Había una vez, en un mundo no tan lejano, donde el término «facha» era como el oro: se guardaba con recelo y se usaba con moderación. Sin embargo, poco a poco, han logrado hacer de esta palabra un utensilio más de la cocina política, convirtiéndola en un término de uso diario. Ahora, es más fácil escuchar a alguien llamando «facha» a un vecino simplemente porque no está de acuerdo con su opinión sobre el último vídeo viral de un perro haciendo skate. Así, la palabra ha perdido su peso y lo que es peor, ha perdido su vergüenza.

La evolución de ‘facha’: del desprecio a lo habitual

Si has estado un poco desconectado de las redes sociales (lo cual, honestamente, es una decisión sabio), quizás no sepas que Gabriel Rufián, un conocido político español, recientemente lanzó un comentario que provocó un revuelo monumental en la esfera pública. Dijo: “hay que intentar que ser facha vuelva a dar vergüenza”. Es curioso ver cómo la vergüenza se ha transformado en algo tan elástico en el contexto político actual.

En el fondo, hay una gran verdad en las palabras de Rufián, aunque la manera en que él y otros como él han jugado con este término ha provocado una notable confusión. Para aquellos que viven en la atmósfera política de España, el término «facha» ha pasado de ser una etiqueta de pleno desprecio a algo casi aceptable. Es como si un día descubrieras que el brócoli es a la vez una verdura saludable y un insípido acompañante de tus peores recuerdos de infancia.

En su afán por señalar la facha de quien no comparte su visión, los políticos y sus seguidores han diluido el significado original. Y al final, todos nos quedamos preguntándonos: ¿qué es realmente ser facha? ¿Es una ideología? ¿Un comportamiento? ¿O una mera etiqueta que nos ponemos como si de una camiseta se tratara?

Una anécdota personal podría ayudar a aclarar mi punto. Recuerdo haber cenado con un grupo de amigos hace unos meses, y en medio de la conversación, la palabra «facha» salió a relucir. Uno de ellos, un amigo cuyo apellido probablemente no se recuerda, dejó caer la frase «bueno, yo no soy facha, pero…». Te prometo que me reí. ¿Desde cuándo la negación de algo que se concibe como negativo hace que alguien se diga “no, no soy uno de esos”? La risa se detuvo cuando me di cuenta de que ya no era un chiste, sino una reflexión amarga sobre nuestra realidad política.

La búsqueda de la definición

La pregunta del millón sigue siendo: ¿Qué es ser facha? Parafraseando a Rufián, parece que hay que volver a definirlo. En el sentido más amplio, ser facha podría referirse a aquellas personas que ven el mundo en términos de blanco y negro. En esta mentalidad, la empatía, la compasión y el debate constructivo son cosas de movimientos de paz de los ’60.

Uno podría pensar que a estas alturas de la historia tendríamos claridad sobre estos conceptos, pero aquí estamos, intentando hacer sentido del desmadre. Los que solo ven en el extremo y han perdido la capacidad de entender o respetar la diferencia son los que tiñen el discurso público de odio y rencor. Es allí donde encontramos la verdadera «facha». Pero, curioso, hay muchos “fachas” que se sentirían ofendidos al ser llamados así. ¡Si supieran que una pelea de etiquetas ha llevado a esta situación!

La hipocresía del lenguaje

La hipocresía puede ser otro término que perdimos de vista. ¿Por qué la sociedad necesita recurrir al desprecio cuando podría optar por la comprensión? La retórica de la culpa y el remordimiento realmente se ha convertido en la carne de cañón de los políticos, que parecen deleitarse al señalar con el dedo a los “fachas” mientras, a menudo, sus acciones no reflejan sus palabras.

Esto se pone más interesante cuando pensamos en las figuras políticas actuales. Aquí hay un poco de humor sutil: ¿alguien ha notado cómo cada político tiene una manera particular de encarnar lo que critica? Como un chef que critica a otros cocineros por usar ingredientes de mala calidad mientras azota a la audiencia con un plato de pasta que claramente no ha visto un tomate fresco en su vida.

Por ejemplo, Rufián era una figura estelar en el movimiento independentista catalán y ahora pide que se redefina lo que significa ser facha. Es casi como ver a un exfumador ético dando lecciones de salud pulmonar a los fumadores. ¿No es un poco contradictorio? La vida política se parece más a un circo de tres pistas que a un espacio de debate civilizado.

El movimiento hacia la venganza

Lo que hace que esta conversación sea aún más inquietante es la brutalidad de la polarización actual. Si miras alrededor, puedes ver cómo nos hemos desviado hacia un camino de venganza, donde el deseo por una justicia «justa» rápidamente se convierte en un ciclo de represalias. Eso no es precisamente construir sociedades más inclusivas, ¿no crees?

La serie de culpas, las condenas en redes sociales y el ataque a la libertad de expresión no hacen más que perpetuar esta lucha. ¿No sería más prudente tratar de entender las diferencias y aprender a vivir con ellas?

Me gustaría pensar que todavía hay una oportunidad para darle la vuelta a esta narrativa. A lo largo de la historia, hemos visto cómo el odio engendra más odio. Una vez, un anciano sabio me habló de la importancia del perdón, que se siente más como un mito en nuestra sociedad ahora. ¿Cuántas oportunidades hemos dejado pasar para perdonar a aquellos que alguna vez fueron parte de nuestra comunidad?

Humor en tiempos difíciles: un salvavidas

Ahora, como un pequeño atisbo de esperanza, naveguemos a lo que yo llamo “el humor como elásticos salvavidas”. En medio de la tormenta política, todavía podemos encontrar momentos de risa. Hacer del humor una herramienta para reflexionar sobre nuestras acciones ha sido crucial en mi vida. ¡Qué bueno sería poder mirar hacia atrás y reírnos de nuestras impetuosas debates pasadas!

No olvides que al final del día, todos estamos en este barco llamado vida, y es bastante seguro que todos hemos sido “fachas” en algún momento. Ya sea en sentido metafórico o literal, ya sea nuestra opinión política o cómo nos comportamos en las fiestas familiares. ¿Acaso no somos todos un poco de “fachas” ante los ojos de alguien más?

Un camino hacia la empatía y el entendimiento

Verdaderamente, es un dilema contemporáneo que todos enfrentamos: ¿cómo reaccionar ante un discurso incendiario? Lo que trasciende la etiqueta de ‘facha’ es la noción de empatía. Como sociedades, necesitamos esforzarnos por entender y, lo más importante, dialogar. Tal vez si todos intentáramos ver nuestro propio reflejo más a menudo, seríamos un poco más amables, un poco más comprensivos.

Quizás, permitan el humor aquí, en lugar de preguntarle a alguien «¿Eres facha?», podríamos preguntarle “¿Te gustaría compartir un café y hablar de lo que piensas?”. Porque, seamos honestos, si hay algo que se puede aprender de la afirmación de Rufián es que, al final del día, todos estamos en la búsqueda de un entendimiento común.

El perdón como cierre

En conclusión, he decidido, junto a aquel anciano sabio que me habló del perdón, que lo que necesitamos no es señalar a los “fachas”, sino más bien controvertir y abrazar la idea de que el perdón es un puente hacia la reconciliación. En un mundo donde las palabras se vuelven armas, es esencial que nos comencemos a escuchar de nuevo. La vergüenza, si es que la hay, deberá ser un paso en el camino hacia un cambio duradero.

Rufián, querido amigo, si tienes la disposición, quizás un café desechemos juntos las viejas etiquetas. ¿Podríamos hacer que ser facha vuelva a dar vergüenza? Solo el tiempo lo dirá. Mientras tanto, seguiré riendo y aprendiendo.