar las cosas para todos. Porque, al final, siempre se puede aprender de las adversidades. Y si J. ha podido luchar tanto tiempo, tal vez todos nosotros podamos encontrar fuerza en nuestras historias para construir un futuro donde la salud sea un derecho inalienable para todos.