En este rincón del mundo en que vivo, a menudo me encuentro con la magnífica mezcla de la política y el humor. La situación en España a veces se asemeja a un episodio de una sitcom —excepto que, en vez de risas grabadas, tenemos a ministros en ciertas ocasiones hablando en la IX Conferencia de Embajadores y Embajadoras. Si hay algo que me queda claro, es que lo que ocurre en el ámbito político se puede observar desde un prisma necesario: el que nos permite ver el absurdo y a la vez entender un poco más sobre el panorama que nos rodea. ¿Las risas? Bienvenidas sean, porque parece la única forma de procesarlo.

Azagra y la familia: un asunto familiar

Con el seudónimo de David Azagra (o David Sánchez-Pérez Castejón, si prefieres lo formal), uno no puede evitar preguntarse: ¿realmente necesita utilizar un alias para destacar en la vida? La genética es así de caprichosa; a veces te da a un hermano que se convierte en presidente del Gobierno y tú terminas ocupando un cargo que puede o no tener sentido. Pero, en fin, ¿quién soy yo para juzgar? Conozco la lucha de intentar ser alguien en la sombra de una figura prominente, lo cual, a veces, asemeja intentar brillar siendo el faro de una lancha en medio de una tormenta. Pero, curiosamente, en el contexto de esta historia, me pregunto si Azagra solo estaba intentando desmarcarse del apellido que se ve a menudo en las noticias. Es complicado, ¿no?

¿Bolaños y buñuelos?: palabras que dan de qué hablar

Hablemos de bolaños. Cuando leí que se relaciona con el término «buñuelo», me imaginé a toda una generación de profesionales tratando de digerir la política española mientras saborean un buen postre. Y que me perdonen los gourmets, pero creo que a veces la política se presenta como un buñuelo inflado: hay tanta charla y aire dentro que, al final, puede causar más molestias que satisfacción. ¿Acaso no nos hemos quejado todos alguna vez de que el debate político se asemeja más a un «flatus vocis» que a una discusión sustancial? Aún así, me da que en la comida siempre hay más esperanza, al menos puedes compartirla.

El absurdo de las cacicadas

La política en España a menudo parece catalogarse en un par de categorías: las buenas intenciones y las cacicadas. A menudo me siento como un espectador de un reality show donde hay personajes que se comportan como si tuvieran el monopolio del sentido común y la moralidad. ¿No les parece que, en muchos casos, todo se convierte en un intento desesperado de seguir el guion que alguien decidió escribir? ¡Increíble! La reciente iniciativa del grupo parlamentario socialista para restringir la acusación particular, como si intentaran sacarse de encima al fiscal general, es un claro ejemplo. De repente, parece que los valores éticos se han olvidado como si se tratara de un mal guiso apagado en la estufa. Saboreamos la política como comiendo en un buffet: lo mejor lleva su tiempo, pero lo malo puede estar a la vista y con un poco de suerte, no te toca.

Cara, desfachatez y discursos desopilantes

Escuchando hablar a algunos funcionarios, como el ministro de Asuntos Exteriores, uno no puede evitar sentir un deja vu. Las palabras sobrebulliciosas que utilizan a menudo hacen que uno se pregunte si están tratando de alcanzar algún récord mundial en discursos o simplemente están intentando disimular el vacío que hay detrás. La capacidad de un político para mantener el rostro serio mientras suelta lo que algunos llaman discursos desopilantes es toda una obra de arte. ¿Cuántas veces hemos deseado que esos discursos duraran menos de lo que dura un café? Tal como decía un conocido refrán, «la cara es el espejo del alma», y bien, algunos de ellos tienen ese espejo cubierto de lodo.

El envanecimiento en la política actual

Y hablando de esto, el envanecimiento de algunos políticos podría hacer que el ego de un gato al sol palidezca. Pedro Sánchez, en ocasiones, parece que ha tomado una masterclass en autoestima, autoogiando sus logros como si hubiera completado el maratón de Nueva York en primer lugar. La última vez que escuché que su gestión se comparaba con la estabilidad económica, me pregunté si estaba teniendo una conversación con un señor que vendía enciclopedias a domicilio. Su capacidad de eludir la realidad y girar las cifras a su favor es digna de un circo a gran escala.

Fachosfera: el nuevo término de moda

¿Y qué podemos decir de la fachosfera? Aunque quizás no se trate solo de una novedad en el léxico político, hay que reconocer que tiene su propio encanto. Los 919 asesores que se encuentran al servicio del inquilino de La Moncloa parecen salir de una novela de KafKa —si hablas de los titulares, chascarrillos y blowouts contra el Partido Popular. Muchos de ellos hacen que me pregunte si están siguiendo un guion de lo absurdo más que una línea política coherente. A veces ni yo puedo distinguir si estoy leyendo un periódico o grabando un episodio del programa de televisión “¿Quién quiere ser millonario?”.

Ignorancia: la nueva norma

Y ahora, un toque de realidad. Examinar el término ignorancia relacionado con David Azagra me ha hecho atisbar una dulce ironía en la vida pública. Su declaración en la sede judicial pone de manifiesto que, en algunos casos, el nepotismo puede ir de la mano de la falta total de conocimientos. «Perdone, ¿dónde está su oficina?», puede ser una pregunta que a muchos les gustaría lanzar al aire. No se trata solo de una cuestión de ser hermano del presidente, es una cuestión sobre nuestra confianza en quienes ocupan cargos representan nuestras estructuras de gobierno. ¿Es esto lo que queremos? ¿Una serie de personajes en la política que parecen más actores que profesionales formados?

Los principios de yolandácea y el respeto

Con la aparición de neologismos como yolandácea, el escenario político puede verse aún más confuso. Esta explosiva ave que picotea sin consideración las opiniones de sus iguales recuerda a lo que a veces ocurre en el ámbito político: el no respeto por las visiones de los demás porque, de alguna manera, solo se valida lo que uno dice. A veces siento que los debates parecen un estadio de fútbol donde ambos equipos intentan gritar más que el contrario en lugar de escuchar. Tal vez deberíamos empezar a pensar en la política como un diálogo entre amigos que pueden no estar de acuerdo, pero que todavía se respetan.

Vivienda: más promesas sobre el papel

Pasemos a un tema que siempre está sobre la mesa: vivienda. ¿Quién no ha visto a un político proponer soluciones brillantemente complejas en el aire, mientras en la realidad muchos siguen sin techo? Pedro Sánchez nos habla del sector vivienda como el «quinto pilar del estado de bienestar», pero uno apenas logra visualizar los cimientos de esas afirmaciones. Ha llegado el momento de ser claros: el verdadero reto no solo consiste en construir edificios, sino en edificarlos con humanidad y respeto hacia sus habitantes. ¡Ese es el verdadero asunto de fondo!


Con todo esto, me queda claro que, aunque hay muchas risas en la atmósfera política, también hay mucho que reflexionar. Nos enfrentamos a un panorama donde las palabras y las promesas a menudo pueden ser el buñuelo inflado en la conversación política. Pero, por encima de todo, en medio de este torbellino de informaciones y altisonancias, vale la pena recordar que, si bien la risa puede ser un gran alivio, también es crucial tener una voz que hable claro y directo en tiempos confusos.

Después de todo, la política no debería sentirse como un chiste sin remate. ¿O quizás sí? Y tú, querido lector, ¿qué opinas?